Una sociedad cerrada
El cementerio vacío
Ramiro Pinilla
Tusquets
280 páginas | 19 euros
Teníamos noticias del detective Samuel Esparta por su primera novela, Solo un muerto más. Y sabíamos que el personaje posee una librería en Getxo, el pueblo costero de Vizcaya, en la que le ayuda Koldobike, una mujer con opiniones contundentes que representa un modelo de mujer vasca. El investigador se llama en realidad Sancho Bordaberri, un entregado lector de los grandes del género negro como Raymond Chandler y Dashiell Hammett que también investiga cuando le cae algún encargo. Es entonces cuando se mete en la piel de su seudónimo Samuel Esparta, homenaje al Sam Spade de Hammett, al que emulaba en su juventud cuando escribía novelas que enviaba sin éxito a las editoriales. Hasta que un día en la playa, mientras le daba vueltas a los porqués y a los posibles sospechosos del asesinato de los gemelos Altube, caso que resuelve en Solo un muerto más, se dio cuenta de que sus cavilaciones, más que dar para una novela, eran la novela. Fue el momento en que decidió trasladar sus pesquisas al papel, sin artificios literarios. “Es un escritor malo, sin imaginación, que tiene que agarrarse a la realidad porque no le queda más remedio”, resume Ramiro Pinilla. Un realismo extremo que le ha traído algunos problemas a Esparta porque ha convertido a los habitantes del Getxo rural de hace más de medio siglo, caracterizado como una sociedad poco amiga de que aireen en público sus miserias, en personajes con sus mismos nombres y apellidos.
En vista de que resolvió bien su primer caso, Pinilla le da ahora al detective su segunda oportunidad en El cementerio vacío. “El lector se encuentra ante un personaje ridículo, con toda su mitología de Chandler y Hammett, pero también resulta humano. Lo que hago es una parodia respetuosa y amable de la novela de intriga”, explica Pinilla. Un humor que se nota en los diálogos y en las situaciones, y en la conciencia del propio personaje que parece darse cuenta de que es el reflejo deformado de un detective de mayor empaque, aunque acepta de buen grado sus limitaciones. El caso que ahora entretiene a Samuel Esparta toca la muerte de Anari, “una belleza vasca”, en palabras de Pinilla, asesinada la noche en que se iba a fugar con Pedro, mientras los lugareños celebraban una romería. Como Pedro es de la zona obrera e inmigrante, todas las sospechas recaen sobre él. El inmigrante se convierte en el “monstruo”, en el “proscrito” de la mentalidad nacionalista. Todos querían a la chica, todos los hombres soñaban con ella de una u otra manera. El pueblo no soporta la idea de que una muchacha tan vasca haya intentado fugarse con un maketo, y como reacción lo acusan del asesinato.
Pinilla subraya la importancia del contexto histórico en que se mueve. “Solo un muerto más transcurre en 1945 y El cementerio vacío, dos años después. El franquismo apretaba mucho”. El comisario que investiga en paralelo a Esparta el caso de Anari es el representante de la dictadura en la obra y, a pesar de que no se le ahorran críticas y suspicacias por parte de los personajes, muestra un carácter transigente. El comisario y Esparta son los únicos que, fieles al principio de que tiene que haber pruebas para declarar la culpabilidad, no prejuzgan a Pedro. El resto del pueblo lo quemaría en una hoguera, ciego por su división del mundo entre buenos y malos, entre los de aquí y los de allá. Es uno de los temas clásicos de Pinilla, muy familiar para quien haya leído su trilogía Verdes valles, colinas rojas.
El autor expone con toda claridad su visión de la inmigración al comienzo de la novela, como si quisiera que el lector supiese desde el principio su punto de vista. “No vinieron por gusto, a contemplar nuestra cara bonita, sino a trabajar en minas y fábricas. Venían, naturalmente, a quitar el hambre, y se lo recordamos llamándoles muertos de hambre”.