Viaje hacia lo secreto
Italo Calvino: Universos y paradojas
Carlo Ossola
Trad. Francisco Campillo
Siruela
104 páginas | 13,95 euros
Pocos escritores del siglo XX han aunado como Italo Calvino el rigor a la hora de enfrentar la tarea creadora, la permanente reflexión en torno a los retos y los límites de la misma, la inquietud estética por adentrarse en terrenos no hollados y una forma de compromiso ético que huía de las adhesiones viscerales para tratar de entender, sin prejuicios ni condicionantes ideológicos, la complejidad de la realidad contemporánea. Muchos lectores en español lo asociamos a Borges no sólo porque el argentino fuera una de las devociones confesas de Calvino o por las evidentes conexiones entre ambos, sino porque empezamos a conocerlos por los mismos años y de algún modo los tenemos ubicados en la misma galaxia, a bastantes años luz de otros autores igualmente celebrados que no han resistido tan en forma —tan siempre lúcidos y estimulantes— las oscilaciones del gusto o el mero paso del tiempo.
De la buena acogida que en España ha tenido la obra del italiano habla el hecho de que este ensayo de Carlo Ossola, publicado por la Biblioteca Calvino de Siruela, vea la luz antes en castellano que en la lengua original, siendo de hecho la presente la primera edición de un libro breve e impecablemente hilado donde su autor, catedrático de Literaturas Modernas de la Europa Neolatina en el Collège de France de París y director del Istituto di Studi Italiani de Lugano, aborda los “universos y paradojas” de Calvino desde la inicial etapa neorrealista hasta las entregas póstumas que —como su maravilloso Por qué leer los clásicos— cerraron un itinerario ineludible. De acuerdo con una de las definiciones incluidas en el título citado, clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir, y de ello, de lo que dice o no dice —porque es indecible, porque sólo puede ser asediado, entrevisto o sugerido— la obra de Calvino es de lo que trata el profesor Ossola en su inquisición, dedicada a un “gran estoico” que alcanzó, por su capacidad de ir a lo esencial, el “don supremo del arte, la transparencia”.
Luego de trasladar su experiencia como partisano a las primeras entregas, más o menos acordes al realismo social de la posguerra, y de distanciarse de él para ensayar la fábula o la alegoría, en la memorable trilogía Nuestros antepasados, Calvino —en contacto con los innovadores oulipianos, fascinados con la geometría resultante de imponerse restricciones previas— se sometió a los juegos del ars combinatoria en obras como El castillo de los destinos cruzados, pero fue en la última etapa cuando emprendió, dice Ossola, el “viaje hacia lo secreto”. Ya había cultivado la hibridación del género fantástico con la narración filosófica, de la mano de Barthes o Fourier, pero a partir de entonces, desechada la posibilidad de encontrar un orden, se orientó a los predios de lo invisible. La mirada se vuelve entonces a la geografía interior —única e irrepetible en cada individuo, dice el Gran Escrutador de Palomar— y a la vez explora el territorio inmemorial del mito: “la parte en la sombra, la que huye del cálculo, el lugar de los fantasmas, el lado de lo inconsciente”. Tan importante es el propio ser, íntimo e insondable, como los objetos o las presencias que lo acompañan, pues el adentro y el afuera dialogan en un “espacio de la escucha” que se articula a través de una arquitectura de sonidos.
Hacia el final, Ossola se refiere a la última de las célebres Seis propuestas para el nuevo milenio, no desarrollada por Calvino —lo impidió su muerte en el verano de 1985— y que a su juicio debe traducirse por Coherencia, muy ligada a la tercera, la Exactitud. Ambas cualidades están presentes en un ensayo por momentos denso, pero claro de propósito a la hora de explicar la singularidad del escritor y su manera: un pensar narrando o un fabular desde las ideas que sin embargo —y por fortuna— nunca perdió de vista las cosas mismas.