Formas viejas con ojos nuevos
Libros, secretos
Jacobo Siruela
Atalanta
270 páginas | 21 euros
Tras El mundo bajo los párpados, una valiosa y original inquisición sobre el universo de los sueños, Jacobo Siruela ha reunido en Libros, secretos seis ensayos misceláneos que en palabras del autor —y para su sorpresa, nos dice— han acabado confluyendo como “vasos comunicantes”. Caracterizada en efecto por una coherencia de fondo, la colección refleja bien sus intereses como editor, el arte, la filosofía, las religiones, el género fantástico, la sabiduría hermética o los propios libros, abordados desde una escritura precisa e incitadora que busca desvelar los sentidos no expresos.
El itinerario propuesto por Siruela empieza por la descripción de cinco raros volúmenes: el enigmático manuscrito Voynich, aún hoy indescifrado, atribuido a Roger Bacon pero recientemente datado —lo que desmiente a quienes han sospechado que se trataba de una obra apócrifa— hacia el siglo XV; el Mutus Liber (1677) o Libro mudo, formado por quince grabados alquímicos que revelan a los iniciados, sin necesidad de palabras, más de lo que dicen los textos sobre la materia; la intrincada obra postrera de Joyce, Finnegans Wake, ese endiablado flujo verbal que “se apodera de nosotros como un antiguo encantamiento”; el ambicioso La arquitectura natural (1944) de “Petrus Talemarianus”, que se propone fijar las leyes universales de la construcción de acuerdo con la armonía de los números intuida por los pitagóricos u otras tradiciones místicas; y el compendio Formas de pensamiento (1905), de Annie Besant y Charles Webster Leadbeater, discípulos de madame Blavatsky cuyos pintorescos estudios sobre el aura y su “radiación cromática” influyeron en el nacimiento del arte abstracto.
En los comentarios a los dos últimos títulos citados, Siruela introduce el tema de las relaciones, tan evidentes que a menudo se pasan por alto, entre el esoterismo y las vanguardias históricas o corrientes anteriores —el simbolismo, el fin de siècle— que desde los románticos, si nos ceñimos a la modernidad, han hollado los “territorios laterales” del espíritu o aprovechado los conceptos y el imaginario de lo oculto. Es una de las tesis principales del libro que reaparece en la semblanza de Valentine Penrose —poeta surrealista más conocida como autora de La condesa sangrienta, centrada en la terrible figura de Erzsébet Báthory sobre la que luego escribiría Alejandra Pizarnik—, donde el ensayista explora el problema del mal y una idea de lo femenino relacionada con el erotismo “furioso” de los antiguos cultos mistéricos y la sombra soterrada de Lilith, o de otro modo en el dedicado a los vampiros, un lúcido recuento que se publicó como prólogo a la ya clásica antología del propio Siruela.
Si el del nosferatu, aunque se remonte muy atrás en el tiempo, es un mito moderno, el de Gilgamesh remite a la epopeya más antigua de la literatura universal, a propósito de la cual el autor reivindica la imaginación —que ha sido desplazada por el logos, del que debería ser necesario contrapunto— como fuente de conocimiento. Los dos últimos ensayos discurren sobre la condición en parte subjetiva —vida y sueño son estados distintos de una misma consciencia, artificialmente disociada— de lo que llamamos realidad y sobre otra forma de separación, la que ha apartado al ser humano de la naturaleza, que en las fotografías del artista Masao Yamamoto muestra el secreto de su belleza primordial, “transparente y espontánea”. Como en el texto de la cita preliminar de Meyrink, Siruela observa las “formas viejas con ojos nuevos”, desde una perspectiva volcada en lo interior y a la vez abierta al mundo, pues lo que persigue en última instancia es superar los lastres del positivismo y restituir, frente a la escisión dualista que ha alejado el orden de lo inefable, la perdida unidad entre mente y vida.