La moral del pirata
Un velero bergantín
Luis García Montero
Visor
169 páginas | 12 euros
Detrás de un título como Un velero bergantín, entrevisto en el escaparate de novedades de una librería, el aspirante a lector es consciente de que puede ocultarse cualquier cosa: un ensayos sobre la novela de aventuras, un estudio sobre la poesía épica o sobre el romanticismo, o incluso un relato histórico sobre la piratería. Todo cabe en esa llamada ambigua de la portada que incluso la lectura atenta no concreta del todo. El último libro de Luis García Montero (Granada, 1957) es un conjunto de pequeños artículos que es, al mismo tiempo y a la vez, una relectura necesaria sobre el gran poema de Espronceda; un agradecimiento al padre que en las remotas tardes infantiles leía al niño en voz alta y retumbante La canción del pirata; una defensa de las Humanidades y, en concreto, de la poesía como síntoma de compromiso social; una serie de lecciones sobre autores muy cercanos al autor, como Gil de Biedma, Francisco Brines o Gustavo Adolfo Bécquer y, más sintéticamente, una defensa de la verdad sobre la máscara y el embuste no sólo en la literatura sino en cualquier oficio auténtico, y un elogio a la imaginación moral y al compromiso humano frente a la mentira y la tergiversación.
La poesía o el conocimiento de las Humanidades que reivindica Luis García Montero, no es un manjar exclusivo para profesores o literatos, sino un ingrediente crítico para descubrir riesgos, agujeros negros, errores propios y mentiras ajenas. “El arte”, anota el autor, “educa a los ojos a descubrir una vida propia y un espíritu en cada cuerpo. Nos hace responsables de nuestra propia barbarie y nos hace comprender el dolor ajeno. El arte es un aliado eficaz para salvarnos del analfabetismo ético”.
En un momento en que los oficios están siendo exterminados y sustituidos por empleos precarios que solo requieren una eficacia maquinal y ciega y no un compromiso nacido desde la vocación y el servicio cívico, el humanismo, o lo que García Montero llama la poesía, es un componente necesario en todas las actividades humanas importantes: la ciencia debe ser poética, es decir, comprometida con el destino humano más allá de su formalismo y el respeto a las conclusiones, y hasta la acción política debe ser poética en la medida en que su verdad no sea sólo una mercancía que pone en juego el poder para justificar su pragmatismo o construir profecías mentirosas sino una prestación moral de servicio a los demás.
Lo mejor de un libro de ensayos no son las ventanas que cierra con sus respuestas exactas o categóricas sino las todas las que abre para orear y sacudir las certidumbres aparentes y plantear nuevas inquietudes. Luis García Montero ha escrito un libro respondón, una colección de textos breves que unas veces nos tiran de las orejas, nos arañan la cara y otras nos acarician y nos interpelan. Y que además permite a los lectores meter un dedo en el ojo al autor o darle una patada en la espinilla —todo dicho simbólicamente, claro— porque si no se da esa correspondencia, ese diálogo franco y abierto el libro falla, bien porque enseña desde el dogma o porque presupone que el lector forma parte de un rebaño donde está prohibido balar sin permiso.
El libro también es un canto, a su modo, a la esperanza. Una esperanza escéptica pero consistente. “¿Es posible”, se pregunta Emilio Lledó en una cita que aparece al final de Un velero bergantín, “volver al relato original. Creemos que sí, que hay que creer en la libertad de pensar como condición previa para poder decir, expresar. Podemos escapar así del poder de los medios y la política con que los profesionales del engaño pretenden someter la vida colectiva”.