Salvar al lobo
La arquitectura del aire
Carlos Marzal
Tusquets
256 páginas | 17 euros
Hay escritores, como Bergamín, que usan sus aforismos como piedras sobre un río para no ahogarse en la veloz corriente de sus pensamientos (y de los pensamientos del mundo), mientras que para otros, como Cioran o Nietzsche, los aforismos son afluentes de una filosofía única en la cual desembocan para nutrir sus aguas. Carlos Marzal pertenece a la estirpe de los primeros porque sus aforismos le sirven para ensayar saltos (o resurrecciones, como dice en uno de ellos), para jugar a no mojarse y para pasar al otro lado (esa otra orilla que en muchas tradiciones nombra a la muerte o al más allá) antes por deporte y para ponerse en forma que por ánimo de trascendencia. Juguetones y felices, “escritura caída del cielo”, sus aforismos descreen del énfasis y de los sistemas y se entregan a las voluptuosas insinuaciones de la paradoja, en cuyos brazos se cura del dolor de tener un yo y una vida en vez de infinitos yoes y vidas. Este carácter medicinal del aforismo parece importarle mucho, como se ve en uno de los más importantes del libro: “El pensamiento es el cepo: luego viene el aforismo y salva al lobo”. Carlos Marzal, en efecto, quiere salvar al lobo (su fuerza y su instinto, su libertad insobornable, sus feroces ganas de vivir) de las garras de una sociedad desalmada que está empeñada en convertirlo todo en establo, en uniforme y en muerte. Son lobos (y la invitación al lobo) los que corretean por estas páginas que, de manera complementaria, trazan el mapa de los cepos para que sus lectores puedan evitarlos.