Una de las paradojas de la escritura literaria que nace de una pulsión política es la de que a menudo la crítica se ejerce desde el núcleo mismo del sistema
© ASTROMUJOFF
1Toda literatura es literatura comprometida porque toda palabra que invade el espacio público se compromete con algo. Por ejemplo, con la idea de que el arte es una cosa y la ideología otra. Todos los discursos son ideológicos, pero solo algunos son manifiestamente políticos. Los discursos que reniegan de su condición ideológica, los que dicen que no lo son, incurren en la deshonestidad. Son peligrosos porque afirman que no nos aleccionan, pero nos están aleccionando. A veces incluso sin voluntad de hacerlo: por ignorancia, ósmosis, conformidad, por la identificación de sus emisores con la música ambiente de la realidad en la que viven. Son literatura comprometida, pero de otra manera.
2Sartre habla de literatura comprometida en
¿Qué es la literatura? (1947) Allí la palabra es una forma de acción; escribir es tomar la palabra (actuar) en una comunidad; la estética sin recepción es tan imposible como el animal monstruoso de una estética sin ética —y viceversa—; se escribe desde la responsabilidad de saber que nuestra libertad está condicionada, visibilizando los espacios oscuros con la intención de operar como agente transformador. La literatura comprometida genera mecanismos para resistir. Contrapesar. Se trata de llamarle al pan, pan y al vino, vino, mientras se baja la literatura de los altares, el genio, el estentóreo
tatachán o la cursilería, integrándola en la vida cotidiana. En nuestra formación no solo sentimental. Todo cada vez es más difícil porque la literatura está siendo desarticulada. Desactivada como una bomba de fabricación casera.
3En la galaxia neoliberal, la cultura es fetiche de consumo. Espectáculo. Compramos cosas bonitas que no dañen la vista y no desentonen con la decoración de nuestro
loft. Cuadros de caballos azules. Cosas de moda que nos dan acceso al club selecto de los iniciados. El compromiso en la escritura pasa por escribir feo de lo feo. Por la esperanza de que la cultura nos abra los ojos. Podemos hacernos mucho daño con lo que vemos. A veces los colores no combinan.
Todos los discursos son ideológicos, pero solo algunos son manifiestamente políticos. Los discursos que reniegan de su condición ideológica, los que dicen que no lo son, incurren en la deshonestidad4En
Pájaro de celda Vonnegut encadena conversaciones al estilo del mejor Groucho Marx. También remite a Carlos Marx. Es la autobiografía fantástica de Walter F. Starbucks, hijo de inmigrantes europeos en EE.UU., licenciado en Harvard gracias a la ayuda de un capitalista filántropo que ha acumulado sangrientamente su patrimonio en una época en que la historia del movimiento obrero se considera “pornografía”. Walter milita en el comunismo estadounidense previo al
crack, entona un canto sobre el asesinato institucional de Sacco y Vanzetti, lucha en la guerra, delata, forma parte del Watergate, es encarcelado y, tras reencontrarse con Mary Kathleen O’Looney, una sin techo que posee una enorme fortuna, acaba como vicepresidente de una multinacional. Vonnegut se sitúa dentro de la tradición norteamericana de crítica al sistema que arranca en Hawthorne, con su visión vitriólica de los padres fundadores de la nación, y tiene uno de sus puntos álgidos en Nathanael West:
A cool million y
Miss Lonelyhearts son quemantes sátiras políticas. Hawthorne, West o Vonnegut reformulan los géneros y su desparpajo retórico es una mala contestación a los padres. A quienes dictan reglas injustas. Sus libros construyen un lenguaje insumiso para expresar un punto de vista insumiso. Utilizan un humor irreverente para criticar lo de dentro desde dentro. Porque, pese al espejismo globalizador, el exotismo político y las filantropías exógenas, el tierno discurso paternalista de la piedad y la caridad, a menudo sirven de excusa para desviar la mirada: son el fingimiento de un interés
humano que en realidad no existe. Vonnegut apunta: nadie siente interés por las cosas que pasan. Sentimos interés por que nos crean buenos, por ser aceptados, pero no por las cosas que pasan. Trampa mortal de las escrituras políticas: acabar en escrituras autosatisfechas de su propia bondad y complacientes con el público que paga. La disensión funciona como estrategia publicitaria para conseguir el éxito. Hay grandes palabras que no corroen los ruedines de un sistema que no es un monstruo
lovecraftiano, sino algo tan concreto y tintineante como el poder económico. Y todas las infelicidades que nos acarrea.
5El falso altruismo de cierto tipo de literatura se parece a la idea que denunció Conrad en
El corazón de las tinieblas: la pátina de bondad que enmascara la depredación de los colonizadores. Las bellas palabras hacen buena la rapiña. Civilización, libertad, seguridad, equilibro, derechos de las mujeres, son argumentos para el expolio. Conrad lo supo y sigue estando de dramática actualidad. Como el diagnóstico de Vonnegut sobre el capitalismo: las grandes fortunas nacen de la especulación y de la herencia amasada con sangre, corrupción y servilismo político. Una lucidez dolorosa caracteriza las escrituras políticas. La literatura puede ser uno de los discursos de justificación del poder económico. La literatura comprometida —con algo que no sea el poder económico— aspira a contradecir esa ideología naturalizada que no se siente como tal: Zizek la llama
ideología invisible. La ideología invisible de nuestro tiempo es la del neoliberalismo, Silicon Valley, el capitalismo filantrópico: la de los anuncios solidarios y ecuménicos de Coca-Cola que es, a la vez, una empresa que despide trabajadores y esquilma los acuíferos de la India. La literatura comprometida educa el oído para volver a percibir, entre la pachanga o la simplicidad pop, la disonancia, ese mensaje subliminal cuya existencia se empeñan en negar los publicistas.
Trampa mortal de las escrituras políticas: acabar en escrituras autosatisfechas de su propia bondad y complacientes con el público que paga. La disensión funciona como estrategia publicitaria para conseguir el éxito6No existe una relación unívoca y necesaria entre realismo y compromiso. La literatura es radicalmente histórica, y la repercusión transformadora de los códigos de la novela negra o de la estética surrealista no es igual hoy que ayer. No significa lo mismo, ni literaria ni políticamente, escribir
Cosecha roja hoy que en 1929. No podemos usar las mismas palabras para tratar de comprender o interferir en una realidad distinta: sí podemos hacerlo si partimos de la base de que esa realidad no ha cambiado sustancialmente. Las posibilidades estilísticas del compromiso son incontables. También las posibilidades de comprometerse cuando ni siquiera existía ese concepto. No se trata de que, como decía López Pacheco, la revolución del lenguaje sustituya al lenguaje de la revolución sino de que las formas son ideológica e históricamente significativas: la truculencia proto-feminista de María de Zayas, Sade, la exquisitez sensorial de
El velo de reina Mab, el corte en la esclerótica de
Un perro andaluz, Pasolini o
La mina de López Salinas son diferentes tipos de escrituras políticas. Inquietan, molestan. A veces hablar de una rosa puede ser perturbador; otras, entre el exilio y la hambruna, hablar de una rosa es casi una atrocidad: lo denunciaba la poeta Ángela Figuera tras la Guerra Civil. Por su parte, Francisca Aguirre habla de lo mucho que a ella en ese mismo contexto le ayudaron las ficciones de evasión. Las historias como impulso de supervivencia. En cualquier caso, siempre conviene releer a Arnold Hauser.
7Una de las paradojas de la escritura literaria que nace de una pulsión política es la de que a menudo la crítica se ejerce desde el núcleo mismo del sistema. Pero hace ya tiempo que sabemos que el medio hace el mensaje solo relativamente. Que los embozados y los conspiradores se meten en el corazón de la manzana para reventarla desde dentro. Que el sabotaje es más eficaz si se lleva a cabo desde el cuadro eléctrico central del edificio. Que hay que aprovechar el espacio. La posibilidad de la voz. Y desconfiar del éxito, al menos en un mundo como éste, porque a veces el éxito es el síntoma de que hay algo que no se está haciendo bien…