El confín de un mundo
Los seres agónicos
Manuel Gregorio González
Berenice
160 páginas | 16,95 euros
Estamos tan acostumbrados a la escritura meramente enunciativa que cuando leemos un ensayo con vocación de estilo, por usar una expresión tal vez anticuada pero todavía útil, nos sorprende —nos alegra— que haya autores que se alejan de la asepsia general y apuestan por un cierto grado de elaboración a la hora de cultivar, como quien cuida con esmero el jardín o el huerto, la prosa de ideas. La propia palabra prosa, aplicada al ensayismo, remite a un género de literatura en el que no solo importa lo que se dice, pues para decir sin más ya están los periódicos o buena parte de las publicaciones académicas que entre nosotros no destacan precisamente por la elegancia de su discurso. Los libros de Manuel Gregorio González, como sus artículos, huyen del lenguaje rutinario y evitan las aproximaciones lineales, incluso cuando han abordado, como en los ensayos dedicados a Torres Villarroel y Álvaro Cunqueiro, inquisiciones más o menos biográficas. Su nueva entrega, Los seres agónicos, confirma el valor y la singularidad de una propuesta que merece ser degustada por quienes entienden que el ejercicio del criterio no es incompatible con el cuidado de la forma.
“Este no es —empieza por decir González— un libro misceláneo”, como podría deducirse de una revista apresurada a la relación de “criaturas marginales y monstruos contemporáneos” que recoge el índice, donde conviven personajes históricos (Jack el Destripador, Mata-Hari, Lawrence de Arabia) con entes de ficción (Frankenstein, el capitán Nemo, Drácula), unidos pese a su heterogeneidad por la condición de “mitos modernos” —todos forman parte de un imaginario difuso, pero vigente, en el que se diluyen los contornos que separan la realidad de la leyenda— y por la de seres “en transición”, que en última instancia reflejan la frontera entre dos edades. Con un propósito expresamente unitario, así pues, el autor declara haberse planteado el “porqué de ciertas fascinaciones perdurables”, pero su recorrido no se limita al análisis de los personajes cuyas evoluciones muestran, nos dice, “el confín de un mundo”.
La ciencia (“El ideal mecánico”), los espacios urbanos (“La ciudad nocturna”) y la atracción del exotismo (“Músicas del Oriente”) se configuran como los temas de fondo que aportan la estructura interna de Los seres agónicos y el contexto ideológico o estético en el que se desenvuelven las criaturas. El ensayista se mueve con gran libertad entre la crítica literaria, la historia cultural y el pensamiento, acumulando las paradojas y los indicios —una de las palabras clave de su argumentación— que señalan, por una parte, el declive del irracionalismo frente a la mentalidad positivista del XIX y “la reclusión del misterio a una zona cada vez más estrecha”, por otra, la inquietante pervivencia de conceptos precientíficos en la era de la tecnificación a ultranza.
Dos cualidades no menores reúnen los ensayos agavillados en Los seres agónicos que permiten definir el libro de Manuel Gregorio González como algo más que una ingeniosa colección de reflexiones. La primera es el modo en que se deduce, a partir de los detalles particulares, el clima general de una época y, proyectándose sobre ella, el “vertiginoso nacimiento del hombre contemporáneo”, que se nos revela a partir no de los grandes personajes o los grandes sucesos, sino de seres efectivamente “marginales” que ni siquiera o apenas tienen cabida en los libros de Historia. La segunda, aludida al comienzo, es la impecable escritura del autor, fiel a una manera que no solo presupone muchas lecturas y una familiaridad admirable con los asuntos abordados, sino que resulta —algo cada vez menos habitual— literaria por sí misma.