El viaje de una pasión oscura
Polvo en el neón
Carlos Castán
Fotogr. Dominique Leyva
Tropo
96 páginas | 18 euros
Carlos Castán (Barcelona, 1960) dice que él nunca ha hecho la Ruta 66, evocada tantas veces por la ficción, el cine y la música. Dominique Leyva es un fotógrafo norteamericano, de Albuquerque, donde Ramón J. Sender y Ángel González ejercieron de profesores, que un día apareció por Huesca. Le mostró un montón de fotos de un viaje, y de ese encuentro nació Polvo en el neón, que es algo así como un cuento largo ilustrado por fotografías de detalles, de fragmentos, de rastros de gente que no aparece pero que deja su huella. Con todos esos materiales, y con su propia imaginación, el autor de Frío de vivir o Museo de la soledad decidió rendir su personal homenaje a la Ruta 66. Literariamente, dialoga con Sam Shepard y sus Crónicas de motel y con textos de John Cheever y de Raymond Carver.
En su viaje, Carlos Castán se imagina a un ciudadano norteamericano, Quinn, que vive una relación amorosa con Jessica. Casado con Sally, ella a su vez también le engaña con John Perkins. El pretexto del viaje es que una tía lejana le regala, a él y a su hermano, un motel y decide ir a su encuentro. Y lo hace con Jessica, aunque pronto surgen los problemas en esta huida hacia ninguna parte. Quinn se da cuenta de que quizá no la quiera. No soporta su cursilería o su concepto del amor. Lo que le duele de veras es que Sally también lo engañe. Ese complicado estado de ánimo, esa incertidumbre de la pasión, lo lleva de motel en motel, de carretera en carretera. Poco a poco el lector se da cuenta, quizá antes que el protagonista, de que escapar de uno mismo es uno de los esfuerzos más inútiles que existen. Un combate condenado al fracaso. Quinn repasa su existencia y sospecha: “El amor tiene naturaleza de pregunta […] Dudar es ya amar”.
El texto de Castán es rápido, mezcla psicología y aventura, dolencia y fuga, y explica a la perfección cómo los desiertos y las soledades, las gasolineras y las paradas, tantos y tantos lugares efímeros de paso, se acomodan a la perfección al estado anímico del personaje central. Uno puede pasarse la vida conduciendo, consumiendo kilómetros, pero hay algo esencial: el dolor no se mitiga con facilidad. Ni es fácil escapar del dolor ni del amor; de hecho, escribe Castán: “si no fuese por el puto amor que todo lo acaba ensuciando de ternura”. Carlos Castán redacta con muchos matices, con una fragilidad que siempre despierta y eriza la sensibilidad, y con una intensidad que descansa en la fuerza y el equilibrio de su prosa. Tan directa y tan escrutadora que araña hasta en los ojos.