El precio de la identidad
Ficciones para una autobiografía
Ángeles Mora
Bartleby
102 páginas | 12 euros
Ángeles Mora nace en el primer verso de este libro. Es finales de diciembre, ese momento en que un año deja de ser y el siguiente aún no ha tomado posesión de su cargo, lo que la hace decir que está, desde entonces, “fuera del mundo”. El poema se titula “A destiempo” y sirve como guía para entender lo que le sigue. Para entender, por ejemplo, que alguien que llega demasiado tarde o demasiado temprano, y por mucho que sea el desorden que eso implique, está situado en un lugar privilegiado para detectar las contradicciones, las falsedades o los rincones oscuros de la existencia. También sus ficciones, esa amalgama de verdades y falsedades, apenas distinguibles entre sí, con las que se escribe la novela de cualquier persona. Ángeles Mora sabe que la memoria traiciona, pero por encima de eso tiene la certeza de que lo hace para contarnos mejor lo que somos. La tarea del poeta es darse cuenta de esa aparente paradoja y encontrar modos de plasmarla sobre el papel, algo que le obliga a pactar con la noche (hay numerosos pasajes en los que Ángeles Mora le pide a la noche que camine lenta, que dure, que no la despierte ni le haga renunciar a sus sueños o que acalle el canto de los gallos) y con sus aliados: el amor, el folio en blanco y la creación, la rebelión, el tiempo, los cuentos (Caperucita, Alicia, un príncipe azul que destiñe y sobre el que se ironiza), el deseo o las imágenes de la infancia.
En la primera parte, titulada “¿Quién anda ahí?”, Ángeles Mora se hace preguntas sobre la identidad de quien habita su cuerpo, recorre las habitaciones de su casa, escribe sus poemas o rememora su historia. Como esas preguntas se las hace una mujer, aprovecha para plantearse en tono de denuncia: por qué los hombres no barren, no limpian el polvo, no planchan, no baten mayonesa, no hacen las camas o controlan el dinero; y por qué ella, que se alza contra la injusticia de tener que hacer todo eso porque sí, por razones de género, descubre desde muy pronto que prefiere leer el periódico o emborronar papeles que hacer ganchillo. También para todo eso le es útil la noche: mientras esta dure ella es libre de imaginar o reinventarse o descansar de sus tareas, todo lo cual tendrá que abandonar o subordinar a otras cosas cuando llegue el día. El precio de esa lucha es la soledad, la tristeza, el insomnio, las voces enfrentadas que la atraviesan, las dudas, la desgana e incluso la tentación de la muerte (como en ese poema de la cuarta parte donde dice que es fácil despeñarse desde la colina que domina La Alhambra), pero ella está dispuesta a pagarlo con abundantes monedas de palabras porque solo se fía de ellas y de las “migajas de realidad” que gracias a ellas puede conseguir.
Ángeles Mora, “como quien gana y pierde al mismo tiempo”, y después de nacer en aquel primer verso, defiende que sus poemas tengan ritmo de bolero y no de marcha fúnebre, cumple años (aunque lo importante no es eso sino “el vuelo cotidiano del amor”), recupera sus meriendas de niña (“Cotidiana batalla/de la escasez/ en la casa del pobre”) o los cines de verano (Gary Cooper enfrentándose solo ante el peligro), se encierra en un desván a mirar “borradores escondidos”, se queda a cenar con un hombre que tiene “un laberinto de luces” en su mente, o recuerda en blanco y negro el “silencio de los vencidos” y la “algarada de los vencedores”. ¿Ficción? ¿Autobiografía? El destiempo de la buena poesía, que, como la autora de este libro tan emotivo y tan lúcido, ha hecho del llegar demasiado tarde o demasiado temprano su razón de ser.