Confesiones de otra máscara
Daniela Astor y la caja negra
Marta Sanz
Anagrama
272 páginas | 16,90 euros
Catalina Hernández Griñán se hace llamar Daniela Astor en su cuarto de quimeras. Su amiga y cómplice Angélica Bagur se esconde tras el alias de Gloria Adriano mientras ambas imaginan psicodramas en su libreta de monstruas y centauras. Las dos juegan a ser actrices de fama y a gozar de la dolce vita que el papel cuché les tiene reservado, a los veraneos galantes y a la feliz negligencia de las bellas, pero en realidad son solo niñas en una España que se arranca su máscara más amarga, la de cuatro décadas de dictadura, para ponerse una más festiva aunque no menos tramposa, la de la Transición y su empeño por mantener a raya a la obscena, temible, ominosa palabra para la que se han inventado todas las máscaras: la Realidad.
Parece que hubiera sucedido hace cientos de años y en otro planeta, cierto, pero pasó en la década de los setenta del pasado siglo y en España que un seno desnudo, al alcance de todas las miradas, pudiera ser más importante que un referéndum. Un elenco de pioneras (María José Cantudo, Susana Estrada, Bárbara Rey) regaló a sus compatriotas algo más que motivos para la lubricidad y la envidia. Victoria Vera, Ágata Lys o Amparo Muñoz eran bienes de consumo y, a la vez, cámaras oscuras. Al desnudarse y quedar fijadas en imágenes, al convertirse en iconos adorados y a la vez despreciados, sacaron a la luz el atraso de una sociedad enferma de miedo y melancolía, pero también hambrienta de libertad y símbolos. A su modo, en el gesto de esas mujeres se escondía una actitud heroica y se atisbaba la conquista de una mayoría de edad efectiva. Algunas de ellas se expusieron al escarnio y la maledicencia para que muchas otras se sintieran adultas, dueñas de sus cuerpos, libres en una palabra. Esas mujeres hermosas y a menudo ebrias de talento, que se colaron en el cuarto de revelado de millones de conciencias, son de las que habla Marta Sanz en esta novela audaz, originalmente concebida y resuelta, y como todas las suyas, con un oído privilegiado para los distintos acentos de la ficción.
Pero no solo de mujeres embleticas trata Daniela Astor y la caja negra. Más allá del altillo de los sueños y el esplendor de las vedetes, queda la vida opaca, con olor a pescado rebozado y casi nunca heroica de las mujeres de todos los días, por ejemplo de la madre de Catalina, esa Sonia Griñán que fue, que es, que podría ser todas las mujeres de un país que (quizá) comenzó a cambiar hace ahora cuarenta años, aunque (quizá) amenace hoy con ponerse de nuevo máscaras tristes por viejas. Las mismas que esta excelente novela exhibe para que no olvidemos de dónde viene esa realidad que llamamos España.