El encanto de la parodia
Temblad villanos
Luis Manuel Ruiz
Premio Málaga de Novela
Fundación José Manuel Lara
303 páginas | 19 euros
Entre la novela negra y la paródica −los dos extremos posibles del género policíaco− caben infinitas variaciones: novela-problema seria e incluso sesuda (Poe), enigma (Doyle), inglesa cómica (Carter Dickson), filosófica (Michael Innes), paradójica (Chesterton), costumbrista (Simenon), sociopolítica e irónica (Vázquez Montalbán), sociopolítica dura (Petros Márkaris), etcétera. Son tantas las órdenes y las subórdenes posibles que cabe suponer que, al menos potencialmente, cada autor está capacitado para inventar un matiz, un tono, una desinencia particular.
Luis Manuel Ruiz (Sevilla, 1973) ha ideado una novela policial que bascula entre la parodia, de la que el Eduardo Mendoza de El misterio de la cripta embrujada sería su mejor referente, y el cómic clásico. Ruiz, que obtuvo con Temblad malditos el Premio Málaga de Novela de esteaño entre 915 aspirantes, ha escrito un relato que podría ser perfectamente el soporte de una aventura de un redivivo Tintín residente en Sevilla. Bastaría con dejar suelto a Milú, empujar a Hernández y Fernández y contar con el profesor Tornasol y el resto de los héroes.
De hecho Ruiz cita en este fresco y espumoso libro al propio Tintín y al capitán Haddock pero transformados en elementos de la singular criptografía en forma de viñetas con que se comunica la trama criminal sobre la que gira el libro.
La novela paródica tiene la singularidad de que no está obligada a respetar la convenciones clásicas ni a dar explicaciones sobre apariciones y desapariciones ni a precisar las causas por las que el detective, de pronto, recibe una iluminación que desenreda el embrollo criminal. A lo largo de la trama todo surge o se esfuma sin mayores justificaciones. Como ocurre en el cómic, la muerte es un suceso tan indoloro como la aniquilación de un alfil y el héroe tiene un seguro de vida indiscutible que garantiza su supervivencia y su reaparición indefinida. Las artimañas, las exageraciones o las elisiones no sólo están permitidas sino que son parte fundamental de la caricatura, el elemento que desata el humor y el interés. No hay más trampa ni más cartón. O mejor dicho, son la trampa y el cartón necesarios para crear una imitación burlesca de la novela policiaca. La cultura pop en general, las series del tipo Juego de tronos o los programas del corazón participan de algún modo en el relato.
Para su novela, Luis Manuel Ruiz ha inventado a dos jugosos y en cierto modo contradictorios investigadores que, sin embargo, colaboran entre sí en la lucha contra el crimen. En el lado bueno (es decir, en el lado moralmente irreprochable) está la policía Esther Béjar, una mujer separada que llega a Sevilla a trabajar en la jefatura provincial, tras una ruptura matrimonial, junto a su hijo, un superdotado que esconde el libro de los principios de la termodinámica debajo de los cuentos. Y en el malo, Modesto Pardo (Mo Pardo) un peculiar y atrabiliario detective, empleado de una oficina de objetos perdidos, que no respeta la normas y asume sin rechistar el trabajo sucio y fatigoso.
Ambos sobreviven en una Sevilla invernal, desusadamente fría y lluviosa, que Luis Manuel Ruiz describe amontonando nombres de calles, bares o precisiones geográficas. La disparatada trama, disparatada en el mejor de los sentidos, se sostiene sobre una escritura firme, precisa y llena de hallazgos. El lector, una vez aceptadas las convenciones de la parodia, se deja llevar gustoso por este relato ligero y desinhibido hasta un final que el propio Ruiz, en una rapto de sinceridad, estima inevitable: “La novela (…) ronda ya los últimos capítulos. De modo que (los protagonistas) sólo tienen que dejarse llevar, porque el resto está escrito: quiera o no quiera, se muestre o no de acuerdo, el novelista ha decidido de antemano la conclusión y ella (Esther) no puede hacer nada”.