El valor de educar
Todo el mundo está de acuerdo en que la educación es al mismo tiempo la clave para avanzar por el camino que marcan las sociedades más desarrolladas y uno de los problemas pendientes para un país, España, que precisa de un gran acuerdo en este terreno, después de varias décadas que no han logrado alumbrar un marco estable. La instrucción pública, por usar la expresión habitual en otro tiempo, es un asunto demasiado importante y abordarlo con verdadera ambición requiere, además, coraje, conforme al doble sentido del título —El valor de educar— que dedicó Savater a la materia. Sentar las bases de un pacto que comprometa a la ciudadanía y se prolongue por espacio de generaciones, es por ello una tarea no solo necesaria, sino urgente.
La crisis, dice José Antonio Marina, ha puesto aún más de manifiesto la necesidad de superar las diferencias ideológicas en aras del bien común. En conversación con Tomás Val, el ensayista defiende la ampliación del proceso de formación de los profesores y la evaluación constante de su desempeño, además de una previa selección con criterios estrictos que permita atraer a los mejores a la enseñanza, atendiendo tanto a los expedientes académicos como a la vocación y a la capacidad de comunicar los conocimientos. El aprendizaje permanente —imprescindible para adaptarse a los continuos cambios—, la reforma de la formación profesional o la mayor permeabilidad de la escuela con la sociedad, son otros puntos abordados en la propuesta de Marina.
En el campo de la pedagogía conviven métodos muy distintos y no siempre lo más innovador, señala Gregorio Luri, es lo más deseable. Investida de una autoridad que no tiene por qué ser autoritaria, la figura del maestro es insustituible y su papel, devaluado por algunos teóricos que han logrado más predicamento que resultados, comprende la transmisión de virtudes intelectuales. No pocas de las ideas supuestamente nuevas datan en realidad de hace mucho y han demostrado, en la práctica, una escasa eficacia en las aulas. De la variedad de planteamientos da cuenta el reportaje de Aroa Moreno, que repasa la bibliografía de los últimos años en la que abundan los diagnósticos críticos sobre el estado de la educación española, sujeta a broncas políticas, a recortes de presupuesto o a cambios legislativos no consensuados que no han conseguido encontrar un modelo, asumido por las sucesivas administraciones y los propios miembros de la comunidad docente, que permita sacar al país del poco honroso lugar que ocupa en las evaluaciones realizadas por los organismos internacionales.
El debate, sin embargo, afecta no solo a los procedimientos, sino asimismo a los contenidos, y entre estos hay disciplinas cuya utilidad viene siendo cuestionada por una mentalidad excesivamente tecnocrática. Es el caso de la filosofía, arrumbada tras la última reforma, o de las lenguas y la cultura clásicas, reducidas a lo mínimo. Manuel Cruz escribe sobre el sentido de la primera —que parte de una actitud y se sirve del lenguaje, para abordar temas no distintos de los que ocupan a los escritores o los artistas— y su valor para pensar críticamente la realidad o cuestionar el marco de lo establecido. Del mismo modo, frente a los reiterados intentos de confinar el legado de los antiguos, no solo fundacional sino plenamente vigente, a un rincón irrelevante, Aurora Luque aboga por el humanismo como escuela de libertad y de tolerancia.