Hacia una poesía cordial
El pulso de las nubes
Javier Lostalé
Pre-Textos
64 páginas | 13 euros
Las nubes pasan. Nos lo contaron Kalidasa y Azorín, que convirtieron esa perogrullada en sensual poesía el primero y en descarnada filosofía el segundo. Las nubes, además, nos ignoran cuando pasan, como afirma en este libro Javier Lostalé (Madrid, 1942). Esa ignorancia, de la que tanto puede aprenderse, ha inspirado a místicos de todas las religiones y ha dado una obra maestra, ese clásico anónimo inglés del siglo XIV que es La nube del no-saber. Nubes fijas o ensimismadas, nubes que no dan sombra, nubes que nunca fueron: cada una tiene un pulso diferente, y en cada una el corazón late a una velocidad, conmovido por ciertas cosas, pendiente de determinada respiración, atento a unos vértigos concretos. El corazón, de hecho, comparece en estos poemas muchas veces como testigo de lo que expresan: corazón de ceniza, corazón hundido, corazón enterrado, corazón desbordado, corazón solo, corazón frío, corazón que sabe, corazón náufrago, corazón sin destierro, corazón abrasado; y late entre sombras, al claro de luna, en lo no concebido, en la doncella, en el trazo, en lo azul, en lo absoluto o en el humo. Poesía cordial, entonces, poesía con corazón: palabra que late, latido que se metamorfosea en palabra. Y poesía que viaja, casi verso a verso, entre el cielo donde las nubes dibujan lo invisible y el centro del cuerpo donde los seres humanos desdibujan, de pasión en pasión, los dolorosos contornos de lo visible. O poesía escandida no con los dedos sino con los afectos que se van apagando, con el tintinear del tiempo que se escapa, con lo deshabitado y lo desposeído y lo desclavado y lo desmentido y lo desnacido, con la soledad sonora de quienes viven sujetos a los caprichos de una sensibilidad frágil que, a pesar de eso, se entrega sin condiciones.
Javier Lostalé escribe con humo (“brazos de humo”, “abrazos de humo”, “latido de humo”) sobre el deseo quemado, sobre lo incierto de las promesas, sobre las grietas que va abriendo la vejez, sobre los espejos rotos, sobre la “mansa fiebre”, sobre el amor más allá de la muerte, sobre el olvido lento, sobre la respiración de ceniza, sobre el no que lo impregna todo, sobre la torpeza, sobre el despertar, sobre llaves de niebla, sobre ángeles sin alas (“su ángel más caído”) y mariposas también si alas, sobre retinas quemadas, sobre la redención de lo incierto, sobre las hojas secas del vacío, sobre lo que no existe. Estos poemas, que parecen despedidas, un modo de decirle adiós a lo que se ha querido tanto (un cuerpo, un paisaje, una idea, una intuición, un recuerdo, una persona, uno mismo), catalogan las ilusiones de alguien ya delicada e irreversiblemente desilusionado de todo o casi todo. Lo hace sin acritud, sin complacencia, sin quejas, sin falsas esperanzas, sin buscar culpables, sin rencores, sin balances; lo hace contemplando en las nubes que pasan su biografía y su deshilachamiento, su haberse cumplido y su haberlo hecho porque sí y, en el fondo, por nada y para nadie. Javier Lostalé ausculta esas nubes con su sensibilidad acostumbrada (romántica, crepuscular, generosa, desposeída, solitaria) y las convierte en poemas que tienen el corazón en un puño, que producen quemaduras a quienes se rozan con ellos y que contagian advenimientos y metafísicas asumibles. Una poesía, como decía antes, cordial en su doble sentido: porque apela al corazón de todos y de todo y porque lo hace con amabilidad, sin atropellos ni prejuicios, buscando incluir antes que excluir o separar.