Los héroes revisados
Necesitamos a los héroes cuando nos limitamos a ser espectadores desde el placer de la ficción. Los cuestionamos cuando, contemporáneos nuestros, ponen en peligro nuestra estabilidad. Son el extraño ser de la invención o de la historia
Nuestra época padece nostalgia por los héroes. Quizás porque en nuestro mundo sin certezas, los héroes desaparecieron para dar paso a los charlatanes. Así lo apuntó Thomas Carlyle en Los héroes. O porque después de tantas guerras heroicas en el siglo XX, hemos aprendido a desconfiar de ellos. Como nos recuerda López-Pedraza en Sobre héroes y poetas, ya Eurípides representó a los héroes de Troya como unos asesinos. Ante la duda, hoy preferimos admirar a seres de ficción, en quienes hemos delegado nuestra pulsión heroica. Desterrados en la sombra de los sueños, nos mandan mensajes desde nuestro inconsciente. Tratan de aparecer en nuestros actos y a menudo nos perturban y contradicen. El gran hallazgo de David Chase ha sido enmarcar las peripecias de Tony Soprano en la consulta de una psiquiatra que, a su vez, también enloquece. El héroe trae consigo el riesgo de la locura. Cervantes nos mostró como nadie el proceso de imitación y contagio.Sinceridad y visión son los atributos principales del héroe, según Carlyle. Entre las figuras que analiza prefiere al poeta, porque “el espíritu de todo heroísmo es penetrar en la esencia misma de las cosas”. Y eso es lo que el poeta hace mejor que nadie. Volar, incendiar, ser invisible. Los poderes de los superhéroes son pequeños en comparación con desentrañar los secretos del mundo. Cohle, el policía interpretado por McConaughey en True Detective, tiene ambas cualidades. Nos fascina por su lucidez al desentrañar un crimen y al mismo tiempo nos inquieta su oscuro, incómodo y sincero descifrar de la existencia.
Los héroes resultan peligrosos para su sociedad. Los necesitamos cuando nos limitamos a ser espec-tadores desde el placer de la ficción. Los cuestionamos cuando, contemporáneos nuestros, ponen en peligro nuestra estabilidad. Son el extraño ser de la invención o de la historia. Rebeldes a un sistema fueron Jesucristo, Charlie Parker, los justicieros Eliot Ness y Spiderman. Mantienen una fe innegociable en su tarea, que nos hace admirarlos en nuestras dudas de seres frágiles, que luchamos por salvarnos a nosotros mismos y no a los demás. Sin embargo, los creadores actuales dibujan personajes cada vez más parecidos a nosotros, antihéroes que sobrevivimos al día. Don Draper bebe nuestra derrota en su whisky. Sentimos nuestro vacío cuando contempla, a través de una ventana del Nueva York de Mad Men, los daños colaterales de un intenso egoísmo en la oficina. Walter White comercia con nuestra angustia en Breaking Bad. Nos pone contra las cuerdas de nuestras convicciones al mismo tiempo que le animamos a continuar su camino. El bien y el mal, la flaqueza y la fuerza, la duplicidad compatible, se funden en el héroe contemporáneo.
Patrick Harpur sostiene en El fuego secreto de los filósofos que los retratos del ego occidental están fundamentados en mitos heroicos. Habría que añadir a nuestros antihéroes de hoy, que tanto se nos hermanan. Bruce Willis no habría tenido éxito sin el espejo de Hércules. Pero la sonrisa de comprensión de Tony Soprano, cuando decide perdonar la vida a alguien, nos viene a la cabeza en el trabajo y en el café. Él reúne la infidelidad y la lealtad, la generosidad y la destrucción. Cuando se niega a asumir las consecuencias de sus acciones, su inconsciente le golpea. Redime su vileza con un irresistible encanto. Se levanta una y otra vez sobre el abismo. Ama y es odiado. Y, en la pantalla, ve las mismas ficciones que todos hemos heredado. Se refleja en la familia Corleone. Cada mañana, como nosotros, abre la puerta de su destino. Sueña con un héroe y persiste en su voluntad.