Intuición y memoria
Desde el principio de su trayectoria, convertir la experiencia vivida en ‘experiencia lingüística’ con una suficiente carga de ambigüedad iba a ser el eje de la poética de José Manuel Caballero Bonald
En una entrevista reciente, José Manuel Caballero Bonald revisaba su trayectoria como poeta desde sus inicios: “De joven, yo seguía bastante de cerca las normas románticas de la exaltación, las normas barrocas de la ornamentación. Luego, me fui librando cada vez más de la mecánica literaria tradicional […]. Ahora me he quedado a solas con una definición de la poesía: esa mezcla de música y matemáticas que ocupa más espacio que el texto propiamente dicho” (*). Los primeros libros de poemas de Caballero Bonald —Las adivinaciones (1952), Memorias de poco tiempo (1954)— surgen de una indagación en el lenguaje que jamás pierde de vista la referencia central de la memoria. Es muy revelador que Caballero Bonald escogiera para sus dos libros de memorias —Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001)— el título genérico La novela de la memoria: él nos dice que, en el proceso creador, la invención va modificando la memoria, y el que cuenta su vida fabrica historias indistintamente ficticias o verdaderas. Lo corroboran estos versos del poema “Afirmación del tiempo”: “Textos de sombra me enseñaron / a no reconocerme, dignidades / de uniformados rostros / me condujeron hasta las mentiras / con que rehice luego mi verdad”. Una verdad personal que se expresa sin autocomplacencia y con un rigor que demuestra sobradamente la revisión de toda su obra poética en el volumen Somos el tiempo que nos queda (2004, 2007 y la actualizada de 2011).Convertir la experiencia vivida en experiencia lingüística con una suficiente carga de ambigüedad iba a ser el eje de la poética de Caballero Bonald desde el principio. Su acercamiento al realismo crítico a finales de la década de los cincuenta responde, según sus propias palabras, a una “esporádica obediencia a las solicitaciones del tiempo histórico”: ya en Las horas muertas (1959), la profunda corriente existencialista dominante en sus primeros libros se decanta hacia un compromiso político que se explicita aún más en Pliegos de cordel (1963), un balance de la historia personal que traslada episodios y sensaciones al ámbito de la memoria compartida. Es este el libro que menos satisface a Caballero Bonald, ya que el discurso narrativo, más ajustado al proyecto ideológico del conjunto de los poemas, repercute en la pérdida de ambigüedad.
En todo caso, la estancia de Caballero Bonald en Colombia entre 1960 y 1962 contribuyó a alejarlo de la “operación realista” y afirmó unas constantes estilísticas visibles en su primera novela, Dos días de setiembre (1962), y en los poemas escritos a finales de esa década e incluidos luego en Descrédito del héroe (1977). Ahora se impone “la introspección en un mundo gastado, abolido, de cuyos escombros debe surgir algo así como la imagen fantasmagórica de un tiempo histórico, un paisaje…”. La nítida precisión de su lenguaje busca de nuevo los claroscuros de la memoria, como se observa en el poema “Doble vida”: “Entre dos luces, entre dos / historias, entre / dos filos permanezco, / también entre dos únicas / equivalencias con la vida. // Mi memoria equidista de un espacio / donde no estuve nunca: / ya no me queda sitio sino tiempo”.
El poema inicial de Descrédito del héroe, “Hilo de Ariadna”, escogía la imagen del laberinto —una metáfora de la existencia— para adentrarse en el territorio del mito, ampliado más tarde en los poemas en prosa de Laberinto de Fortuna (1984); “Renuevo de un ciclo alejandrino” lleva al mundo de Cavafis y Durrell a través de una geografía más próxima, de un inquietante mundo marginal. La dimensión mítica de este libro se extiende a una novela cuya redacción es casi simultánea, Ágata ojo de gato (1974); en las dos obras se vislumbra, según el autor, “una misma tendencia al empleo alucinatorio de la expresión y un mismo empeño por rastrear en lo que podrían llamarse las zonas prohibidas de la experiencia”. Novela y poesía: dos modos de enfocar un problema de lenguaje, de conducir la memoria hacia una gestión de simulacros. Caballero Bonald le pide a un poema “la seducción verbal”: “Que las palabras, las imágenes, me abran una puerta, rompan un sello, me descubran algo emocionante, me permitan asomarme a un mundo desconocido […]. Sigo siendo mitad romántico, mitad surrealista, que no son opciones tan distintas como parece. Creo más que nada en la subordinación del pensamiento lógico a la intuición lingüística”.
Trece años después de Laberinto de Fortuna aparecía Diario de Argónida (1997), definido por Caballero Bonald como un libro “algo más meditabundo, reflexivo, sobre experiencias íntimas, al margen de la poesía que yo he escrito antes”. Desde el topónimo ficticio de Argónida, con el que el autor suele referirse al Coto de Doñana, se aplica una fórmula muy personal del diario que intensifica la capacidad fabuladora del recuerdo y la reinvención del pasado a través de la escritura (“Hay un fondo borroso de papeles / quemados, como una repentina / combustión de residuos que se han ido / esparciendo por las habitaciones. / […] / Se me ha olvidado todo lo que no dejé escrito”, leemos en el poema “Memoria personal”). En Diario de Argónida se advierten ya algunos indicios de los tres libros fundamentales que Caballero Bonald ha publicado posteriormente: Manual de infractores (2005, Premio Nacional de Literatura), La noche no tiene paredes (2009) y Entreguerras (2012). Estos libros suponen la inflexión de una voz muy consolidada que se vuelve más sobria y meditativa sin apartarse de ciertas constantes temáticas y, sobre todo, sin renunciar a una clara actitud de disidencia frente a los celadores tradicionales del orden ni a la dignidad de tantos aprendizajes clandestinos: “No has vivido emoción igual que aquella. / Nada ha sido lo mismo desde entonces / y aún eres el recuerdo de ese hermoso / oficio pasional de clandestino”.
Recordemos que en una poética escrita para la antología de José Batlló (1968), Caballero Bonald afirmaba que “toda la literatura nace del planteamiento de un conflicto entre el escritor y la realidad”. Si los poemas de Pliegos de cordel ponían en evidencia la falsedad de la historia contada por los vencedores de una guerra y la humillante hipocresía de una clase social, si el sentido crítico de Descrédito del héroe apuntaba directamente hacia el poder, hacia esa “sordidez de la virtud” nombrada en el poema “Guárdate de Leteo”, muchos pasajes de sus recientes libros de poemas celebran la insumisión y la desobediencia, descreen de “las patrias y los apostolados”, se enfrentan al “nuevo orden” que justifica invasiones y masacres, “compraventas de armas, / eufemismos que solo encubren / crímenes”. El más reciente, Entreguerras, se presenta como una especie de memorias “hacia dentro”, como un encadenamiento de experiencias fragmentadas y desarrolladas a lo largo de catorce capítulos en los que el autor utiliza el versículo sin metro prefijado y sin signos gramaticales, algo que nunca había hecho antes. Y de nuevo la memoria, “el flujo y reflujo de la memoria, de una manera acelerada, discontinua, tormentosa”, se cruza con la ficción hasta llegar a la pregunta que cierra el libro: “¿eso que se adivina más allá del último confín es aún la vida?” Celebración de la vida e intensidad del lenguaje van siempre juntos en los poemas de nuestro más reciente, y muy merecido, premio Cervantes.
(*) “Navigare necesse est, vivere non necesse”, entrevista con Juan Carlos Abril, en LaOtra. Revista de poesía, julio-septiembre 2012.