Un Cervantes ‘desconocido’
El autor de la más reciente biografía del alcalaíno desmiente los tópicos y los equívocos asociados a su trayectoria, no tan desgraciada, y a su perfil literario e intelectual
La editorial Pasado & Presente acaba de publicar una nueva biografía de Cervantes. Acaso el lector se preguntará, ¿para qué una nueva biografía cervantina? ¿Para qué volver a contar y relatar esos pasos de su vida tan conocidos, desbrozados y comentados? ¿Acaso podemos descubrir un Cervantes ‘desconocido’? Pues sí, a eso aspira, precisamente, esta biografía cervantina: a procurarnos una mirada renovada sobre lo que fue su vida y el sentido de su obra. Y es que hay que tener muy en cuenta que, a pesar de la acumulación inmoderada de páginas y más páginas sobre nuestro hombre, en realidad tan sólo media docena de ideas básicas se hallan en el fondo de todos los planteamientos y se repiten una y otra vez como verdades reveladas. Tal sucede con ideas como la del ‘ingenio lego’ o la del escritor ‘erasmista’, la del descendiente de ‘judíos conversos’ o la del escritor ‘perspectivista’. Y todo esto por no hablar del ‘escritor de remarcada mala suerte’, del hombre ‘pobre’ o del ‘escritor perseguido’ o de una familia con ‘mujeres de cuidado’, de un ‘matrimonio fracasado’ y otras perlas por el estilo.Tomemos, para poner un ejemplo de claridad meridiana, la valoración de su nivel económico, donde se suele afirmar que vivía en la pobreza o algo peor. Sin embargo, la cuidadosa exploración de la documentación nos revela que se han conservado los recibos de cobro donde se incluyen cantidades nada despreciables. Durante una parte importante de su vida (1587-1601), Cervantes desempeñó cargos con nombramiento real, es decir, era el equivalente de un funcionario actual de nivel medio y llegó a cobrar un sueldo respetable. De hecho, del estudio detenido de numerosas actas de esos años se desprende que ganaba al principio 400 maravedíes por día y que luego llegó a incrementar su salario en unos 550 maravedíes por día. Tales cantidades están detalladas en recibos de cobro, es decir, en actas donde reconoce expresamente que se le han hecho efectivas esas cantidades. Ahora bien, un trabajador especializado de la época —un ebanista, por ejemplo, o un podador de viñas— podía ganar unos 100 maravedíes al día, es decir, más o menos unos 2.500/3.000 maravedíes al mes. Un juez de Audiencia podía ganar unos 15.000 maravedíes al mes y este último es el caso de Cervantes. Es decir, que vino a ganar entre 1587 y 1601 una cantidad que equivale aproximadamente a los 3.000 euros mensuales de la actualidad. Así, pues, no fue un hombre pobretón o despreciado o ‘perseguido’, sino un funcionario bien valorado, que recibió varios nombramientos oficiales, entre ellos el de juez con funciones jurisdiccionales (a partir de 1594). Y sin embargo, los juicios sobre su vida, su matrimonio o su familia se han deslizado por esa misma senda pintoresca y a ratos malévola, mostrándonos una biografía novelesca y romántica que no tiene relación con el Cervantes real. Pero si acotamos bien su vida y la entendemos dentro de las costumbres de su tiempo, tal como pretende hacer la nueva biografía, nos aparece la figura de un funcionario bien valorado, que consiguió varios ascensos, con fama de honrado, con una vida relativamente tranquila en su madurez (descontando la cárcel en Sevilla, un episodio lateral), donde podemos topar con golpes de suerte o notables éxitos personales y profesionales (sobrevivir en Argel o el nombramiento real, por poner sólo dos ejemplos evidentes) y con un matrimonio que según declaraciones explícitas de Catalina Palacios no fue ajeno al amor: “el mucho amor que nos hemos tenido”, declara en su testamento al acordarse de Miguel.
Cervantes no fue un hombre pobretón o despreciado o ‘perseguido’, sino un funcionario bien valorado, que recibió varios nombramientos oficiales, entre ellos el de juez con funciones jurisdiccionales Pero si de su vida pasamos a su obra literaria, el caso puede empeorar hasta extremos inverosímiles de mistificación y de equívocos históricos. Ahí entraría el mito del ingenio lego, del escritor erasmista o converso o el llamado perspectivismo, planteamientos que nos impiden comprender el Quijote en relación con su contexto cultural propio. Y eso es precisamente lo que nos invita a hacer la nueva biografía. Para ello describe los ambientes intelectuales de finales del siglo XVI, tan diferentes del humanismo erasmiano, y nos pone a la vista cómo el Quijote está escrito contra ese humanismo decadente y al tiempo recoge las inquietudes que los humanistas de vanguardia estaban descubriendo en la antigüedad helenística. Por eso en sus páginas nos encontramos con la burla de la cultura oficial de la época y un desfile de humanistas enloquecidos. Por eso en El coloquio de los perros nos topamos con Diógenes el Cínico y la obra puede leerse en esa clave: “el coloquio de los filósofos cínicos” (es decir, “el coloquio de los filósofos críticos”). Una burla del humanismo escolástico que culmina en su estilo literario, que es probablemente la gran obra de arte de su vida, y que tiene su máxima expresión en sus modulaciones irónicas, donde el Quijote se nos descubre como una obra literaria que repiensa la relación entre las palabras y las cosas. A eso nos invita el estilo irónico, que se articula de maravilla con los ambientes críticos de finales de la centuria y su filosofía del lenguaje, con productos como los Essays de Montaigne, que replantean el sentido de la herencia clásica y convierten al humanista del Quinientos en un nuevo tipo de intelectual. Los juicios sobre su vida, su matrimonio o su familia se han deslizado por una senda pintoresca y a ratos malévola, mostrándonos una biografía novelesca y romántica que no tiene relación con el Cervantes real Y entender esa articulación histórica es lo que nos permite calibrar el sentido de la obra maestra en su contexto propio y en la extraordinaria riqueza de sus modulaciones estéticas. El Quijote nos presenta a un loco de atar que cree que las palabras de sus libros valen más que la realidad cotidiana que tiene ante los ojos. Fiel personificación del humanismo dogmático de finales de siglo, que todavía defendía el estilo literario de Cicerón como única marca de legitimidad estética. Y acompañando a esta parodia del humanismo, la novela de 1605 incorpora un importante inventario de nuevas propuestas literarias: la novela italiana de celoso (El curioso impertinente), la reescritura del Abencerraje, que valía también como novela corta de aventuras o bizantina (El capitán cautivo), una crítica metapoética de la Diana de Montemayor (el caso de Marcela en I, 10), una reflexión sobre el funcionamiento literario de la novela picaresca (episodio de los galeotes, en I, 22) y dos casos de narraciones cortas de aventuras y tema amoroso (episodios entrelazados de Fernando y Dorotea, Cardenio y Luscinda). Y todo ello culminaba con el discurso del Canónigo (I, 47-48), donde el autor pone las bases teóricas de una nueva literatura atenta a entretener y presentar al lector casos complejos que invitan a la reflexión sobre el alcance y el sentido del mundo moral (eso que llamamos ejemplaridad). ¿Una novela cómica? Cómicos son, sin duda, los pasos de entremés de un personaje sonado, vestido con las armas de su bisabuelo y que anda por el mundo siempre pendiente de alguna reyerta y cual humanista tronado, entronizando discursos que nadie entiende y que a nadie interesan. Pero en cuanto obra literaria, el Quijote de 1605 es un manifiesto por una nueva estética y que exige también un nuevo tipo de escritor que esté menos atento a lo que hicieron griegos y romanos y más a la relación entre las palabras y las cosas. Un humanista de nuevo trazado cuya escritura recoja la tensión entre las palabras y las cosas, que esté atento a la pertinencia moral y social de su discurso. Con el Quijote, el humanista se convierte en novelista.