Una mirada plural
La obra narrativa de Ayala abarca distintas etapas, desde la vanguardista de sus primeros textos, pasando por formas de relatos de fondo histórico, hasta sus dos novelas de dictador latinoamericano
Francisco Ayala es uno de esos escritores en los que es difícil separar su dimensión intelectual y su obra creativa. Hay puentes que comunican el pensamiento desarrollado en el ensayo reflexivo, como en los recogidos en el libro La estructura narrativa y otras experiencias literarias (1984), con la obra critico-literaria sobre otros escritores (especialmente en los ensayos dedicados a Cervantes, a Quevedo y Galdós) y finalmente su propia creación narrativa, que muchas veces es hija de esas preocupaciones sobre los caminos que comunican ficción y realidad. Por otra parte la obra de Francisco Ayala cruza todo el siglo XX, y encontramos en sus obras de creación ficcional, diferentes estilos y temática, que va desde la más vanguardista de sus primeros relatos incluidos en el volumen El boxeador y un ángel (1929) pasando por formas de relatos de fondo histórico, como Los usurpadores (1949) hasta sus dos novelas de dictador latinoamericano, Muertes de perro (1958) y El fondo del vaso (1962) que recorren la historia ficticia de Simón Bocanegra. Francisco Ayala es uno de esos escritores en los que es difícil separar su dimensión intelectual y su obra creativa. Hay puentes que comunican el pensamiento desarrollado en el ensayo reflexivo con la obra critico-literaria sobre otros escritores y su propia creación narrativaQuizá del conjunto de su obra lo que destaque sea la visión derivada del perspectivismo esencialmente orteguiano. El perspectivismo es una actitud y también un modo de mirar la realidad. Se llena de espejos, huye de todo doctrinarismo y entiende que la única forma de dar una imagen de lo real pasa por la refracción de sus formas, en cuadros diversos, en aristas múltiples. Y es que muy pocos escritores son tan decididamente orteguianos como don Francisco. No en vano en Revista de Occidente blandía sus primeras espadas como escritor y colaboró con Ortega en muy diversas empresas intelectuales de los años veinte y treinta del siglo XX, un siglo que su obra y su vida cruzaron por completo y del que se convirtió en testigo principal, según muestran sus memorias Recuerdos y olvidos. Si uno recorre el conjunto de su narrativa advierte también que Ayala es dueño de un estilo en el que se cruzan diferentes lenguajes, que reúnen su interés por el cine, la pintura, el periodismo, la crónica histórica, la paráfrasis literaria, etc. Desde la esencial plasticidad de cuadros vanguardistas, que parecen retratos pictóricos, hasta la crónica periodística de las entradas de El jardín de las delicias pasando por la reconstrucción histórica de las crónicas como es el caso de Los usurpadores, en especial ese relato titulado “El Hechizado”, que es tenido por una obra maestra.Junto al perspectivismo el otro rasgo que cruza su obra narrativa es el cervantismo (que proyecta luego sobre Galdós). Se ve muy bien en una novelita como El rapto, que ha sido construida como versión contemporánea del episodio que narra el capitulo LI Quijote de 1605, con el secuestro que perpetra el fantasmón Vicente de la Roca. La primera obra narrativa importante es El boxeador y un ángel, publicada en 1929. Se trata de un conjunto de relatos, de conexión bastante extraña y arbitraria, en que se sirve de técnicas como el guión cinematográfico, pero que también se ve fecundado tanto por el surrealismo como por las metáforas del creacionismo, en una estirpe vanguardista muy de los años veinte. Le siguen Cazador en el alba y Erika ante el invierno, ambas publicadas en un volumen en 1930. En la primera se sirve de los borrosos límites de la vigilia y el sueño para indagar en la ciudad como visión inhóspita frente al campo, pero en la que cuaja uno de los desarrollos más altos que ha tenido la novela expresionista española.
Sin duda alguna su obra de mayor envergadura anterior a Muertes de perro, es el citado volumen Los usurpadores, que Ayala publica ya en el exilio, tras un paréntesis de veinte años, que dedicó fundamentalmente a su obra ensayística. Siendo una colección de diferentes relatos, es sobre todo un libro unitario, porque está animado por la idea de ser una indagación sobre el poder, sentido como una usurpación. Ese es el tema que desarrolla en diferentes episodios o historias recorridas en el volumen, que se ve precedido por un prólogo en el que el autor implícito proporciona las claves del libro. Todos los relatos tienen un fondo histórico, con episodios vividos por diferentes personajes vinculados al poder real de Castilla, desde la Edad Media hasta el siglo de Oro, teniendo singular importancia los que tratan de la persecución inquisitorial, tanto en el relato “El inquisidor” como en el titulado “El Hechizado”. Ayala va dando muestras tanto del fanatismo religioso como de su contrapoder en la figura de los heterodoxos perseguidos. La primera obra narrativa de Ayala publicada en el exilio recorre por tanto el tema del fanatismo en la Historia de España. Pocos meses después, en el mismo año de 1949 publica Ayala otra colección de relatos, reunidos bajo el título de La cabeza del cordero. También se trata de un libro unitario, pues todos los relatos están vinculados a la Guerra Civil española, pero no al modo de crónica realista sino que están siempre presididos por el orden simbólico de su significación profunda, como meditación de las pasiones desencadenadas en ella, ya sea la envidia, el rencor, o la violencia. El tono, y la temática, cambian en el siguiente libro de relatos, titulado Historia de macacos (1955), que junta historias protagonizadas por personajes que rayan lo ridículo, lo estrambótico, pero que, pese a lo jocoso de su inventiva, remiten a una misma visión agraz y desengañada sobre la condición humana, con la que Ayala fue mirando la realidad, entretenida ahora en formas diferentes de la estupidez.
Como novelista Ayala ha entregado dos verdaderas joyas: Muertes de perro (1958) y El fondo del vaso (1962), ambas ambientadas en una imaginaria república americana, y que entran por derecho propio en la cabeza de un género, como el del dictador, que ha dado obras maestras desde el Tirano Banderas de Valle-Inclán hasta La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa, en una serie en la que han inscrito su nombre algunos de los mejores: Miguel Ángel Asturias (El Señor Presidente), Alejo Carpentier (El recurso del método), A. Roa Bastos (Yo el Supremo), García Márquez (El otoño del patriarca), etc. Para relatar la historia de Bocanegra se sirve Ayala de ese rasgo analizado antes, el perspectivismo, que afecta a los propios supuestos materiales con los que la historia ha sido compuesta, pues la novela es la reconstrucción del asesinato de Bocanegra, hecha por Luis Pinedo, un inválido que es testigo de cómo Tadeo Requena, el secretario y hombre de confianza de Bocanegra, le traiciona. Para narrar la historia se sirve Pinedo no únicamente de su perspectiva limitada, sino de diferentes fuentes de información, ofreciendo un tapiz caleidoscópico, que tiene en el fondo más que un referente concreto (pudiendo ser muchos de ellos, dada la sucesión de golpes de estado militares en diferentes países americanos), una imagen del poder absoluto, pero sobre todo de la podredumbre que en torno a él se genera y desarrolla. Al final Tadeo Requena resulta tan envilecido como su propio Jefe Supremo. El fondo del vaso supone una continuación de Muertes de perro, pero al mismo tiempo un ahondamiento de su perspectiva caleidoscópica, pues tiene un nuevo cronista, José Lino Ruiz que da otra versión de los hechos, remitiendo la obra de Ayala a un escepticismo del que se deduce que la propia Historia es incapaz de captar una verdad que únicamente la Literatura puede ofrecer en la variada gama de sus perfiles y aristas.
José María Pozuelo Yvancos es catedrático de Teoría de la Literatura en la Universidad de Murcia