Biográfica Britania
La biografía ha mantenido su pujanza en el universo anglosajón, convertida en referencia internacional tanto por su calidad y abundancia, como por la amplitud de sus intereses
“¡Qué delicada y decente es la biografía inglesa,
bendita sea su boquita recatada!”
Pero en la “guerra fría” entre biografía y academia se fue produciendo un deshielo: los enfoques más clásicos (social, cultural o político) y ciertos posmodernos recurrieron a la biografía como valiosa herramienta metodológica y narrativa. En la actualidad unas 80 instituciones, entre universidades, colleges y centros privados, ofrecen cursos de escritura biográfica en Gran Bretaña. Entre ellas destacan el Oxford Centre for Life-Writing y las Universidades de Buckingham o East Anglia, donde se imparten seminarios, maestrías y doctorados en biografía. La Arvon Foundation dedica una sección docente a life writing desde mediados de los noventa. Importantes diarios, como The Guardian, organizan cursos sobre escritura biográfica. Existe un activo Biographers’ Club y el género es reconocido por prestigiosos premios.
Al margen de esta institucionalización, el ethos biográfico imperante en las islas se manifiesta de manera difusa en el culto a los obituarios; en la pasión por los retratos materializada en una National Portrait Gallery sin parangón en otros países europeos; en un espléndido Diccionario Biográfico de origen decimonónico recientemente modernizado y reeditado; en los Who is Who; en juegos de mesa como el “Family History Box” que apelan al gusto autobiográfico y genealogista; en las series de TV o en las cifras que desde finales de los noventa alcanzan las publicaciones anuales de biografía y “sobre” biografía. Se diría que Gran Bretaña es una suerte de jardín del Edén biográfico.
Pero todo paraíso tiene su serpiente… y esta ha aparecido en forma de amenaza de crisis. Son ya varias las voces autorizadas que en los últimos años la han proclamado, utilizando términos tan alarmantes como declive, esclerosis o incluso muerte.
Lo más curioso es que, al tiempo que se pregona esa presunta crisis, se multiplican en el ámbito anglosajón los libros que incluyen en su título el término “biografía” como gancho o como filosofía narrativa. Entre 2000 y 2014 se han publicado las biografías de Dios, del diablo y del universo; de alimentos como el té, las patatas o la cerveza Guinness; biografías de lenguas, de ciudades o monumentos, de conceptos como la cuestión judía, el mito o el cero; de enfermedades como la talasemia, la diabetes o el asma; de objetos científicos y hasta de la vagina (por la americana N. Wolf). Claramente, al margen de su contenido, el concepto atrae: vende. También se han sofisticado los métodos y se han producido fecundos préstamos interfronterizos que han enriquecido y complejizado el acercamiento biográfico clásico.
¿Podemos hablar de crisis? Tal vez en su sentido etimológico de transformación. Pero, independientemente de los avatares historiográficos, para un género que se nutre de la crisis de la fe teológica, el ambiente no podría ser más propicioEntonces ¿qué se denuncia? En algunos casos el (lógico) agotamiento de la fórmula tradicional. Pero además, no tanto la técnica en sí como su objeto; o más bien su sujeto. Se critica un exceso de cosecha tal que casi ha acabado con monarcas, novelistas, políticos o artistas de interés y que conduce a un recurso reiterado a personajes comerciales o menores (no siempre útiles o bien planteados como microhistorias). K. Hughes alude a un “canibalismo biográfico” que se ceba en la enésima biografía de los grandes personajes sometidos a revisión política o posmoderna: “las seis esposas de Enrique VIII redibujadas como las heroínas posfeministas de Sexo en Nueva York” —ironiza. Se destaca la mediocridad de los potenciales sujetos futuros, como esos escritores contemporáneos, “que no tienen vidas excitantes y aprenden el oficio en academias de escritura creativa”, o de los nuevos políticos “jóvenes, fugaces, mediocres”. Para otros lo que falla es la perspectiva aplicada, que ya no debe ser de la cuna a la tumba, sino iluminadora de un episodio o un problema. Reviviendo el aserto del Dr. Johnson (“podría escribir la biografía del palo de una escoba”) hay quien reniega de los grandes personajes para añorar “un nombre elegido a ciegas en la guía telefónica”, como propone J. Uglow, o para realizar el (exitoso) experimento de narrar hacia atrás la vida de un mendigo alcohólico, como ha hecho A. Masters.¿Podemos hablar, pues, de crisis en la biografía británica? Tal vez en su sentido etimológico de transformación. Pero, independientemente de los avatares historiográficos, para ese género que Nicolson definió como sensible al espíritu de su tiempo y que se nutre de la crisis de la fe teológica, el ambiente no podría ser más propicio. Una crisis de fe teológica —incluyendo en ella a las grandes teorías políticas— afecta al emerger atomizado, vulnerable o desafiante de individuos que quieren mostrarse, entender y entenderse. Hay un confuso ruido de yoes. Millones de blogs, facebooks, selfies y sobreabundancia de programas de cotilleo caricaturizan esa sed de vidas y experiencias. Si todo esto influyera en una metamorfosis de la producción biográfica “seria”, en Gran Bretaña el terreno estaría ya largamente abonado y preparado para cualquier renovación. Los biógrafos tienen utillaje. La Academia les respeta y arropa… Life (writing) goes on!