Morir por Juan Ramón Jiménez
Marga
Edición de Juan Ramón Jiménez
Fundación José Manuel Lara
128 páginas | 15,90 euros
Cuando siendo adolescente visité la Casa-Museo de Juan Ramón Jiménez, en Moguer, llamó mi atención la fotografía de una joven en cuyo marco estaban prendidas unas espigas. Irradiaba un atractivo enigmático, emanado especialmente de sus acuosos ojos como tomados por esa neblina que al alba flota sobre los lagos, una mirada turbulenta y turbadora. Y tan diferente a la sonriente mirada azul de Zenobia retratada con una rosa abierta en el pecho. ¿Quién es?, pregunté. “Una amiga de Juan Ramón, que murió joven”. Fue cuanto pude saber entonces de boca del guía, pero esas pocas palabras avivaron mi imaginación, ya no paré hasta averiguar quién era la muchacha de las espigas, por qué ocupaba ese lugar en la casa del poeta. Sirva lo narrado como ejemplo del, si no silencio, sí media voz, que velaba la historia de la escultora Marga Gil Roësset. Tiempo después, al frente de la Fundación del Nobel, pedí a los guías que hablaran a los visitantes interesados de aquella extraordinaria mujer que se quitó la vida de un disparo. Amaba a Juan Ramón, quería a Zenobia.
Marga es el libro que siguiendo la voluntad de JRJ y en cuidada edición de la Fundación Lara, con seleccionado material gráfico, fija la memoria de la trágica historia. Contiene textos de los tres protagonistas: de Zenobia, Juan Ramón y sobre todo el Diario de Marga, carta a sus padres, a su hermana, a Zenobia, a quien llama Azulita y, sintiéndose culpable, le pide perdón. La escritura de la enamorada no correspondida está transida de puntos suspensivos, como taladrada de disparos que impiden el caminar del pensamiento, frases rotas que, a pesar de resultar inconexas, proyectan su profundo sentido al volverse fiel espejo de sus sentimientos. Un espejo trizado. Transparente, cercana, desconcertada y compasiva, es la escritura de Zenobia. Golpeada y estremecida, la de Juan Ramón: “Con suicidarse ha descompuesto mi vida”.
El 28 de julio de 1932, Marga, la que roba libros para JRJ, la que se retrata para él, la que llega con flores, la prodigiosa pintora que sorprende con la maestría de sus dibujos infantiles, tras destruir gran parte de su obra —no el busto de Zenobia—, se dispara un tiro en la sien. Tenía 24 años. Lo hace en la casa de sus tíos en Las Rozas. Antes le deja al poeta un manuscrito, le pide que no lo lea todavía. Es el Diario, páginas de vértigo y agonía, pasión y muerte.
En el robo a la casa de JRJ por Carlos Sentís, Félix Ros y Carlos Martínez Barbeito, el Diario desaparece, hasta que Barbeito lo entrega a Juan Guerrero, a quien el poeta había comentado: “Quiero que ella quede incorporada a mi obra”. La viuda de Guerrero dio el manuscrito a los herederos de JRJ (la prologuista Carmen Hernández-Pinzón no aclara esta fecha) y ahora se cumple el deseo en este interesante libro de luces y sombras.
Al final de este breve y herido diario, el lector encontrará también notas de Zenobía Camprubí y unos versos del poeta. “Tu sufrimiento, muerta tú, se ha quedado expandido sobre mí, (…) Sentimiento sordo, profundo”. Los versos de Juan Ramón Jiménez suenan al crepúsculo eterno de un epitafio, perfecto para cerrar la bitácora de un amor póstumo.