Acariciad los detalles
Lo que tiene alas. De Gógol a Raymond Carver
Eduardo Jordá
Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos 2014
Fundación José Manuel Lara
224 páginas | 18 euros
Septiembre de 1950. Universidad de Cornell, Nueva York. Lunes, miércoles y viernes Curso de Literatura 311-312. El profesor, que en esa época está escribiendo Lolita, enseña a sus alumnos a leer como detectives. Casa desolada de Dickens, La metamorfosis de Kafka, el Ulises de Joyce, son algunas de las historias que indagan en busca de pistas, de motivaciones, de los secretos que se esconden dentro de un secreto. “¡Acariciad los detalles!”, repite Nabokov, y ellos, abducidos por la magnética personalidad del hombre al que le apasiona cazar mariposas, se entregan a la investigación.
El eco de aquella frase vuelve a latir, igual de luminosa y potente, en las páginas de Lo que tiene alas. El interesante ensayo en el que Eduardo Jordá convierte catorce lecturas en catorce relojes literarios que abre y desarma con pasión y rigor para mover los engranajes, estudiar los mecanismos de las líneas temáticas y sus referentes, auscultar los giros de la historia, la evolución de las personajes, la transformación del narrador, el modo de hacer funcionar la estructura, los manierismos y trucos del autor, el efecto del estilo. Cada lectura es un viaje por dentro y fuera del relato o de la novela corta. Un itinerario y una descodificación que transforma en pequeños ensayos que despiertan en el lector la imaginación, la curiosidad y la pasión por leer. La inteligencia de hacerlo sin prejuzgar de antemano, sin dejarse convencer con facilidad ni buscar interpretaciones rocambolescas.
Eduardo Jordá, al igual que Nabokov, traza dibujos, esquemas, una cartografía del libro que disecciona para explicar cuál es el mecanismo de orfebrería que lo convierte en una valiosa e imprescindible pieza en el joyero literario del autor. En este peritaje son importantes su solvente formación lectora, su condición de escritor y los alumnos de los diferentes talleres de Escritura Creativa que ha impartido. De hecho, al final del volumen, agradece las aportaciones que hicieron con sus planteamientos e interrogantes. Un intercambio de ideas, explorado y evaluado por el buen criterio de un profesor, que subyace en el acierto de haber convertido los hallazgos y las posibilidades en un introspectivo y didáctico libro sobre diversas poéticas literarias que van desde Gógol −el autor también preferido de Nabokov−a Raymond Carver.
Eduardo Jordá escoge los libros de autores que le han marcado. Los vuelve a leer como si fuese la primera vez, adentrándose más allá de lo que lo hizo la última vez, cuestionando lo que cree saber y permitiendo que aquello que sus alumnos dicen haber visto y entendido proponga otras lecturas. La manera en la que Tólstoi cuenta en tiempo real el relato de Ivan Ilich; el estilo con el que Chéjov funde lo humilde y lo triste, los fantasmas interiores y el poder salvador de la imaginación en El violín de Rotschild; los fuegos de artificio que iluminan la sombría danza de la muerte de El gran Gatsby, influenciado por El corazón de las tinieblas de Conrad; la elegante tristeza de Zweig al tratar la desintegración de un mundo fundado en la cultura y el saber; la simbología de la puerta de roble que divide el espacio de Casa tomada de Cortázar; las delicadas metáforas y la compleja simbología japonesa de La casa de las bellas durmientes de Kawabata o la importancia del pasado que aún no ha sucedido en la peregrinación por 17 piscinas de El nadador de Cheever son algunas de las lecturas acerca de las que nos descubre fascinantes interpretaciones. Y de paso nos enseña Jordá que todo buen lector sólo busca una posible victoria sobre las derrotas cotidianas. Que dentro de cada historia siempre hay mariposas ocultas que hay que saber cazar.