Lo poco que somos
Todos los miedos
Miguel Ángel González
Siruela
191 páginas | 14,90 euros
Abro Todos los miedos con la esperanzada curiosidad de descubrir a un escritor que desconozco, aunque haya publicado tres novelas, el todavía joven Miguel Ángel González, y también con el recelo de encontrarme con la simple destreza de un cazapremios (nada menos que un centenar, nacionales e internacionales, ha obtenido ya, informa la cubierta). La experiencia resulta positiva: se sumerge en un mundo de dolorosas vivencias íntimas con un aparataje formal muy estudiado, con una evidente voluntad de construir un artefacto narrativo complejo, pero no complicado, que dé cuenta verosímil de una visión de la vida muy pesimista.
La singularidad constructiva de Todos los miedos se ve, de entrada, en la ideación de un libro con sentido unitario pero compuesto por dos breves relatos independientes. El primero, “¿Quién teme al lobo feroz?”, refiere la historia de una mujer raptada y sometida a múltiples violaciones por una cuadrilla de sádicos. El otro, “Lo que sé del olvido”, se centra en los últimos momentos de un enfermo terminal que consuma su muerte asistida en la soledad de un hotel. El interés del autor por alejar su obra de un planteamiento convencional deja también su huella en el desarrollo de los textos. Las muy cortas secuencias en que se dividen ambos relatos acogen tanto la impresión ensimismada de un narrador en primera persona como otros varios materiales (exposiciones informativas o una simple cita) y conviven con un vanguardismo no exagerado (utiliza ilustraciones de moda en nuestra narrativa reciente que complementan el texto y, más valiosas, varias fotos que sustituyen la palabra).
La mezcla de discursos requiere un lector atento a lo literario, pero no exige mayores esfuerzos. Tampoco produce confusión alguna semejante sustancia miscelánea porque los materiales giran en torno a un bucle de pensamientos y vivencias que se trenza con diversos hilos, con el más visible, el del miedo, con uno fundamental, el del peso del azar, y con los del dolor, el sentimiento de la muerte y el destino. Todo ello aporta una materia muy dramática, pero se presenta sin gran énfasis, alharacas ni desmesuras mentales. Al revés, la realidad psicológica menesterosa, aflictiva y hostil aparece en estampas de un costumbrismo renovado, carverianas. Con frecuencia, al igual que ocurre en el influyente narrador americano, si bien con menor fuerza revulsiva, una situación corriente esconde la carga explosiva de un fracaso absoluto.
Encabeza M. A. González su libro con un “Prefacio” donde explica el propósito que persigue, mostrar que la opinión de la gente sobre el mundo cambia constantemente y que el moldear la percepción que los demás tengan sobre nosotros se escapa a nuestra voluntad. Habrá sido esa su intención, pero no es lo que yo percibo en Todos los miedos. Me parece que consigue algo diferente, comunicar un profundo desaliento vital de corte fuertemente existencialista. Lo evidencia el cogollo argumental de ambos relatos y lo refuerza con la repetida inserción de opiniones expresadas de forma bastante directa y sencilla. Contiene la novela en realidad una generosa biblioteca de ideas y formula unas cuantas tesis. De este modo, trasciende el interés intrínseco de sus historias, minimalistas y dramáticas, que avanzan a un ritmo acelerado gracias al estricto laconismo verbal. Esta inicial seducción se convierte en un mecanismo imaginativo concebido para reclamar la reflexión del lector. para ponerle en el espejo de lo poco y desvalido que somos. No es una obra maestra, pero sí muy digna y seria, y merece conocerse.