Lección de historia
Un árbol caído
Rafael Reig
Tusquets
312 páginas | 19 euros
Un par de veces ha recurrido ya la novela española a un parecido planteamiento narrativo: un grupo de amigos que se lamen las heridas de de sus fracasadas quimeras revolucionarias se reúnen y llevan a cabo una implacable catarsis grupal. Con variantes en el detalle, así lo hicieron Vázquez Montalbán en Los alegres muchachos de Atzavara y Rafael Chirbes en Los viejos amigos. Un esquema similar utiliza Rafael Reig en Un árbol caído. Tres matrimonios amigos frecuentan el club social de una acomodada urbanización en las afueras de Madrid. La aparición de un cuarto amigo largo tiempo ausente les inquieta. Estamos en 1979. En 2003, Johnny, amigo de los hijos de esos matrimonios, recupera aquel episodio, se remonta en sus averiguaciones al fatídico 1962 en que los entonces jóvenes militaban en una célula izquierdista desarticulada por la policía y describe la trayectoria de la fratría hasta entrado el nuevo siglo.
Esta trama general, alimentada con numerosos incidentes que forman una peripecia intensa (Reig está entre quienes abogan por la novela argumental), se desarrolla en paralelo de una partida de ajedrez celebrada en 1979 que es como un símbolo de la anécdota global: los empecinados errores del juego se han reproducido en el espejo de la vida. Múltiples yerros forman una enrevesada madeja de deshonestidades públicas y privadas: acné juvenil gauchista, mala conciencia señoritil encubierta, almoneda de las creencias, camaleonismo político, ansia de poder, inmoralidad individual, paternidad fraudulenta, clasismo social… Un bucle de falsedades, mentiras y desvergüenzas convierten la metáfora en alegoría: la novela vale como una extensa comparación del derrotero ideológico y humano de la promoción joven que combatió la dictadura en el tardofranquismo y ha terminado nutriendo las filas de la casta (por decirlo con el término que ahora sintetiza esa deriva) institucional y económica. En fin, un episodio nacional contemporáneo recoge la crónica de un cataclismo.
El desastre tiene marca propia: la Transición. Un árbol caído acomete un nuevo asedio al enjuiciamiento crítico de esa etapa hace poco enaltecida y hoy vapuleada que ahora mismo despierta un inusitado interés. Tanto que los estudiosos han acuñado siglas específicas, “CT” (cultura de la Transición), corrientes en publicaciones y encuentros universitarios, y es materia ensayística (Muñoz Molina) o novelesca (Cercas y los recientes narradores comprometidos). A esta corriente se suma Reig con inquietud moral galdosiana. Su propósito es mostrar comportamientos pasados que explican el presente y a la vez enjuiciarlos sin ambigüedades. De tal modo, Un árbol caído se convierte en una lección de historia acompañada de un severísimo dictamen: la Transición ha sido una penosa farsa en la que no se aprecia nada digno ni noble. En buena medida, ofrece una variante de la idea que Chirbes condensó en una lapidaria sentencia: “los que lucharon contra Franco no hay que buscarlos en altos cargos en la democracia, sino desgraciadamente en Alcohólicos Anónimos”.
La plasmación de esta aleccionadora novela histórica sobre la Transición oscila entre un tono general en exceso didáctico y el contrapeso de una perspectiva satírica y burlesca, con las situaciones un tanto vodevilescas y la ridiculización de los personajes, con la que Reig intensifica la amena y contundente denuncia de un clamoroso fracaso generacional.