Biografías imaginarias
Vidas de vidas
Cristian Crusat
Páginas de Espuma
424 páginas | 21 euros
En el prólogo a sus maravillosas Vidas imaginarias, Marcel Schwob se queja de que “la ciencia histórica” sólo nos haya revelado los aspectos de los grandes personajes supeditados a acciones generales, como que Napoleón estaba enfermo la víspera de Waterloo, y en cambio haya silenciado, como si fueran accesorios, todos los demás atributos individuales. ¿Qué habría pasado si la nariz de Cleopatra hubiera sido más corta o un grano de arena hubiera obstruido la uretra de Cromwell? La historia, concluye, está “llena de incertidumbre si se refiere a individuos”. Sólo unos pocos biógrafos a lo largo de la historia han destacado más el rasgo original, el accidente ínfimo o los vicios intrascendentes (unas veces auténticos y otras inventados) que los acontecimientos generales. Y cita: Diógenes Laercio en su Vida de filósofos ilustres, John Aubrey y sus Vidas de personas eminentes, o James Boswell. Schwob, sin decirlo, estaba dado las claves para reconocer un subgénero —menos informado que pasional— que recorre la historia de la literatura a medio camino entre la invención y el testimonio.
A indagar en este género intermedio, que gracias a Jorge Luis Borges alcanzó una inusitada proyección en la literatura hispanoamericana (de Alfonso Reyes a Roberto Bolaño), dedica Cristian Crusat el libro Vidas de vidas que obtuvo el VI Premio Málaga de Ensayo.
Crusat aporta numerosa documentación —además de entusiasmo personal— para demostrar que las Vidas imaginarias de Schwob, pero también antes Vassari y sus vidas de artistas renacentistas, y luego Thomas de Quincey o Lytton Strachey, hasta llegar a Bioy Casares o a Juan Rodolfo Wilcock, son la base de una historia excéntrica y no académica de la biografía, tan seductora como influyente.