Pedro Álvarez de Miranda
“El léxico es un inmenso caldero en el que las palabras están en ebullición”
El pasado día 14 de marzo se cerró la 23ª edición del Diccionario de la lengua española, que se publicará en octubre con motivo del III centenario de la Academia. Ese día, José Manuel Blecua, el director de la RAE, entregó a Ana Rosa Semprún, representante de la editorial Espasa, un pendrive con los contenidos. Hasta el pasado agosto se han estado corrigiendo pruebas y revisando las 2.400 páginas que tendrá el nuevo Diccionario; los algo más de 93 000 artículos —6.000 más que el anterior— y 200.000 acepciones, de ellas casi 20.000 americanismos. La obra se publicará simultáneamente en España y en América, como no podía ser de otra forma si consideramos que es fruto de la colaboración de las 22 academias de la lengua española.Pedro Álvarez de Miranda (Roma, 1953), catedrático de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Madrid, especialista en lexicografía y lexicología, elegido académico en 2010 por el sillón Q, es el director del Diccionario que muchos pronostican que será el último que se imprima en papel.
—Siempre que paso frente a la Academia pienso en el Beagle, el barco de Darwin, porque asocio la evolución natural a la evolución lingüística. No sé si podemos establecer esos paralelismos.
“El ‘Diccionario’ refleja la evolución de la lengua. Se ha reprochado a la Academia ser lenta de reflejos, el incorporarse tarde, pero creo que esa crítica cada vez está menos justificada”—El Diccionario refleja la evolución de la lengua. La refleja con lentitud, pues las lenguas evolucionan lentamente, aunque dentro de las lenguas el elemento más efervescente es el léxico. Se ha reprochado a la Academia ser lenta de reflejos, el incorporarse tarde, pero creo que esa crítica cada vez está menos justificada. En las últimas ediciones la Academia ha hecho un esfuerzo de actualización bastante importante. Pero sí, en efecto: si el Diccionario de Autoridades refleja la vida española de comienzos del siglo XVIII, el Diccionario que ahora editamos refleja la vida de comienzos del siglo XXI. Y lo curioso es que, al ser acumulativo, también refleja épocas pasadas.—¿Hemos llegado a vislumbrar cuáles son esas reglas de evolución?
—El léxico es un inmenso caldero en el que las palabras están en ebullición, unas mueren y aparecen otras nuevas. Existe el tópico falso —los hay verdaderos— que dice que el léxico se empobrece. Yo creo lo contrario: que se va enriqueciendo. Para la comunicación cotidiana el hombre ha utilizado siempre un número similar de palabras, pero en el inventario del idioma son más las altas que las bajas. Es difícil que una palabra desaparezca del todo, que muera.
—¿A más palabras, más ideas?
“Los que han pensado antes que nosotros y enriquecido el léxico nos han legado ese patrimonio y disfrutamos de esa riqueza mientras vamos incrementándola. Nuestro saber léxico e intelectual es acumulativo”—Sí. Enriquecen el espesor ideológico de la lengua, de los pensamientos expresables en esa lengua. Es la vieja idea de que somos enanos a hombros de gigantes. Los que han pensado antes que nosotros y enriquecido el léxico nos han legado ese patrimonio y disfrutamos de esa riqueza mientras vamos incrementándola. Nuestro saber léxico e intelectual es acumulativo.—¿En la Academia es mayor la alegría por la palabra que se incorpora al Diccionario o el dolor por el vocablo que desaparece?
—Hay académicos a los que les produce dolor que una palabra salga del Diccionario. El que decaiga en el uso no es motivo para ello, sino para que se mantenga con la marca desusado. El Diccionario está lleno de esas marcas. El problema es que a veces detectamos palabras que, más que desusadas, no se han usado nunca, palabras fantasma o acepciones fantasma que están basadas en un error o en la precipitación del lexicógrafo. Esas sí que deben salir del Diccionario. Otra decisión que entristeció a los académicos fue la de suprimir aquellas palabras que no estuvieran documentadas después del siglo XV. Las palabras del Siglo de Oro que hoy no se usan deben estar en el Diccionario.
—¿No supone una especie de fracaso colectivo que la falta de fondos haya causado que se abandone el Diccionario histórico?
—El denominado Diccionario histórico es un proyecto que ha tenido varias etapas. A partir de 2004 hay un proyecto dirigido por José Antonio Pascual, llamado Nuevo diccionario histórico del español, que, según mis noticias, no se ha abandonado.
—Digamos que se ha ralentizado mucho.
—Se ha ralentizado mucho porque tenía una asignación presupuestaria especial que le dio el Gobierno anterior y que el vendaval de la crisis se ha llevado por delante. Pero no está abandonado, no debería abandonarse en ningún caso porque no es un lujo para una lengua, sino una obligación ineludible tener un registro exhaustivo de todo lo que existe y ha existido en el léxico, de lo que hemos sido y lo que somos.
—Cuesta creer que la RAE, que tiene 50 millones de entradas mensuales en su página web para consultar el Diccionario, padezca problemas económicos. Alguien habrá interesado en rentabilizar ese inmenso tráfico.
—Ese asunto está ahora sobre el tapete de la discusión. Es difícil cobrar por algo que ha sido gratuito. Tenemos patrocinadores y se están manejando posibilidades como incluir publicidad en la página web. No sé si eso nos sacaría de pobres. Otra posibilidad es que el Diccionario ofrezca diferentes niveles de consulta, algunos de ellos, los especializados, de pago. El mejor diccionario del mundo, el de Oxford, cobra por consulta y todo el mundo lo ve como muy natural. Eso estamos estudiando, porque la situación económica es muy preocupante.
—Hay mucha gente que sueña con entrar en la Academia y algunos hasta estarían dispuestos a pagar. Es broma, pero sí que es cierto que la Academia se ha prestigiado mucho en los últimos años.
—No creo que la Academia anterior estuviera desprestigiada. Yo valoro mucho la Academia de los años sesenta, setenta, cuando a su frente estaban don Ramón Menéndez Pidal o don Dámaso Alonso, un director muy importante y del que hoy nadie se acuerda. Tal vez la Academia no fuera tan conocida, pero su nivel de prestigio siempre ha sido muy alto.
—¿Estamos ante el último Diccionario editado en papel?
—No lo sabemos. La muerte del libro impreso se ha pronosticado muchas veces y ello no acaba de suceder, afortunadamente. No sabemos cuál va a ser la respuesta del público al Diccionario que sale ahora. Esa respuesta condicionará las ediciones futuras. ¿Tendrá sentido, dentro de diez o doce años, un diccionario en papel? No lo sé. Y digo diez o doce años porque es el intervalo que en los dos últimos siglos ha mediado entre una edición y otra. En cualquier caso, nadie de la Academia ha dicho nunca que esta vaya a ser la última edición impresa.
—Limpia, fija y da esplendor es el lema de la Academia, pero ¿cuál es la influencia real de esta casa en el devenir de la lengua?
“El peculiar uso de la lengua del whatsapp o los SMS no supone un peligro. Lo grave sería que los jóvenes no supieran expresarse de otra manera. Pero eso no ocurre, saben cambiar de registro cuando la situación lo requiere”—Las lenguas son soberanas y viven al margen de las academias. Hay lenguas que no tienen Academia. La influencia real es menor de lo que parece. Hay que distinguir niveles: donde la Academia ha influido mucho es en la ortografía. En el siglo XVIII no había una ortografía, sino una grafía bastante caótica, no sujeta a reglas claras, y la Academia puso orden. Gramaticalmente y léxicamente, la influencia ha sido mucho menor y es bueno que sea así. La Academia ha podido empeñarse en que se utilizara una determinada palabra y no tener éxito y reconocer ese fracaso. En léxico, el pueblo es soberano. Durante un tiempo, la Academia se resistió a aceptar una acepción de lívido como pálido, porque esa acepción es un error de los hablantes. Lívido significaba amoratado, pero, como ese adjetivo se aplicaba a veces a cadáveres, los hablantes interpretaron que lívido significaba pálido. La Academia se resistió, pero tuvo que incluir esa acepción. La Academia, al final, actúa como un notario.—¿Suponen algún peligro para la lengua las formas de escribir de los jóvenes en las redes sociales?
—En mi opinión, no. Ese peculiar uso de la lengua del whatsapp o los SMS implica una verdadera gimnasia mental. Es algo muy antiguo: los telegramas, las abreviaturas, la taquigrafía… Nunca han supuesto un peligro grave para la lengua. En el siglo XIX muchos se rasgaron las vestiduras ante la peculiar sintaxis de los telegramas. Lo grave sería que los jóvenes no supieran más que ese código, que no supieran expresarse de otra manera. Pero eso no ocurre, saben cambiar de registro cuando la situación lo requiere. Eso es un enriquecimiento, no un empobrecimiento.