No hay paraíso ni santa suerte
El mundo de afuera
Jorge Franco
Premio Alfaguara
Alfaguara
312 páginas | 18 euros
Uno se alegra de verdad cuando los premios literarios más prestigiosos, en este caso el Alfaguara de novela 2014, recaen sobre un texto tan redondo y poderoso como El mundo de afuera, del colombiano Jorge Franco (Medellín, 1962). El texto cuenta una tragedia contemporánea, ambientada en los agitados años setenta del pasado siglo en la ciudad de Medellín, y hace ver cómo los cuentos de hadas saltan por los aires en su choque con la pura realidad. No es casual que, antes de hablarnos de mundos confortables, jardines y niñas hiperprotegidas, anteponga el autor, como inicio del libro, el breve boletín informativo del ejército colombiano en el que se anuncia el secuestro del potentado Diego Echavarría a cargo de “tres antisociales armados”, solicitando además la colaboración ciudadana. Hay un arriba (el imponente castillo que hizo construir don Diego en lo alto de Medellín para cobijar/blindar a su esposa alemana, Dita, y a su hija, su princesa Isolda, y un abajo, el duro y violento mundo real de barrios populares y gente que desea con ardor aquello que le negaron y nunca pudo tener).
La descripción poderosa, la gracia narrativa y la alternancia de voces (de nobles y plebeyos) asombran desde los inicios, y el talento de Jorge Franco nos hace ver progresivamente cómo la tragedia no llegó sólo a esta familia con el secuestro, sino desde un origen anterior: el empeño del patriarca por aislar del exterior a su hermosa pequeña entre jardineros, pajes, niñeras alemanas, educadores privados y clases de piano, otro tipo de privación de libertad (aparentemente dulce) que resultará fatídica. El jefe de los secuestradores, el Mono Riascos, es uno de esos personajes a los que parece no faltar una nota, el retrato que de él sale y de lo que pudo desde siempre esperar de la vida, resulta apabullante, magistral. Sus diálogos con el obstinado septuagenario don Diego en la gélida cabaña donde lo mantienen recluido, brindan momentos memorables, con la teatralidad de la gran literatura cuando sabe ser como la vida misma. Un gran acierto esos saltos atrás para observar al grupo de secuestradores cuando eran tan solo una pandilla de adolescentes que soñaban con la posibilidad de una existencia mejor.
Esta novela plantea la gran cuestión de en qué medida dependemos en la vida de nuestras decisiones o más bien de nuestras circunstancias de origen. No hay paraíso ni santa suerte para gente como la seductora Twiggy, el Cejón, Maleza, el Pelirrojo, o Caranga. Bueno también el viaje en el tiempo hasta una Alemania de posguerra mundial, aquellos años cincuenta en los que don Diego y Dita inician su romance en un Berlín donde era posible cruzarse con la divina Callas en el Kempinski. La homosexualidad, los matriarcados tienen también aquí reflejo y análisis como en casi toda la obra de Franco. Madurez y altura literaria, notable intensidad narrativa que magnetiza, en un texto fuerte, que nos habla de cómo no hay un “estar a salvo” absoluto, ni siquiera para los que se creen intocables y pagan por ello como si quisieran “detener el tiempo” y las amenazas del mundo, o simplemente la llamada de ese bosque donde una niña quiere desaparecer libre hasta fundirse e integrarse con él.
Jorge Franco ha escrito una gran historia, tan compleja como natural, y no sólo por lo que cuenta, sino por la manera fascinante de desarrollarla y abordarla, y por el ritmo vivaz de una prosa que avanza mientras sabe a cada tramo robarnos la respiración.