El límite peligroso
Vida secreta
Javier Rodríguez Marcos
Tusquets
80 páginas | 12 euros
En el anterior poemario, Frágil (Hiperión, 2002), de Javier Rodríguez Marcos (Cáceres, 1970) había un poema titulado “Palabras” en el que estas naufragan, se hunden en agua podrida (la de los remordimientos), brillan como acero en medio de la herrumbre, son imprevistas, viejas, hielo inflamable, improbables, vacías, cargadas de sentidos ocultos, ridículas, agotadas e imperdonables. Sobre una palabra entendida de esta manera es muy difícil, por no decir imposible, fundar nada sólido, nada que perdure, nada que se oponga con fuerza y con sentido a la radical fragilidad de toda existencia. De ahí el título del libro y la desolación sin alharacas (no la desolación del romántico que se enfrenta airado a la traición del infinito, y le pide cuentas por ello, sino la del escéptico cansado de hacerse una y otra vez las mismas preguntas sin respuesta) que transmite a sus lectores. Vida secreta, por su parte, comienza con otro poema dedicado a las palabras, “Zoología”, que es toda una declaración de intenciones: ahora las palabras de este libro, aunque crueles como “animales salvajes” o “ratas/ de matadero” que se vuelven peligrosas cuando se las hiere, parecen haber recuperado su vivacidad, su pujanza, las ganas de seguir estando alerta para alimentarse de lo real (y de lo irreal, claro: metáforas, sueños, sentimientos) y para contagiarnos a los que nos servimos de ellas su voluntad de merodeo y supervivencia.
Las palabras van cavando madrigueras, que llamaremos poemas para simplificar, y se esconden de nosotros al tiempo que nos acechan. Desde ese lugar secreto nos van contando cosas que tienen que ver con la vida del autor (su infancia en un pueblo, su madurez en una ciudad, una visita a un desguace, un viaje, una estancia en un hotel, el cuidado de un enfermo en un hospital, el asombro que le produce contemplar su propia mano, una rosa de plástico, su ideal de belleza, etc.) para luego abandonarlo, a la vista asombrada de sus lectores, en ese “límite peligroso” al que se refiere Robert Browning en la cita que abre el libro. Peligrosas las palabras, peligroso el límite: el poeta realiza su tarea situado en ese lugar donde lo que uno es se cruza con lo que uno no es y, al hacerlo, le cuestiona a él y cuestiona esa gran montaña de desperdicios desde la cual nos gobiernan los distintos poderes del mundo.
Javier Rodríguez Marcos se sabe mayor (y por eso más solo, más triste), se ha dado cuenta de la ceguera que hay “detrás de la mirada”, ha comprobado que el ser humano está compuesto de “nostalgia y cirugía” y que “un tren lleno de ciegos/ cruza la noche”, que está ciego a los sentimientos, que es un “aturdido/ que tiene miedo”, que “agonizar también/ es tu forma de vida”, que no tiene claro en qué creer, que todo Paraíso o Arcadia esconde sótanos inconfesables y que ni siquiera podría asegurar a qué bando pertenece. Pero también sabe que de vez en cuando “todo está en su sitio” y que aún quedan pacíficos, mansos, limpios de corazón y personas que dicen la verdad (los campesinos, los niños). En medio de esos dos universos contrapuestos, y verdaderos ambos, el poeta se hace cargo de la violencia implícita que los pone en tensión e intenta rebajarla: domando las palabras, domando los límites, domando la biografía propia. El resultado es un libro que encara con lucidez y valentía la vida secreta, en efecto, del autor y de todos nosotros, pero también, y esto es lo más importante, los secretos de la vida: el irrenunciable trabajo de la gran poesía de todos los tiempos.