El espía irrealista del nuevo siglo
La musa furtiva (Poesía 1967-2012)
Vicente Molina Foix
Vandalia / Fundación José Manuel Lara
334 páginas | 19, 90 euros
Y ha sido así porque a la parodia, el humor, el cinismo, las aporías, que ponen su sello personal y distintivo en la obra del poeta —y también novelista: Museo provincial de los horrores, El abrecartas, por citar solo primera y última, y autor de relatos y director de cine y traductor de Shakespeare y Dickinson…—, y sobre todo a la flema irónica, simpáticamente acanallada y culta, licenciosa e ilustrada, reunidora de conversational poetry y guiño al mito clásico, viene a sumarse —ojo: desde la reflexión— esa perturbadora de los sentidos llamada emoción. Y no es que antes no estuviese, que lo estaba, pero voluntariamente bajo máscaras, antifaces, embozada y emboscada: galantemente desvestida de impúdica. Ahora, quizás el paso del tiempo —tema solar y lunar en la poesía del autor de Vanas penas de amor— ha hecho que aflore más a menudo y más a la superficie y en ella alcance más altura la ya no tan reservada emoción. Eso sí, aflora como una seta sagrada y alucinógena.
La poesía de Molina Foix, contemplada bajo la emoción, ese prisma redescubierto y novedoso de un más expuesto y desnudo sentimiento (aunque, repito, estuvo siempre, como el nuevo mundo estaba antes del grito “¡Tierra!” de Rodrigo de Triana), ilumina con luz diferente zonas de melancolía y desencanto, de fatalismo, que, tal un Guadiana aparecido y desaparecido, bañan agridulcemente su escritura desde los comienzos. Mas es preciso comprender que la emoción viene con alas reflexivas y raíces morales. Y es en la carne en donde más se hunde y al amor a donde más vuela. ¿O al contrario? En la muerte, desde luego, sí se posa.
Tengo para mí que Molina Foix, más que solicitar a la inteligencia el nombre exacto de las cosas, como anhelaba Juan Ramón, preferiría recibir los nombres sucesivos, contrarios, complementarios, acumulativos, superpuestos, con la propina, si cabe, de los juegos fonéticos. El centro de la diana no es aquí uno sino múltiple, formado de varios y diversos círculos concéntricos y expansivos, y la palabra no un dardo, sino una batería, muñeca rusa multiplicándose desde sí misma. Acérquese el lector a poemas como “Matchmaking”, “Llamadas de la carne”, “Epigrama segundo”, “Cumpleaños sin ti”, “Un parte”, “El hijo que no tuve” o “Musical” (en donde encontramos abierta la herida de un afán imposible: la unión de arte y amor y la comunión de ambos, tema muy presente en el autor), y no oponga resistencia al rapto de las furtivas musas.