En el nombre de Dios
La voz del viento
Pemón Bouzas
Algaida
456 páginas | 18 euros
Aventuras. Días de miedo y valor. Intrigas. Noches de odio y desconfianza. Terror. Cobijo de sombras y heridas. A Pemón Bouzas se le ve pronto el plumero de narrador de corte preciso y afilado que pone la caudalosa documentación al servicio de la historia y nunca al revés. Nos catapulta a principios del siglo XVII, a la villa de Cangas do Morrazo en las Rías Baixas, escenario donde la Santa Inquisición siembra el terror en el nombre de Dios y convierte la acusación de brujería en una excusa perfecta para pisotear la justicia. La voz del viento arranca con tormentos recluidos en celdas de un monasterio que acoge a los siervos del pasado, testigos del sufrimiento de personas inocentes a las que nadie ayudó en tiempos negros para la honestidad. En una sociedad prácticamente analfabeta e ignorante, los grilletes del Santo Oficio se cerraban sobre los más débiles.
Bouzas orquesta alrededor de sus personajes una sinfonía de emociones en carne viva adheridas a paisajes descritos con extraordinaria viveza, escenarios tanto de las peripecias de la juventud aún sin herir con romerías despreocupadas y primeros amores sin gangrenar como del sudor y la valentía del mundo de la pesca. Un costumbrismo que, de repente, se desgarra para dar paso, a la amenaza del inquisidor y las salvajadas de los piratas. Si lo primero está resuelto con un eficaz juego de luces y sombras narrativas que da mucha importancia a los hechos escondidos entre líneas, lo segundo estalla en poderosas escenas de violencia inusitada en la que el heroísmo y el sacrificio se cruzan con la barbarie más despiadada. Tanto lo uno como lo otro dan pie al autor a reflexionar (sin dejar nunca a un lado el oficio de narrar sin perderse en divagaciones) sobre las distintas actitudes del ser humano ante la defensa del bien común.
La voz del viento (que “no trae nada bueno, sólo trae desgracias”) es una novela que maneja con igual solvencia lo sugerido y lo explícito, tanto la inquietud del cuento de brujas y la crónica de una masacre como el placer contagioso de contar historias a bocajarro. Sus páginas dejan también sitio a fogonazos de lirismo maltrecho (“Te querré siempre…”) y a lóbregos rincones de podredumbre humana, por ellas cruza un “aire maligno, un viento de maldad, traición e injusticia” que trae consigo delaciones, torturas, vergüenza pública y acusaciones injustas, pero también brotes de valentía y honradez, de resistencia contra la barbarie, proceda de donde proceda.