Los rebaños
La iniciación de un hombre: 1917
John Dos Passos
Trad. Elena Sánchez Zwickel
Errata naturae
168 páginas | 12, 50 euros
Es evidente que guerra y literatura han caminado a menudo de la mano, casi como hermanas gemelas: terribles aquellas, reveladora esta, insaciables ambas. Los textos seminales de la tradición occidental esconden, entre otras muchas cosas, el relato de una guerra (Ilíada) y el retorno a casa de un guerrero (Odisea). De ahí en adelante, un rápido vistazo a páginas capitales de la historia de la literatura nos reafirma en la condición belicosa del ser humano y en su necesidad de convertir esa feroz impronta en memoria impresa. Notarios de la ruina y del esplendor de la guerra, en una lista que no aspira a ser exhaustiva y que surge de un apresurado paseo por mi biblioteca, aparecen los nombres de Isaak Bábel (Caballería roja), Juan Benet (Herrumbrosas lanzas), Alejo Carpentier (El siglo de las luces), Louis-Ferdinand Céline (Viaje al fin de la noche), E. L. Doctorow (La gran marcha), Joseph Heller (Trampa 22), Ernest Hemingway (Adiós a las armas), Victor Hugo (El noventa y tres), Denis Johnson (Árbol de humo), Ernst Jünger (Tempestades de acero), W. G. Sebald (Sobre la historia natural de la destrucción) o Michel Tournier (El Rey de los Alisos). La lista, que se detiene en la docena de títulos por puro capricho, produce vértigo. Cualquier escritor que se precie daría su mano derecha por firmar uno de estos libros a lo largo de su vida.
Antes de la fama que le dio Manhattan Transfer, aparecida en 1925, John Dos Passos había publicado dos novelas ambientadas en la Primera Guerra Mundial, basadas en sus experiencias en Francia e Italia como conductor de ambulancia junto a sus amigos los poetas Robert Hillyer y E. E. Cummings. La mejor de las dos es Tres soldados, del año 1921, que en su momento editaron Plaza & Janés primero y más tarde Bruguera, pero la más antigua y, en ese sentido, también la más decisiva para reconstruir la genealogía del escritor, es la que nos ocupa: La iniciación de un hombre: 1917, cuya edición original en Salvat resultaba ya inencontrable.
El adjetivo que más veces emplea en la novela para referirse a la guerra ofrece la mejor pista para entender el espíritu de la narración. Ese calificativo es «absurda». Antes que cruel, despiadada o brutal, la guerra se le antoja a Martin Howe, alter ego de Dos Passos, absurda. Es el sinsentido de su lucha el que destroza a los soldados, el que los mantiene en una minoría de edad permanente, en una esclavitud moral. El mundo despreocupado de la travesía en barco desde Estados Unidos, la dulzura de una campiña francesa rica en dones o de una ciudad, París, llena de chicas hermosas, se derrumba al contacto con el primer obús y su música contumaz: quién nos dispara y por qué; en nombre de qué infeliz circunstancia hombres como nosotros, idénticos en sus miedos y en sus anhelos, están dispuestos a matarnos o a dejarse matar por nosotros. Ahí radica el absurdo de la guerra, en esa fatalidad de ciegos que se persiguen con saña. Quizá por ello Dos Passos insiste en las metáforas zoológicas para explicar el desastre: desde las más despiadadas (la carne de los muertos recuerda a piezas de embutido) a las más simbólicas (el soldado es una vaca, un animal estúpido: rebaño). En esa obediencia gregaria del militar que incluso muerto recuerda a una res tratada por operarios, cifra Dos Passos la tragedia que recorre esta narración de aprendizaje, tanto del hombre que ha dejado atrás definitivamente la inocencia como del escritor que comienza a forjar un estilo y un mundo propio.