La gran ficción cervantina
Diez años después de la conmemoración del IV centenario de la primera parte del Quijote, se celebra este año el de la publicación de la segunda que es, a juicio de los estudiosos, la que convierte la obra de Cervantes en el modelo universal del que nace la novela moderna en cualquier lengua. Es difícil exagerar su importancia y el enorme ascendiente que ha proyectado en las literaturas europeas, para las que la cervantean fiction, como la llaman los ingleses, marca a la vez una cumbre, un temprano punto de partida y un sorprendente anticipo que contiene todos los futuros desarrollos del género.
El responsable de la más exhaustiva edición del Quijote, Francisco Rico, comenta en estas páginas las novedades incorporadas a la última revisión de su trabajo, publicado por la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española y no en vano definido, por la numerosa información complementaria que contiene, como una verdadera enciclopedia cervantina. Rico explica las razones por las que no debe asumirse sin más un texto contaminado por erratas o modificaciones no debidas al autor, que pueden y deben ser corregidas con los instrumentos de la filología moderna. Durante demasiado tiempo, nos dice, el cervantismo ha dado por buenos errores más o menos evidentes que es posible detectar y revisar a la luz de las normas de la crítica textual, el cotejo con las ediciones antiguas o el conocimiento de los métodos de trabajo en las imprentas manuales.
En entrevista con Guillermo Busutil, el autor de la reciente adaptación del Quijote a un castellano libre de usos arcaicos, Andrés Trapiello, a quien debemos dos novelas que continúan las peripecias de los personajes cervantinos tras la muerte del hidalgo, defiende la necesidad que había de una edición que acercara a los lectores españoles o hispanohablantes actuales un texto que resulta a menudo arduo, oscuro o inaccesible sin la ayuda de las anotaciones. Se trata, argumenta, de una novela más estudiada que leída y menos leída que disfrutada, y por eso el propósito del traductor ha ido en la dirección de propiciar un encuentro directo, sin mediadores ni exegetas. De uno de los grandes intérpretes del Quijote, el maestro Martín de Riquer, escribe Joaquín Pérez Azaústre, que cifra la dificultad de la obra no tanto en la extrañeza del castellano antiguo como en la distancia que nos separa del imaginario caballeresco, cuya comprensión resulta obligada para entender la novedad de la propuesta de Cervantes.
Un cúmulo de tópicos y de malentendidos sigue rodeando la figura del alcalaíno, al que Jorge García López acaba de dedicar una biografía cuya aportación —que no se limita a la vida, sino que comprende también el perfil intelectual— resulta especialmente iluminadora al situar al escritor en un contexto histórico que reacciona contra el humanismo decadente de finales del siglo XVI. Dicha aportación se suma a otras, igualmente valiosas, aparecidas a lo largo de la última década, la que media entre los centenarios respectivos de la primera y la segunda parte del Quijote, recogidas en un balance donde Ángel Basanta evalúa los títulos más relevantes de una bibliografía oceánica que sin embargo no agota, como ocurre siempre con los clásicos, los significados de la obra de Cervantes. De la actitud temerosa con la que este, finalmente espoleado por la aparición del apócrifo de Avellaneda, afrontó el último tramo de la escritura, discurre Carme Riera, que imagina al novelista preso de la melancolía y recordando, para inspirarse, los días ya lejanos de la juventud perdida.