Un modelo de heterodoxos
Goytisolo ha llevado a cabo una sagaz revisión de las ideas estéticas y las pautas morales que ejemplifican una especie de subversión intermitente dentro de la tradición hispánica
Si se excluye el primer tramo de la obra de Juan Goytisolo, esto es, el supeditado a las normativas del realismo social, el resto del corpus novelístico y ensayístico queda taxativamente referido a sus disidencias con los preceptos más convencionales —más conservadores— de nuestra tradición literaria. De una tradición vinculada por supuesto a las rémoras artísticas sucesivas, pero también a los respectivos condicionantes ideológicos. Como el mismo Goytisolo afirma en su edición de la Obra inglesa de Blanco White (1972), “la historia de la literatura española está por hacer: la actualmente al uso lleva la impronta inconfundible de nuestra sempiterna derecha”.El hecho de que, poco después de publicadas sus primeras novelas y libros de viaje, eligiera Goytisolo vivir fuera de España (en París, en EE.UU., en Marrakech), puede servir para corroborar esa confrontación crítica que se articula en su obra a partir de Señas de identidad (1966). No es improbable que la actividad antifranquista y el rechazo paulatino a los dogmas heredados, activaran en principio los resortes de ese exilio voluntario de Goytisolo que coincide con su afección por quienes se distanciaron ideológica y estéticamente del “canon dominante”. Desentendido al fin de ese canon, Goytisolo empieza “a componer una biblioteca personal con las obras maestras del Medioevo y de ese grupo de escritores posrenacentistas que integran el reino de las excepciones geniales” (prólogo a Cogitus interruptus, 1999).
Si se excluye el primer tramo de la obra de Juan Goytisolo, el resto del corpus novelístico y ensayístico queda taxativamente referido a sus disidencias con los preceptos más convencionales —más conservadores— de nuestra tradición literariaJuan Goytisolo va a verificar efectivamente un singular e independiente expurgo crítico en los anales de nuestra literatura. Aunque se valga a menudo de las herramientas del filólogo, sus objetivos son los del fiscal que procede a una sagaz revisión de las ideas estéticas y las pautas morales que ejemplifican una especie de subversión intermitente dentro del devenir de la literatura y el pensamiento hispánicos. Sus calas en torno a ese elenco personal de heterodoxos supone a tales efectos un balance en el que comparece a buen seguro la más fidedigna excelencia de nuestra cultura literaria. A partir de algunos inexcusables puntos de partida, Goytisolo ha ido practicando una minuciosa relectura de los paradigmas que definen, de uno u otro modo, una genealogía esencial en cualesquiera de nuestros ámbitos lingüísticos. Cada uno a su libre manera, esos autores desobedecieron los mandamientos de una tradición inamovible y por ello anquilosada. Juan Goytisolo restaura así un sistema crítico de manifiesta solvencia: criba toda una serie de acumulativas y viciadas herencias para que sólo permanezca lo plausible.Se podría establecer una relación —deliberadamente heterogénea— de esas “excepciones geniales” tan justamente releídas por Goytisolo que arranca con Fernando de Rojas o Francisco Delicado, prosigue con Juan de la Cruz, Cervantes, Mateo Alemán o Góngora, y se prolonga, por ejemplo, hasta Blanco White, Larra, Clarín, Valle-Inclán, Lezama, Cernuda, Octavio Paz o Valente. No es que Goytisolo aloje a esa varia y eminente nómina de escritores hispánicos en una misma estirpe literaria, sino que le otorga a cada uno de ellos una palmaria excelencia como disidentes de una historia lastrada de integrismos y malformaciones. El expurgo llevado a cabo por Goytisolo es en este sentido de una denodada lucidez. La crítica heterodoxa equivale ya a un état d’esprit.
Quiero pensar que la perseverante atención que ha prestado Juan Goytisolo al mundo islámico tiene algo que ver con esa voluntad crítica. Supone en todo caso algo más que una preocupación cultural: es el resultado de una “conciencia vigilante”, una toma de partido moral provista de unos vigorosos aparejos reivindicativos frente a lo que ha sido tradicional y oficialmente desfigurado. Tengo la impresión de que la misma historia del islam, cuyo repertorio imaginario “se limita por lo común a un número muy reducido de tópicos de identificación engañosa y fácil” (De la Ceca a La Meca, 1997), hizo las veces de acicate para que Goytisolo iniciara una mantenida propuesta de clarificación histórica. Se vale para ello de informaciones de primera mano, de visitas y consultas de muy varia índole, cuyos más eficientes resultados han ido mostrándose en artículos periodísticos y documentales televisivos, entre los que sobresale la excelente serie Alquibla (1989-1993). Soslayando en todo momento los estereotipos, Goytisolo ha indagado en los avatares históricos del islam como lo ha hecho en nuestras propias andanzas y desventuras literarias: con una esforzada capacidad desmitificadora.
La obra ensayística de Goytisolo se sitúa pues en un lugar muy peculiar dentro del pensamiento crítico español contemporáneo. Ya se trate de la auscultación en las claves de nuestra literatura clásica, o de la interpretación de la realidad histórica española, Juan Goytisolo ha recurrido siempre a cotejar sus tesis con la de algunos acreditados historiadores y filólogos para encauzar más objetivamente las cuestiones planteadas. Los ejemplos son muy copiosos en este sentido, pero basta recordar sus concordancias de criterio con Américo Castro (con quien mantuvo una correspondencia sumamente ilustrativa) o las sintonías críticas con Cernuda; o su defensa de Bartolomé de Las Casas frente a las descalificaciones académicas, o sus coincidencias con Márquez Villanueva acerca de los judeoconversos y los moriscos españoles… Podría establecerse, siquiera sea por aproximación, un similar sustrato justiciero en cualesquiera de esos notables análisis heterodoxos. Con todo ello, la obra crítica de Juan Goytisolo queda singularmente enmarcada en nuestra historia cultural del último medio siglo.