Una fábula humanista
Viento de tramontana
Sergio Gaspar
Edhasa
288 páginas | 14 euros
Las primeras palabras de Sergio Gaspar al frente de Viento de tramontana recogen una cerrada declaración de principios: “una sociedad que aspire a un futuro de tolerancia y reflexión, es la que acepta sonreírse en el presente de sí misma”. Añade además una exacta descripción de esta su primera novela: “es una parodia con vocación literaria de algunos aspectos de la vida política y de la industria editorial españolas”. Con esas explicaciones, nada nos sorprende que al poco encontremos a Josep Pla al volante de un asno aéreo; un Pla cuya falsa muerte ha propalado desde 1981 el gobierno catalán por un engaño de Jordi Pujol para que no perjudicara sus intereses políticos. Pero Pla está vivo y toma chiquitos con Cervantes (que quizás sea un pseudónimo de Alonso de Avellaneda, el autor del Quijote apócrifo) o hace de guía de Franco por las calles de Barcelona. Luego, el autor de El ciprés de Silos sigue creyendo en Dios negocia con la directora de Seix Barral el premio Biblioteca Breve 2014 para el libro que está escribiendo un negro. En fin, no indicaré ningún otro pasaje de semejante delirio imaginativo para no charfarle al lector tal regocijante aliciente. Ni tampoco señalaré sarcasmos y guiños literarios, salvo, como muestra, esta actualización manriqueña: “cómo se marcha la vida, cómo te embargan el piso, cómo te insulta una alumna, cómo te bajan el sueldo…”.
Lo goliardesco, por su jocosidad satírica, y lo valleinclaniano, por la deformación expresionista, se emparejan dentro de una fábula de construcción con misterioso narrador polimórfico, rupturas experimentales y una estructura caótica puesta al servicio de una visión modernista de la novela, la misma que Gaspar propició a veces como editor. Por esta forma, que tiene tanto de actualísima como de clásica (piénsese en las historias pegadizas del Quijote), se decanta el autor, quien practica una poética acumulativa que mete en el mismo saco, poniendo en práctica la observación de un personaje, materiales heteróclitos: lo cómico y lo trágico, lo lógico y lo ilógico, lo risible y lo serio. En suma, un popurrí cuya legitimidad defiende el propio libro.
Tengo la sensación de que, en primera instancia, Sergio Gaspar se ha dado un gusto, dicho coloquialmente. Pero no acaba ahí, en el puro y feliz juego, o en la demostración de excelentes habilidades narrativas, su intención. Esta enajenada fábula está al servicio de varias causas: la de zaherir cierto nacionalismo pueblerino, evidenciar las falsificaciones de la historia, advertir sobre los difusos límites de verdad y mentira y denunciar los embustes del mundo editorial. Escéptico, iconoclasta y guasón, Gaspar resulta, en cambio, muy serio por su soterrado alegato a favor de la plural cultura humanista y, en general, del valor de la literatura.