La gloria falsa de la belleza
Clima artificial de primavera
Ignacio Vleming
V Premio de Poesía Joven Pablo García Baena
La Bella Varsovia
72 páginas | 12 euros
Coherentemente construido, Clima artificial de primavera atesora en la vitrina de su imaginario una colección de objetos tan kitsch, groseros y fraudulentos como nuestra intimidad siglo XXI. Recoge también, sin embargo, un poso de dolor, la conciencia súbita de lo que se escapa: “Algo se rompe con brusquedad y un ángel se desliza. / Comprenden que la Historia / implica deterioro”. El deseo de ser romántico, que da título a un poema, es también la constatación de su imposibilidad: el fracaso estruendoso de la franqueza sentimental y la mueca que nos deja ese fracaso. Hay en el libro de Vleming un explícito amor a la falsedad que se conecta en secreto con lo ficticio: “Sus ojos son hermosos como ficciones: / expuestos en su frente, faroles radiactivos saturados de azul. // Detrás de su mirada contempla ilusionado la gloria falsa de la belleza. / No es verdad lo que dice pero da igual”. Hay también un enorme amor por aquello que nos mueve patética y conmovedoramente a la impostura, a fingir que cantamos en un karaoke, que viajamos en vez de hacer turismo, que nos amamos en una fotografía. Puede que esa impostura sea mucho más que el punto de partida del arte: quizás sea el punto de partida de la humanidad tal como hoy la entendemos. Sin olvidar, eso sí, que hay un temblor que resiste, testarudo y resbaladizo, en un ángulo obtuso de las reproducciones (como decía Barthes que ocurría en ciertas fotografías). Y sin olvidar tampoco que el reconocimiento de esa impostura, tan ridícula como humana, puede despertar una emoción, ella sí, verdadera.
Entre los varios microcuentos que anidan dentro de este poemario (como “Buzón de voz” o “Efectos del cambio climático en las pinturas de los museos”), me gusta especialmente “Al buio non si trova”, donde se revela que cada cinco minutos, durante un instante, puede escucharse lo mismo en el Palais Garnier y en el metro que pasa bajo el patio de butacas. Lo que se escucha es La Bohème, Puccini mainstream, París de lata. Y sin embargo tiembla el cristal de las lámparas y temblamos nosotros. Como ocurre siempre que uno tiene la fortuna de cruzarse con poesía de la buena.