El genio de los heterónimos
No digas que me conoces
Sergi Doria
Plaza & Janés
352 páginas | 17, 90 euros
La realidad esconde en su envés misteriosos personajes de novela. Criaturas secundarias de la Historia cuyas huellas parecen fruto de la imaginación. Es el caso de Isidro Lozano, Mario Pickman, Orlando de la Riva… Nombres de disfraz con los que robarle a los bancos y a las mujeres un cheque en blanco. Esos fueron los golpes de mano de Antonio Lluciá, un ladrón de etiqueta, capaz de convertir 25 dólares en 25 mil, y al que la policía tardó en esposara un interrogatorio. Su vida la reconstruye Sergi Doria a través del relato de Ángel de la Justicia, un periodista anarcosindicalista y compañero accidental del impostor en la cárcel Modelo de Barcelona, contratado por el estafador para que inmortalice su historia a lo Douglas Fairbanks.
Una narración confesional y laberíntica, repleta de hazañas, de burlas, de cartas y anécdotas de salón y de calle, contrastada por la propia investigación que realiza el redactor del Nuevo Mundo y de Solidaridad Obrera, receloso de la verosimilitud de lo que le cuenta el hombre que cambiará su vida y le enseñará a asumir su destino. El tipo ingenioso y con carácter de líder que se escapa del manicomio de Sant Boi, donde estaba ingresado por “idiotismo moral”, un término asociado a personas superdotadas que encauzan sus dotes para asuntos inmorales y mimetizarse en otros: un sacerdote, un capitán de Artillería o el mismísimo Alfonso XIII, entre otros veinte pasaportes, en la sociedad del dinero de Nueva York, Suiza, Francia, Alemania, Cuba y Argentina. Allí donde podía burlar un collar de perlas, la inocencia del cajero que verificaba sus firmas falsas, el botín de los bancos más prestigiosos de la época, el amor y la dote de las siete mujeres con las que se casó, aunque legalmente sólo lo hiciera con la hija del alcaide del penal de Cervera.
Sergi Doria debuta con una cordial y picaresca novela sobre las aventuras de este Fantomas de corazones, que acaparó portadas internacionales de prensa por el arte de sus estafas y sus conquistas de labia, encuadrada periodísticamente en la Barcelona de las luchas obreras, las bombas, y la corrupción de la época del general Primo de Rivera. Y lo hace con buen estilo, atrapando al lector y enriqueciendo la trama, que alterna el daguerrotipo político-social con alusiones a figuras reales del pistolerismo de la época como Ángel Pestaña, el Noi del sucre o Joan Peiró. También rinde homenaje al cine mudo, al que es aficionado el protagonista, y a la figura de Antoni Gaudí con el que tuvo relación en el psiquiátrico donde ingresaron ambos y cuyos pacientes trabajaron en la proyección de la cripta de la Colonia Güell.
Antonio Llucià falleció en Barcelona el 4 de octubre de 1930. En su entierro participaron 10 sacerdotes y 25 coches fúnebres. Esa fue la elegante despedida del genio de los heterónimos que nunca vistió un traje de su auténtica talla.