El año maldito
Terror y utopía. Moscú en 1937
Karl Schlögel
Trad. José Aníbal Campos
Acantilado
1.008 páginas | 45 euros
Era el vigésimo año de la revolución de Octubre y Moscú exhibía ante el mundo su pujanza visible en los nuevos rascacielos y las grandes obras públicas, pero bajo la espectacular fachada, representada por la remozada capital de un país que había estrenado constitución hacía unos pocos meses —la llamada de Stalin o de la Construcción del Socialismo— y se ofrecía como esperanza para toda la humanidad, una oleada masiva de detenciones, juicios sumarísimos y confesiones forzadas instauró un estado de psicosis sin precedentes en la todavía joven sociedad soviética. Fue el “año maldito” del Gran Terror, 1937, analizado desde múltiples perspectivas en este formidable ensayo de Karl Schlögel que dedica un millar de páginas a desvelar la doble cara de una ciudad espléndida y atormentada, en un momento decisivo que señala el reforzamiento de la tiranía conforme a su objetivo de una dominación absoluta.
Aunque su escalofriante magnitud sólo empezó a conocerse tras el colapso de la URSS, los crímenes del estalinismo han sido rigurosamente documentados en decenas de obras, aquí citadas, que no admiten la impugnación por motivos ideológicos, aunque de hecho fueron negados o relativizados durante décadas por la propaganda comunista. Lo novedoso de la aportación de Schlögel radica no sólo en el exhaustivo recuento de los modos, implacables e indiscriminados, que adoptó la represión, sino en una visión panorámica —el autor se sirve al comienzo de la imagen del vuelo de Margarita en la gran novela de Bulgákov— que alterna, como anuncia el título, los datos acerca de los arrestos, las ejecuciones o las condenas a los campos de trabajo con el discurso épico sobre la forja de una nueva sociedad que todavía entonces, y no sólo entre los militantes convencidos, irradiaba un poderoso magnetismo en todo el planeta.
El desprecio de las vidas humanas —”la muerte de una persona es una tragedia; la muerte de millones, mera estadística”, según la frase atribuida a Stalin— alcanzó ese año proporciones insólitas en un país que ya había sufrido una merma importante tras la Gran Guerra y la contienda civil que siguió a la toma del poder por los bolcheviques, a lo que habría que sumar las pérdidas provocadas por la hambruna derivada de la colectivización forzosa. La policía secreta detenía diariamente a miles de ciudadanos de los que rara vez volvía a saberse. La obsesión por depurar a los potenciales enemigos fue más allá de detectar y perseguir a los desafectos para extenderse a las propias filas —todos, incluidos los propios represores o los antiguos héroes de la Revolución, estaban bajo sospecha— y a capas enteras de la población que fueron diezmadas sistemáticamente, incluso por medio de cuotas. Más allá de la indudable paranoia del líder o del propósito totalitario de controlar hasta el último de los resortes de un país inmenso, la estrategia revelaba, dice Schlögel, una inseguridad de fondo.
Nada escapa a la mirada del historiador, que pasa de uno a otro escenario conforme a un procedimiento simultaneísta, tomado de la narrativa y eficazmente aplicado a mostrar la complejidad de los hechos a partir de la suma de fragmentos, escrupulosamente contrastados, que se complementan para trazar un fresco total donde se muestran los logros pregonados —fábricas, congresos, exposiciones— y el siniestro inframundo
—subterráneo, nocturno— de la violencia planificada, así como el eco de todo ello en los medios contemporáneos. Pensado para ocupar el solar de lo que fue la demolida catedral de Cristo Redentor, el faraónico Palacio de los Soviets, nunca edificado, vale como imagen —podemos verla en la cubierta— de una megalomanía basada en realidades manipuladas o inexistentes. En su lugar, tras la devastación de la Gran Guerra Patria, las autoridades construyeron una piscina.