Realidades accidentales
¿Hay vida en la tierra?
Juan Villoro
Anagrama
376 páginas | 19,90 euros
Juan Villoro no es John Lennon. Pero reconoce que el exbeatle tenía razón: la vida es lo que nos sucede mientras estamos haciendo otras cosas. Aquellas que, en un momento provocan malentendidos, irritaciones, cambios de conducta, extravíos y otras realidades accidentales a las que el escritor mexicano les ha buscado su información secreta y sus efectos secundarios en los últimos años. Una columna periodística es el escenario perfecto para interrogar los sucesos a piel de lo real y también para realizar el retrato íntimo de esa realidad. Igual que hace Villoro con una lupa hedonista e irónica cuyo enfoque va de lo local a lo universal, de la familia al género humano, consiguiendo unas sarcásticas narraciones de la vida privada de los acontecimientos. Durante diecisiete años no ha dejado de caer en la tentación de escribir, en papel de periódico, estas brillantes columnas sobre los misterios de lo cotidiano y sus adversidades. También sobre la idiosincracia de México diseccionada en aguafuertes de sociología sazonados de color y de sonrisa crítica. Nada le es ajeno. Lo mismo explica porqué los taxistas y los peluqueros son únicos en narrar problemas, que la comida −sin prisas ni a solas− es el principal medio de comunicación de sus paisanos o la necesidad que tiene su país de seguridad, justicia social y de buenos delanteros, que dibuja la pequeña épica resistente de los exiliados españoles −a través de la maleta de un abuelo que fue maestro republicano− o nos cuenta sobre los problemas que suscita dormir en pareja o acerca de los desnudos de Spencer Tunick o los candados de Pont des Arts de París y la llave perdida del amor. Pequeños dramas, grandes ilusiones, prácticas cotidianas. Todas las posibilidades de equivocarse o de ser feliz.
Cien realidades con sus acrobacias que suceden incomprensiblemente en la rutina de los días actuales y convierten al lector de ¿Hay vida en la tierra? en un flâneur que recorre los ruidos y los sueños artificiales de esta época, sujeta a las dependencias de los avances tecnológicos, al horror con el que convivimos con naturalidad desde los juicios de Núremberg y a las exigencias absurdas, surrealistas tantas veces, de la burocracia laboral y de las erróneas prioridades de una sociedad cautivada por el bisturí y el photoshop. Muy buena metáfora del individualismo esa singularidad de los modelos parciales con su lóbulo perfecto para un pendiente o con pestañas en las que el rímel practica surfing.
Villoro enfoca, caricaturiza, atina, dispara, desenfoca cuando quiere, crea subjetivas formas de la realidad con las que incitar a reflexionar después de la fugaz carcajada. Lo mismo que transforma las anécdotas, muchas de ellas protagonizadas por amigos que son albaceas de objetos, que defienden el rock nihilista o son adictos a las galletas chinas de la suerte, en deliciosos relatos cortazarinos que otras veces evocan a Handke y en algunos casos a Nanni Moretti. Un aliento de ellos hay en los textos en los que traza un instante de vida, un fotograma de prensa, para tomar un capuchino con el diablo que viste y se expresa como un político, hablar de un director de orquesta al que le rechinan los zapatos o desvelar de qué hablamos cuando se nos tuerce el día. Villoro los homenajea pero no tanto como a Jorge Ibargüengoitia, maestro en el que se reconoce esta literatura periodística que se adentra en los laberintos de lo real y desentraña el insólito desorden de la vida normal con el propósito de hacernos caer en su wildeana tentación. ¿Hay vida en la tierra? Lo que sí hay seguro es una excelente literatura que nos inventa y nos descifra.