Realidades de Ayala,
recuerdos míos
La viuda del escritor evoca la presencia de Francisco Ayala en sus textos y algunas de las experiencias compartidas que quedaron plasmadas para siempre en su literatura
La literatura es lo esencial.
Todo lo que no sea literatura no existe.
Porque, ¿dónde está la realidad?
FRANCISCO AYALA
Placa en la entrada del IES Francisco
Ayala de Hoyo de Manzanares
¡Fue sueño ayer; mañana será tierra!
¡Poco antes, nada; y poco después, humo!
FRANCISCO DE QUEVEDO
Soneto LXXXIX
Reproduzco los dos primeros versos de una célebre meditación lírica de Quevedo acerca de la brevedad de la vida, tema muy en consonancia con la ocasión del presente escrito: la conmemoración del quinto aniversario del fallecimiento en Madrid, el 3 de noviembre de 2009, del escritor español (y esposo mío), Francisco Ayala. A pesar de que entre los clásicos de la literatura en lengua castellana se le suele asociar de inmediato con el humanismo e ironía de Cervantes, no por ello dejó mi marido de reflexionar sobre la obra —satírica, estremecedora— del maestro del barroco español (y homónimo suyo), Francisco de Quevedo.
En cuanto a mí se refiere, prefiero en mi fuero interno recordar a mi Francisco como el autor de páginas, sumamente bellas, de inspiración más bien cervantina, como las de la segunda parte de El jardín de las delicias, “Días felices”; las de sus memorias, Recuerdos y olvidos (1906-2006); y las del volumen, sui generis, de escritos titulado De mis pasos en la tierra.
Mas como todos, tenía también él un lado oscuro y —¿por qué no decirlo?— bastante pesimista: el que en su obra de invención se expresaría mediante la sátira, y que hacía que en la vida cotidiana acabara achacando tantísimos males a la “condición humana”… Se trata, claro está, del humor como defensa contra las maldades humanas (producto, en su propia mitología personal, del pecado original), que caracteriza cuentos como los de Historia de macacos, las novelas Muertes de perro y El fondo del vaso, o la primera parte de El jardín de las delicias: la que lleva el esproncediano título de “Diablo mundo”.
Recién enviudada aún, es comprensible que, al ocuparme del tema del tiempo (El tiempo y yo), de una pérdida para mí todavía indescriptible y de la única realidad que hoy en día existe para mí —la de la literatura—, me venga ahora a la mente el arte de Quevedo, pues para la “realidad” de la muerte, o la del infierno de esta, nuestra vida en la tierra, nadie mejor que el autor del Buscón, cuyas huellas se pueden rastrear a lo largo de toda la obra ayaliana: desde el título, Hoy ya es ayer, de una colección de ensayos suyos, hasta un epígrafe, “No pintó tan extrañas posturas Bosco como yo vi”, en El jardín de las delicias…
Se me piden recuerdos, sin que, en el día de hoy, me sienta aún capaz de compartir, sobre todo con lectores que personalmente no conozco, mi propia intimidad. Llegará, quizá, el momento en que lo consiga hacer. Mientras tanto, por suerte, me puedo refugiar (¿ocultar?) tras un biombo compuesto de palabras que sólo en parte son mías. “¡Ah de la vida! —empieza otro soneto quevediano— ¿Nadie me responde?”. Sintiéndolo mucho, esta Es cansada que soy todavía yo se ha de escudar, aquí, tras la realidad de la literatura. Lo cual me conduce a las palabras de Ayala citadas en el epígrafe primero, así como —anécdota que no carece de cierto grado de trascendencia—, a una historia que solía relatar mi marido sobre una larga, y memorable, conversación que, en un hotel bonaerense, y bajo unas circunstancias históricamente problemáticas, sostuviera él con Borges: una conversación —siempre que lo contaba él enunciaba con esmero, suavidad y hasta devoción la palabra— acerca de la “li-te-ra-tu-ra”.
“La literatura —al cumplir los 101 años de edad se lo dijo Francisco Ayala en una entrevista al periodista Juan Cruz— es lo esencial. Todo lo que no sea literatura no existe. Porque —termina ahí por preguntar—, ¿dónde está la realidad?” Mientras el lector reflexiona sobre esta hipótesis, intentaré compartir con él (convirtiéndola también aquí, dicho sea de paso, en literatura…), alguna versión (subjetiva) mía de lo narrado —desde luego, muchísimo mejor— por Ayala sobre mi persona en su libro Recuerdos y olvidos, lo que —para gastarte aquí, Francisco, una pequeña broma post mortem— también en nuestro caso pudiera titularse “Experiencia e invención”…
Cuando me pongo a pensar en la realidad de la literatura del propio Ayala, me pregunto cómo, en mi caso, distinguir entre una experiencia compartida, fugaz, y lo que, recreado poéticamente luego, para siempre jamás acabará por existir… Cierro los ojos y me veo, de joven (¡!), en una fiesta navideña, a la luz de las velas, conversando con un eminente profesor, colega en aquel entonces mío, con el que unos cuantos años más tarde, de turistas en Egipto, celebraría una Nochevieja —transformada (luego), poéticamente, por él en Nochebuena—, en un barco navegando por el Nilo… O bien llorando, en Granada, aquella mañana del 18 de noviembre de 1992, ante la “belleza intolerable” del Generalife… ¿Realidad o ensueño? Más esencial me parece, y desde luego más real resulta ser lo recreado por el escritor que aquello que, desde hace años ya, recuerdo haber “vivido” yo…
En mi galería íntima de fotos, cuadros y carteles, son cada vez menos las imágenes que se dejan rescatar. Con el tiempo, y su paso, todo se nos desvanece ya. Lo cierto es que resulta agridulce lo que ahora, tras su deceso, me toca revivir a través —claro está— de la literatura. A veces —según lo describe el autor en su epílogo a El jardín de las delicias— “vuelve todo ello a encenderse, a vibrar dentro de mí…” Lo cual demuestra, sin lugar a dudas, que la literatura se ha convertido, ya, en mi propia realidad. Sea lo que fuere, en la de mi marido encuentro hoy en día yo un vivo reflejo de quien la inventó.
“¿Para quién escribimos nosotros?”, dio como título Ayala a un ensayo que, allá en 1949, publicó en una revista mexicana. Quisiera yo creer, Francisco, que de alguna manera misteriosa habrás escrito tú, en parte, para mí…
Madrid, agosto de 2014
Carolyn Richmond es presidenta de honor de la Fundación Francisco Ayala