La agitación del esperpento
El secreto de la modelo extraviada
Eduardo Mendoza
Seix Barral
320 páginas | 18,50 euros
Un tío mío decía que la placa donde dice “Manicomio” siempre está colgada en la parte de afuera. Por eso el investigador majareta de Mendoza, aunque vaya por la calle en calzoncillos, acaba convirtiéndose en el personaje más sensato de esta disparatada función por la que pasan policías, políticos, empresarios, travestis y aspirantes a modelo. Hace ya 35 años que se abrió El misterio de la cripta embrujada y la puerta de un sanatorio mental del que salió un zopenco investigador tirando a depravado y con una facilidad para el disfraz, a medio camino entre Don Quijote y Mortadelo.
Cuatro novelas más tarde, en El secreto de la modelo extraviada, lo vemos otra vez salir del chiquero y ponerse a investigar bajo la mala sombra del inspector Flores. Rememora el (vamos a llamar) asesinato de una modelo en los años ochenta que se cerró en falso. Ahora, mientras se gana la vida como repartidor de comida china, trata de esclarecerlo. A nuestro chiflado investigador lo veremos moverse por una Barcelona donde, en cuanto levantas la tapa del caldero, todos los guisos huelen a podrido. De hecho, intentaron cargarle a él el muerto, literalmente hablando. Tuvo que convencer a Flores de que le dejase actuar y descubrir a los verdaderos criminales. Eso le llevó hasta una mansión en la que descubrió que debajo de todo el asunto había una trama de evasión de capitales bastante chapucera.
Quien crea que va a leer una novela de risa se equivocará. Esta es una novela que se agita —con gracia, desde luego— en el terreno del esperpento y deja un sabor amargo en la boca. La señora Westinghouse, travesti efervescente a la que conoce en los ochenta, le dice, 30 años después: “Yo tenía una gran fe en el futuro de Barcelona. Hoy Barcelona es una ciudad trepidante, próspera, rebosante de glamour, la meca del turismo internacional, salvo para los islamistas que ya tienen su propia Meca. Pero las cosas no son como yo las había imaginado. Yo imaginaba una Barcelona y ellos han hecho otra… No importa, el tiempo pasa y todo se lo lleva el viento, como dice Escarlata O’Hara levantando el nabo”. Lo mismo que le ha dejado dicho Larramendi, funcionario de la Generalitat reconvertido de pinche de cocina de Casa Cecilia Cocina Riojana: “Barcelona se ha puesto en marcha, eso se nota. Y cuando Barcelona se pone en marcha, los ricos ganan y los pobres pagan”. Veremos cómo al inspector Asmarats, tampoco le ha ido muy bien, al perder su puesto: “Metieron a uno del partido de turno como quien mete un supositorio”.
Con el paso de los libros, cada vez más, el protagonista sirve de oreja que escucha los monólogos de personajes que se hablan a sí mismos, como la señora que ha montado un local de aromaterapia: “¿Oler frascos sirve para un cuerno? Por supuesto que no. ¿Placebo? Sí claro. ¿Qué no lo es hoy en día?”. Escuchamos el eco del autor como un ventrílocuo hablando por boca de esos personajes que, bajo la fachada jocosa, destilan desencanto. Eso sí, regado con la sorna inteligente de Mendoza: “Cataluña lleva ventaja al resto del mundo. El clásico ciclo catalán pobre-rico-preso favorece la movilidad social y previene la sobrecarga de la tradición”.
Este libro tal vez no satisfaga a los aficionados a la novela de risa porque los mensajes son profundos y melancólicos; ni a los lectores sesudos de la novela de ideas por su trama disparatada; ni a los amantes del género policíaco con su investigación descabellada. El género de este libro es inequívoco: novela mendociana. Los incondicionales —que no son pocos— de este novelista elegante, agudo y escéptico la disfrutarán.