La estafeta de la Edad de Plata
Desde comienzos de siglo, el proyecto ‘Epístola’ viene llevando a cabo una necesaria labor de recuperación de la correspondencia de los autores de la primera mitad del Novecientos
El nombre de Edad de Plata —que yo no inventé pero al que quedé inevitablemente ligado a partir de mi libro de ese título, publicado en 1974— es con toda seguridad inexacto, resulta impreciso para quienes buscan una onomástica menos vaga y para no pocos justifica demasiadas exclusiones y caprichos selectivos. Lo cierto es que sí evoca un momento de juventud y de esperanzas, que son materias inestables, y que sin duda tienden sobre el objeto definible un manto más cómplice que crítico. Pero también conviene recordar que hubo un tiempo en que esto fue necesario para identificar (e identificarnos) con un momento estético y moral más acogedor que aquel otro que el que el bajofranquismo nos deparaba. Porque enunciar “Edad de Plata” significaba también hablar de la conquista de un público lector, del diálogo abierto y fecundo de tres generaciones —cuando menos— de intelectuales, de la valiente confrontación de la cultura moderna y la tradición estética española, dignificada por la nueva sensibilidad, y de la franca apertura a la vida internacional.Restaurar esos diálogos del pasado, vivos todavía, fue un imperativo de muchos desde finales de los años sesenta, cuando se redescubrió el mundo del exilio de 1939 o se recuperaron tantos autores entonces olvidados o prohibidos. No dudaron que había de ser así quienes, en 1985, reinventaron la histórica Residencia de Estudiantes madrileña como centro de creación cultural y quienes, un poco antes, recuperaron entre 1978 y 1982 el legado histórico de la veterana Fundación Francisco Giner de los Ríos, creada en 1915 al poco de la muerte de su titular, para darle la continuidad académica que le correspondía como continuadora de la Institución Libre de Enseñanza. Una y otra han estado presentes —la primera como entidad editora, la segunda como principal responsable— en el proyecto de investigación, financiado por el Estado, “Recuperación, análisis y edición digital de epistolarios de la Edad de Plata”, que desde finales del año 2001 hasta la fecha ha perseverado bajo diversos nombres, siempre bajo la dirección de quien escribe estas líneas que no ha sido sino uno más de los convocados por los promotores. El elenco de sus investigadores ha variado a lo largo de tres lustros pero ha reunido siempre a los mejores expertos en el tema, tanto españoles como extranjeros. Y como su nombre indica, ha sido fundamentalmente un proyecto de documentación en red, que se centró en la configuración de un editor y un publicador, que proporcionaran una pauta de edición y anotación de textos epistolares, que fue acordada por los investigadores del proyecto y así se hizo accesible a otros investigadores (el interesado puede tener noticia fidedigna de su alcance en el artículo de Juana María González García, antigua becaria del programa, “El proyecto Epístola: edición digital de los epistolarios de la Edad de Plata”, Janus, anexo 1 (2014), pp. 197-208).
Pero para el lector común el proyecto está asociado a una colección de libros impresos. La serie Epístola, incluida en el catálogo de las Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, surgió ya en 2003 con un Epistolario (1919-1939) y Cuadernos íntimos, de Benjamín Jarnés, transcripción de materiales depositados por sus familiares en las bibliotecas de la Residencia de Estudiantes y la zaragozana Institución Fernando el Católico. Jordi Gracia y Domingo Ródenas de Moya fueron los responsables de editar unos textos que matizan la visión que Jarnés tuvo de la nueva literatura y que dan una luz inclemente a la dureza de su exilio, aislado de todos y roto su mundo personal. Poco tiempo después la colección incorporaba el impresionante Epistolario, 1924-1963, de Luis Cernuda, con alguna aportación nueva y en edición cuidadosísima de James Valender. El año siguiente trajo a las prensas el Epistolario 1953-1978 intercambiado entre Juan Larrea y su leal estudioso David Bary, transcrito y prologado por Juan Manuel Díaz de Guereñu, que es otro impresionante testimonio de la soledad e incomprensión que rodeó al poeta y de la mendacidad de Neruda, que le tildó de saqueador de antigüedades incas. Inevitables luces y sombras poblaban también el Epistolario 1925-1959, de Manuel Altolaguirre (poeta menor, impresor refinado, cineasta, marido infiel, amante sin suerte y muerto al fin en un accidente de automóvil), cuya edición a cargo de James Valender vio la luz en 2005. Las cartas lo retratan: “Es tanto el trabajo que tengo y son tantos los buenos amigos presentes que lo interrumpen que cuando quiero acudir a los que están lejos, el tiempo se me aprieta en una noche tan oscura que me es imposible el escribir”, le decía divertido a Guillén en 1931. Pero también le confesaba en 1935: “Escríbeme. Dile a Salinas que me escriba y a todos los amigos. Que me recuerden, que me lean, que me manden dinerillo a cambio de mis libros”. Al cubano Chacón y Calvo le confesaba sin dramatismo que a veces no tenían qué cenar…
La Residencia de Estudiantes y la Fundación Francisco Giner de los Ríos han estado presentes —la primera como entidad editora, la segunda como principal responsable— en un proyecto que ha reunido siempre a los mejores expertos, españoles o extranjerosEn 2006 hubo dos novedades estrechamente emparentadas. Por un lado, Graciela Palau de Nemes y Emilia Cortés publicaron el primer volumen del Epistolario de Zenobia Camprubí, que recogió las cartas intercambiadas con Juan Guerrero Ruiz entre 1917 y 1956 y que refleja, por tanto, su relación con quien era “cónsul general de la poesía” (así lo bautizó Lorca) y meticuloso Eckermann de su marido hasta construir su importante libro Juan Ramón, de viva voz. Por otra parte, Alfonso Alegre Heitzman presentó el primer volumen del Epistolario general de Juan Ramón, que revelaba el ambicioso designio organizativo de quien fue animador del modernismo en España y, en vísperas de la guerra de 1914 y novio enamorado, fue un activo creador de una conciencia político-literaria progresista y nacional. El año 2008 trajo otras dos novedades: Gabriele Morelli preparó el Epistolario mantenido por el poeta chileno Vicente Huidobro con Gerardo Diego, Juan Larrea y Guillermo de Torre, entre 1918 y 1947, que es la mejor expresión de los avatares del creacionismo y la nueva poesía, y a Consuelo Carredano se debió la compilación del Epistolario 1912-1958, de Adolfo Salazar, cumplida muestra de las jornadas del mejor crítico de música español, siempre atento a las vibraciones del pensamiento y de las otras artes. En 2009 Emilia Cortés publicó el Epistolario intercambiado entre Zenobia Camprubí y la investigadora cubana Graciela Palau, que desde 1942 fue apoyo del matrimonio Jiménez-Camprubí en Maryland y luego, autora de la primera monografía autorizada sobre el poeta, además de editora de los diarios americanos de Zenobia, ya en fechas más recientes. De la misma fecha fue el Epistolario de Gabriel Celaya y León Sánchez Cuesta, editado por Díaz de Guereñu, cuyas primeras cartas —pocas— pertenecen a los días de la República y las más a la época altofranquista, en que el antiguo estudiante de ingeniería en la Residencia persevera como poeta, militante comunista y gestor de la colección de poesía Norte.El libro de Díaz de Guereñu fue la primera incursión en un proyecto más amplio que será el catálogo, estudio y publicación parcial de los documentos del archivo de León Sánchez Cuesta (1892-1978), cuñado del poeta Pedro Salinas, librero y distribuidor en Madrid desde 1924, suministrador (y empleador, a veces) de los jóvenes escritores, editor de Juan Ramón Jiménez y creador de la Librería Española de París. Sus archivos fueron legados a la Residencia de Estudiantes y una excelente monografía de Ana María Sánchez Rus, “San León librero”: las empresas culturales de Sánchez Cuesta, Gijón, 2007, da una idea cabal de su importancia. En los siguientes años no han faltado proyectos pero sí las posibilidades crematísticas de llevarlos a cabo en un país azotado por la crisis: con todo, en 2012 vio la luz el Epistolario II: 1916-1936, de Juan Ramón Jiménez, obra siempre de Alfonso Alegre Heitzmann, que retomaba la secuencia de sus cartas en enero de 1917, recién escrito y a punto de publicarse el Diario de un poeta recién casado y con un poeta que está decidido a capitanear la historia de la poesía española.