Un hombre de televisión
El autor comparte la experiencia de adaptar, en colaboración con otros guionistas, una novela propia a una serie televisiva, conservando el espíritu del texto original
Soy un hombre de televisión. Lo sé. Y me gusta. Y sin embargo, contra todo pronóstico, hace cuatro años abandoné el mundo de la ficción en TV para escribir una novela, Apaches. Fue una sucesión de inesperados acontecimientos la que me empujó a dejarlo todo por esa historia. Pero también es verdad que hacía ya tiempo que escuchaba una voz que me llamaba para que volviera a la literatura. Apaches no era otra serie de televisión. Era una novela. Siempre lo supe.
Desde el primer día que ocupó un espacio en las librerías escuché a lectores y críticos hablar sobre la fuerza de las imágenes y el ritmo cinematográfico de Apaches y sobre lo natural y fácil que sería su adaptación a un medio audiovisual. Así, viví la llamada de Atresmedia interesándose por comprar los derechos de la novela como el resultado lógico de algo que ya estaba en el aire.
La primera cuestión a la que tuve que hacer frente fue decidir si la novela se adaptaría como un largometraje o como una miniserie de TV. Y escogí la televisión. La elección fue sorprendente para muchos. El cine aún está más valorado artísticamente que la televisión y sobreviven todavía algunos mitos sobre las diferencias entre un medio y otro. Yo no creo en esos mitos. En lo que sí creo es en que la televisión tiene un potencial mucho mayor que el cine para contar historias. Y es sencillo de explicar. En las diez o doce horas de narración que puede tener la temporada de una serie, un escritor tiene mucho más espacio para un desarrollo sólido de personajes y tramas del que tendría en las dos horas de duración de una película. Creo que en eso, la televisión, la buena ficción de televisión, tiene más en común con la literatura que el cine.
Desde el primer momento estuvo sobre la mesa que sería el responsable de la adaptación. Soy un hombre de televisión, ya saben. Al primer golpe de euforia le sustituyó rápidamente el peso de una gran carga. Un escritor al que otros guionistas adaptan una de sus obras y no está satisfecho con el resultado siempre puede decir que la novela era mejor, que su espíritu ha sido traicionado, que los matices se han perdido. Cuando eres tú mismo el que adapta tu obra no hay lugar donde esconderse.
“Uno tiene que ser infiel a la novela para hacer una buena adaptación”. La frase es de uno de los grandes guionistas de este país, embarcado actualmente en la adaptación de Fortunata y Jacinta. Ahí es nada. Probablemente tiene razón. El problema es que yo no podía ser infiel a Apaches. Hay tantas cosas íntimas y personales en las páginas de la novela que no me era nada fácil distanciarme de ellas. Y llegué a la conclusión de que no quería escribir los guiones de la serie yo solo. Por eso busqué a dos buenos guionistas —Carlos Montero y María López Castaño— para que colaboraran conmigo en la escritura de los guiones y me ayudaran a ser infiel.
El primer día que nos reunimos, en un pequeño despacho de la productora, lo que hicimos fue hablar. Y también fue eso lo único que hicimos durante las siguientes dos semanas. Hablar de lo que más nos gustaba de los personajes, de las escenas más emocionantes, de aquellas que sería imprescindible conservar, de lo que nos desprenderíamos, de los inicios y los cierres de cada capítulo. Y después, a medida que pasaban las semanas, las paredes de ese despacho se llenaron de pizarras y de post-it de varios colores —herramientas infalibles del trabajo de guion— donde escribimos las escenas que contendrían luego los capítulos.
En aquel pequeño espacio de trabajo tomamos las dos decisiones que son las diferencias más visibles entre la novela y su adaptación.
El cine aún está más valorado artísticamente que la televisión y sobreviven todavía algunos mitos sobre las diferencias entre un medio y otro. Creo en cambio que la televisión tiene un potencial mucho mayor que el cine para contar historiasNos deshicimos de la primera persona. En la novela todo lo que ocurre lo vemos a través de los ojos de Miguel, su protagonista, lo escuchamos a través de su voz, lo conocemos a través de sus propias experiencias. Conservar la primera persona era jugar con fuego. Miguel debía salir en todas y cada una de las secuencias de la serie y eso, nos parecía, iba a lastrar el ritmo de la narración. Por suerte teníamos otros personajes, Sastre, Carol o El Chatarrero, con el suficiente “fondo de armario” como para desarrollar sus propias tramas independientes, aunque todas confluyeran en un momento u otro con la trama principal. Lo cierto es que casi no inventamos nada nuevo, porque todo lo que decidimos contar sobre estos personajes ya estaba en la novela. El mundo de Sastre, su relación con Miranda, su banda de amigos, el barrio, su enfrentamiento con El Chatarrero o la relación de este con Carol ya aparecían en las páginas de Apaches, aunque en un segundo plano. Y con ese cambio la historia ganó en riqueza, los capítulos casi caminaron solos y las tramas se entrelazaron con una armonía sorprendente.La segunda decisión tuvo que ver con el pasado de los dos protagonistas. Aunque el peso de la narración de Apaches está en los años noventa, la historia de Miguel y Sastre tiene unas raíces muy profundas en las décadas anteriores. Y no queríamos perder eso. Queríamos ver a Miguel y Sastre en su infancia y después en su adolescencia. Queríamos contar el pasado de esos dos amigos, más que hermanos, porque si hay algo que une más que la sangre son las experiencias —especialmente las duras— compartidas con alguien. Y tampoco queríamos perder la figura del padre de Miguel envolviéndolos a los dos, cuidándolos y protegiéndolos. Encajar esta trama era imprescindible para comprender por qué después de tanto tiempo, cuando Miguel pide ayuda a su amigo para salvar a su padre, este no tarda ni un segundo en darle su apoyo. A pesar de las innegables dificultades que entraña incorporar flashbacks en los guiones, decidimos que esa sería la forma de contar el pasado de Miguel y Sastre. Lo que en la novela solo representa un puñado de páginas, la infancia y la adolescencia de estos dos personajes, en la serie está distribuido a lo largo de buena parte de los capítulos. No son flashbacks explicativos, sino narrativos. Y por tanto funcionan como tramas libres dentro de cada capítulo, aunque están íntimamente ligadas a lo que les ocurre a Miguel y Sastre adultos.
Aquellos post-it de las pizarras se transformaron en sinopsis. Y esas sinopsis en escaletas —la lista de secuencias que componen un capítulo—; de repente, estaba escribiendo el guion del capítulo piloto de la serie. A medida que iban cayendo las páginas todos nos dimos cuenta de que resultaba muy fácil escribir, de que las imágenes de la novela aparecían con una increíble naturalidad trasladadas al guion y de que, quizá, los críticos y los lectores de la novela tenían razón.
Una vez terminado el último de esos doce guiones estoy muy satisfecho de haber participado en la aventura. Aunque una serie de televisión tiene un estilo, un ritmo y una melodía muy diferentes a los de una novela, creo que los guiones de Apaches conservan el alma y el espíritu del original, que la historia no ha sido traicionada y que, aunque hemos renunciado a ciertas cosas, lo imprescindible está ahí .
Cuando un escritor le pone el punto final a su obra, esta se da por acabada. Pero cuando un guionista hace lo mismo con un guion sabe que en ese momento comienza el trabajo de mucha más gente; de los equipos de dirección y de producción, de arte, vestuario o montaje. Y sobre todo del director y de los actores que transformarán de una forma u otra lo que has escrito. Y debe ser así. Cuando terminas una novela es solo tuya. Una serie es de todos. Soy un hombre de televisión. Lo sé.
Miguel Sáez Carral es autor, jefe de guion y coproductor ejecutivo de Apaches.