Espejo roto
Pregúntale al bosque
Blanca Riestra
Pre-Textos
164 páginas | 12 euros
Las mujeres son las grandes ausentes de la historia. Véanse los premios de biografías y memorias: en su dilatada existencia, el Espejo de España recayó en una sola mujer (Dolores Ibárruri); el Comillas se ha concedido a veintiún hombres y dos mujeres… premiadas por libros sobre hombres. El panorama no es mucho mejor en la literatura de creación: los “Otros títulos en esta misma colección” que figuran en la solapa de este libro son obra de 35 autores y una sola autora.
La primera cualidad de Pregúntale al bosque de Blanca Riestra (A Coruña, 1970) es contribuir a llenar el vacío de la historia de las españolas de los últimos treinta años, que solo conocemos por unos pocos títulos, a medio camino −como este− entre la autobiografía, la narrativa y la autoficción: Viajes con mi padre de Luisa Castro, Lo que me queda por vivir de Elvira Lindo, Una habitación impropia de Natalia Carrero, La primera vez que no te quiero de Lola López Mondéjar, Daniela Astor y la caja negra de Marta Sanz… Como todos ellos, Pregúntale al bosque tiene por protagonista a una joven de clase media en la España de finales de siglo, cuando unos iban a misa y otros a yoga, y los pósters del Che convivían con Susana Estrada cantando “canciones guarras”. Las chicas querían “desplegar las alas”, pero también que alguien les pusiera ”una mano sobre el hombro” y las guiara. Como los otros libros citados, este hace especial hincapié en experiencias que en vano buscaríamos en la narrativa masculina: la amistad entre mujeres, la pérdida de la virginidad, o el aborto, presentado sin ningún dramatismo.
Riestra es una escritora brillante, sobre todo a la hora de reflejar sensaciones: “olor a colonia de supermercado o a goma de muñeco de Famosa, a pan fresco, a lluvia y a barro y a botas de goma amarilla”… También para sintetizar una situación compleja en una sola imagen elocuente: “Dos muertos viviendo frente a frente sobre un panorama de nóminas y alquileres y vocingleras ediciones del telediario”. Frase a frase, Pregúntale al bosque es maravilloso. Quizá, sin embargo, se le puede objetar un deliberado −y a mi modo de ver, innecesario− emborronamiento del hilo narrativo: no se sabe (como no sea consultando la biografía de la autora) qué hace su protagonista hoy en Dijon, mañana en Albuquerque, ni se terminan de entender algunos episodios. Por otra parte, ese estilo fragmentario posee la extraña belleza de los espejos rotos: “Llorar en Pelamios sin saber por qué, en brazos de Inés. La fonología. Un cigarrillo asomada a la ventana, contemplando en el aire el perfil de la catedral como un liquen. Café del Mar y Polnareff en un casete grabado de la radio.” La justificación de esa elección estética se encuentra en la última frase de este hermoso libro: “lo perecedero es la forma terrenal de lo sagrado”.