Retrato de la tragedia europea
1914: El año de la catástrofe
Max Hastings
Trad. Gonzalo García y Cecilia Belza
Crítica
728 páginas | 29,90 euros
1914: De la paz a la guerra
Margaret MacMillan
Trad. José Adrian Vitier
Turner
864 páginas | 39, 90 euros
La Primera Guerra Mundial contada para escépticos
Juan Eslava Galán
Planeta
384 páginas | 21 euros
De París a Monastir
Gaziel
Prólogo de Jordi Amat
Libros del Asteroide
312 páginas | 17, 95 euros
Diario de un estudiante: París 1914
Gaziel
Prólogo de Enric Juliana
Diëresis
352 páginas | 19 euros
Una iconografía macabra de sangre, barro y ratas en las trincheras? ¿Fotografías en sepia que nos miran desde el otro lado del tiempo? ¿Jóvenes con bigote que desaparecieron sin dejar rastro? ¿Obuses y cañones estrenando estadísticas para una carnicería incorporada a los manuales de Historia? ¿Qué es para nosotros la Gran Guerra? ¿Un conflicto que en España suena a exótico episodio europeo? Ha pasado un siglo y es evidente que sobre la Primera Guerra Mundial queda mucho por contar, por desvelar y por aprender.
Es curioso que las primeras publicaciones surgidas en el mercado editorial a raíz del centenario hayan provocado en mucha gente cierta sensación de hartazgo. ¿De verdad el público español está cansado de una supuesta fiebre editorial sobre este conflicto? Extraña conclusión para un país en el que se conoce bien poco sobre una guerra que siempre resultó extraña y ajena, a pesar de que determinó el destino del continente.
España fue neutral en aquella guerra terrible, pero no hay que olvidar que lo que ocurrió entre 1914 y 1918 cambió el rumbo de la Historia no sólo para Europa, también para el resto del mundo. Con esta guerra se estrena el siglo XX y todos sus horrores, porque fue el prólogo de todo lo que vendría después. Moría la vieja Europa y surgía otra, cayeron viejos imperios como el ruso, el prusiano, el otomano y el austrohúngaro y Europa dejó de controlar la hegemonía del mundo.
Si algo bueno puede traer el centenario en España, es el impulso a las necesarias traducciones y reediciones que llenen un hueco historiográfico importante, una laguna del lector español que sobre la Gran Guerra apenas tiene las vagas nociones de una lección impartida apresuradamente durante su formación académica y alguna película de aliento épico inspirada en esta pesadilla. Ya en 1914, esa guerra fue para el lector español un serial cuyas crónicas se leían con avidez en la prensa pero que no pasaban de ser un asunto casi lúdico, un duelo deportivo entre aliadófilos y germanófilos. Aunque más allá de este folletín trágico que se devoraba en la prensa, el conflicto generó no pocos intereses económicos a la oligarquía de siempre, favorecida en los periodos de crisis. Como ahora. La historia nos muestra sus espejos, sus ciclos constantes.
Entre la cantidad de títulos sobre el tema podríamos escoger algunos destacados, por ejemplo, el ensayo de Max Hastings 1914: El año de la catástrofe (Crítica). El autor desmonta los tópicos que como sedimentos se han ido acumulando. Hastings baja al campo de batalla y narra combates, repasa cartas y diarios incorporando la intrahistoria, el testimonio de los que sufrieron, ya que Hastings cuenta con un importante archivo oral de crónicas de veteranos que realizó en 1963 cuando trabajó en una serie para la BBC, The Great War. “Cualquier libro escrito después de un siglo debe aspirar a traer nuevos invitados a la fiesta”, apunta desvelando esta aportación novedosa de su ensayo.
El libro de Hastings se centra en una pregunta: ¿Qué le sucedió a Europa en 1914? El historiador contempla el material con la mirada objetiva que debería predominar sobre un asunto del que ya se ha cumplido un siglo, cuestionando la historiografía que fue secuestrada por la propaganda en sus inicios y la tendencia a caer en interpretaciones conservadoras o revisionistas, pecado de cierta bibliografía moderna que aún debate sobre la responsabilidad de la guerra.
Otro libro destacado es el de Margaret MacMillan: 1914: De la paz a la guerra (Turner). La autora se plantea de manera obsesiva una pregunta: ¿Por qué se produjo la Gran Guerra?, ¿cómo pudo Europa hacerse esto a sí misma? Un enigma de autodevastación que casi podría considerarse otro pecado cíclico, esa Europa que se atormenta a sí misma y que ya subrayó el médico y humanista Andrés Laguna en el siglo XVI.
La tesis del libro de Margaret MacMillan es si el conflicto fue inevitable, sobre todo, porque sorprende que eso ocurriera en una Europa que se había acostumbrado a la paz, ya que tras el fin de las guerras napoleónicas siguió el siglo más pacífico que conoció el continente. MacMillan indaga con sensibilidad en la atmósfera prebélica recordando las imágenes comunes de tormentas a punto de estallar que se reflejaban en la literatura. Esas tempestades de acero de Jünger que llevaron al apagón de Europa, a esa Europa que había llegado a las más altas cotas de progreso técnico-científico de su Historia y que, sin embargo, sólo sirvió para crear un modernísimo armamento.
Y un libro muy oportuno e interesante desde España es La Primera Guerra Mundial contada para escépticos (Planeta), del siempre ameno y riguroso Juan Eslava Galán. Su ensayo puede ser un buen manual de salvación para comprender este complejo conflicto mal conocido por el lector español. Se trata de una investigación que no sólo se detiene en datos y estadísticas sino que refleja el buen hacer de un historiador que mira por encima del tiempo para comprender el pasado, sumergiéndose en la historia de las mentalidades.
Sin embargo, no sólo los ensayos históricos nos servirán para comprender bien este conflicto. Están los poemas, las novelas y el buen periodismo como el de las excepcionales crónicas que Agustí Calvet, Gaziel, realizó sobre el conflicto y que demuestran cómo el periodismo cuando mira por encima del tiempo es capaz de desvelar el pálpito de su época. Un periodismo que no cae en las garras de la actualidad, del presentismo sino que se convierte en excepcional crónica histórica.
Dos editoriales han rescatado estos textos que el periodista catalán escribió sobre la Gran Guerra. Libros del Asteroide ha publicado De París a Monastir, un libro en el que Gaziel cuenta su viaje hacia uno de los corazones del conflicto, Grecia y Serbia y donde el periodista desvela uno de los nudos trágicos de esta guerra. El texto, además de explicar la complejidad política e histórica de ese avispero europeo, se detiene en el desolador paisaje humano que deja la guerra.
El segundo libro es Diario de un estudiante: París 1914. Diëresis ya publicó hace unos años las crónicas que realizó desde el frente francés fruto de su trabajo como corresponsal en La Vanguardia y ahora rescata esta primera obra donde el periodista narra la inquietante atmósfera de la capital francesa cuando estalla la guerra con audaces metáforas que sirven más que muchos libros de análisis histórico: “Todo el mundo parece moverse con una fiebre obsesiva, como hacen las hormigas en los hormigueros súbitamente desbaratados”. Eso era Europa ante un conflicto en el que se estrenaba algo nuevo y perverso, pero que a esas alturas nadie era capaz de adivinar: la guerra moderna. Como apuntó el propio Gaziel sobre aquellos primeros días: “Sin sospechar todavía de qué se trataba en realidad, pero sorprendidos ya, en el fondo, por una angustia misteriosa: un vago presentimiento de la tempestad apocalíptica que todavía dura”.
Hay una escena estremecedora en la que el joven periodista se describe en una solitaria Biblioteca Nacional. En medio de aquel silencio, con “el ejército internacional de la cultura europea roto en pedazos”, Gaziel mira por encima de su época para conectar con otros tiempos adivinando que Europa sufría otra vez de sus cíclicas tormentas de barbarie. El periodista en aquella inmensa biblioteca vacía se siente como uno de esos monjes medievales que después de sufrir la avalancha de los bárbaros transmitieron a las generaciones futuras los tesoros de la ciencia y la poesía salvados del naufragio. “De aquí a cien años, la guerra de 1914, convertida en materia de estudio, quedará reducida a algunos centenares de volúmenes más que llenarán nuevas estanterías de esta catedral silenciosa”.