Filología humanista
Tiempos del ‘Quijote’
Francisco Rico
Acantilado
256 páginas | 22 euros
A Francisco Rico, autor de tantos trabajos valiosos, le debemos un libro fundamental que pese a su relativa brevedad contiene, interpreta y en más de un sentido continúa el programa de las generaciones —porque fueron varias— que alumbraron el humanismo. Todo es ejemplar en ese libro, empezando por una dedicatoria —a Juan [Benet]— que se cuenta entre las más hermosas y memorables que hayamos leído nunca. El movimiento nacido en torno a los studia humanitatis, viene a decir Rico, murió cuando el ideal de una nueva civilización, forjada sobre los cimientos de la Antigüedad, abandonó su objetivo de extenderse a todos los órdenes para quedar confinado a la filología. Tal es la tesis de El sueño del humanismo (1993, reeditado por Destino en 2002), pero la limitación del empeño en su vertiente más abarcadora no quiere decir que entre los herederos naturales de los lectores del Renacimiento, esto es los filólogos que merecen ese nombre, no queden rescoldos de aquel ambicioso propósito, acaso irrealizable pero enormemente sugestivo. A ellos pertenece, claro está, el propio profesor Rico, que como editor, académico o ensayista ha llevado a cabo una labor admirable dentro y fuera de las aulas.
Su nuevo libro, Tiempos del ‘Quijote’, recoge once ensayos de desiguales interés y enjundia, siempre aleccionadores aunque ocasionalmente reiterativos, que proceden de diversas publicaciones y se reúnen por primera vez en volumen. Los puntos más interesantes son los que se refieren a las distintas interpretaciones de la obra según las épocas —mera parodia cómica o encarnación del carácter nacional, vehículo del idealismo romántico u objeto de la reflexión noventayochista—, al influjo de la temprana recepción del Quijote en el resto de Europa a la hora de su revalorización en España, al modo como lo leyeron los contemporáneos —que sabían más y menos que nosotros— o como se le han añadido frases (“Con la Iglesia hemos topado”, “desfacedor de entuertos”) o sentidos (“Metafísico estáis”) que de hecho no figuran en el libro o no para decir lo que pensamos que dicen, en un proceso que demuestra que la novela y sus tiempos —todos los tiempos del Quijote, más las lecturas asociadas “como inseparables satélites”— forman ya un todo con vida propia al margen no ya del autor sino de sus sucesivos intérpretes. Incluso cuando desciende a la minucia, por ejemplo al tratar del caso del “rucio” robado de Sancho con el que Cervantes se hizo un pequeño lío, Rico sabe adobar sus pesquisas con gusto, amenidad y dosis exactas de información que logran transmitir otras muchas cosas, incluyendo entre ellas —no la menos importante— el arte o el placer de la filología.
El buen humor, la claridad, la erudición no farragosa, la elegancia de la argumentación o cierta característica condescendencia forman parte habitual del discurso de Rico, cuyo peculiar encanto se puede apreciar de igual modo en los ensayos volanderos que en trabajos de mayor calado filológico como la propia edición del Quijote o la más reciente —y polémica— del Lazarillo. No es debido a la nombradía de Rico que nos acercamos a páginas como estas, glosas de glosas que no pueden igualar el interés de la novela misma, aunque de hecho arrojen luz sobre su historia cultural o editorial, sino porque resultan incomparablemente más gratas de leer que otras no menos sabias pero incapaces de traspasar la selva oscura del cervantismo para encontrarse con el lector frente a frente. Este encuentro sigue ocurriendo en el Quijote y por eso hablamos de una obra grande, acaso la más grande en su género. Ocurre también cuando, como soñaron los maestros del humanismo, el autor y su comentarista se convierten en contemporáneos que dialogan con naturalidad, en torno a letras que prescinden de formulismos abstrusos para hablar el lenguaje de las cosas vivas.