Ricardo Menéndez Salmón: “La escritura es una forma de conciencia que dialoga consigo misma”
—Una búsqueda a partir de una rebelión que está marcada por el miedo al otro, la obsesión de la identidad, el control tecnológico. ¿Un trasunto del hombre contemporáneo?
—Es la toma de conciencia por parte de un individuo que trabaja activamente para un statu quo, y descubre que todos los discursos son tendenciosos, que la ambigüedad está a la orden del día, que las certezas son muy frágiles y no existe una verdad. Y entonces empieza a cuestionarlo todo. El narrador es el corazón del Sistema y su fe fracasada y reconquistada, sus dudas, su proceso emocional, psicológico e intelectual, conforman su posición en el mundo, frente al eterno conflicto con el discurso con el que el poder sustenta a la vez un orden de las cosas y la amenaza de lo otro.
—La escritura es lo que le hace sospechar de todo lo oficial al protagonista Narrador. Muy kafkiano, lo del documentalista que pasa a ser documentado.
—Kafka es una sombra tutelar en la novela. Me interesaba mucho contar como todo y principalmente la creencia de un relato único cambia para el espectador al convertirse en objeto de escrutinio. La escritura que era la contumacia de dar fe de todo lo que sucedía le plantea interrogantes que le llevan a vacilar sobre su propio lugar en la escritura y a su papel como narrador dueño del relato. Me es muy querido el tema de la capacidad que tiene de conformar una realidad aquel que detenta un discurso. Esto es lo que hacemos los escritores. Me interesa mucho la idea de que sin escritura la realidad es más resbaladiza e inaprehensible. Vivimos en la realidad pero cuando empezamos a definirla nos damos cuenta de que es endiabladamente difícil, de que muta con cada referencia que hacemos de ella.
—También muta la voz de ese narrador a lo largo de los tres cuadernos que escribe. ¿Una indagación sobre el papel que cada uno ocupa frente a la realidad?
—Sí, a lo largo de la historia el Narrador es actor, espectador, agente, paciente, víctima, verdugo, narrador, personaje, entra y sale constantemente. Sus cuadernos los narra un él, frío, objetivo, desapasionado que pasa a ser un yo infectado de lo que sucede y que opina, y finalmente propone un tú que es una apelación que termina disolviéndose en esa voz común que es el nosotros de la última parte de la novela. Una voz que nos conforma a todos y todo sabe de nosotros. Este juego es fundamental en El Sistema porque provoca una interesante diversidad de voces que genera un protagonista singular y al mismo tiempo plural. El individuo es el eco en el que resuena la Humanidad. Alguien que se hace eco de la historia de esa voz múltiple pero desde una soledad primordial. Es un tema que está en todos mis libros.
—Tres cuadernos, y tres espacios: La Estación, La Academia del sueño y La Aurora. ¿Cuadernos de bitácora de un viaje conradiano hacia lo oscuro de la realidad?
“Me interesa el viaje como arquetipo. Es la idea seminal de la literatura. El viaje es una odisea que dibuja un mapa en el tiempo y en la sensibilidad cambiante de un hombre”—Me interesa el viaje como arquetipo. Es la idea seminal de la literatura. El viaje es una odisea que dibuja un mapa en el tiempo y en la sensibilidad cambiante de un hombre. También los espacios simbólicos, La Estación, La Academia, La Aurora, al igual que La Cosa, ese centro del sistema, desempeñan un papel fundamental y generan la dinámica viajera de la novela. Está el relato del hombre condenado a su puesto de observación, el de la construcción de una identidad en conflicto que ha de ser reeducada y el de la búsqueda que resulta determinante cuando el narrador descubre que los Ajenos, aquellos a los que ha esperado se parecen sospechosamente a él. Ahí es donde comienza su liberación y la historia se convierte en un compendio de nuestros terrores y anhelos, de todo lo que hemos sido y de todo lo que podremos ser. Es como la habitación del sueño de Stalker en la que se dice “pide lo que quieres y se te concederá”. Representa la idea de que todos buscamos un centro, una razón que todo lo explique.—En relación a los espacios, defiende que cuando menor y más opresivo es ese espacio mayor es la conciencia del hombre y del escritor.
—El narrador reflexiona en un momento de la novela acerca de que cuando era dueño de un lugar y se le regalaba el horizonte su conciencia sobre sí mismo era menos intensa que cuando vive en la cárcel de un pequeño camarote. La conciencia se potencia en lugares que estrechan la libertad. En Las raíces del cielo de Romain Gary el personaje de Morel dice que sobrevivió a la tortura de los nazis pensando en elefantes salvajes corriendo por la sabana, y que en ese momento sabía que no podían entrar ahí, que era indestructible. Muchas revoluciones han nacido en cárceles. Pensemos también en Nelson Mandela. La escritura es una forma de conciencia que dialoga consigo misma. Por eso los escritores abaratamos la escritura cuando la convertimos en un discurso adocenado.
—La novela aborda también el choque entre el progreso científico y las insatisfacciones más cotidianas.
—El acceso al conocimiento multiplicado al infinito que hemos logrado nos separa cada vez más. Nunca como ahora está tan presente la idea de Byron de que el árbol de la felicidad y el árbol de la sabiduría no van de la mano. Nuestro nivel de conquista y de satisfacción científico-tecnológica se ha disparado y sin embargo en el orden afectivo y espiritual estamos huérfanos. La desaparición de la alegría, el descrédito de las pasiones, la pérdida de la capacidad de sorpresa nos han transformado en seres fríos, saturados de estímulos para el deseo pero sin ningún grado de felicidad.
—El arte como lugar de resistencia está siempre presente en sus novelas. En este caso es Lección de anatomía del doctor Tulp de Rembrandt. ¿La autopsia de una época?
—Me fascina la modernidad de este cuadro. La mirada de los hombres que rodean el cadáver y le están diciendo al espectador: esto es un trampantojo, la realidad que esconde no está en la mesa de disección pero ven, acércate, tampoco la verás con tanta esencia si no lo haces. Cada pintura esconde la promesa de una narración. Este cuadro es como un aleph. Nos muestra todas las posibilidades de interpretación de la realidad, reconocer nuestro lugar en el ecosistema de la Historia y en un tiempo futuro. Los escritores que más me interesan se están preguntando con mucha intensidad por la certeza de una época poshumana que ya está aquí. Lo cual no significa que el ser humano desaparezca pero sí de que adoptaremos otras relaciones con el entorno, una percepción de nosotros mismos completamente distinta a la actual. Es posible que dentro de poco en la humanidad haya niveles, que unos sobrevivan en la Tierra y otros tengan a su disposición el viaje al espacio. En la ciencia ficción de los sesenta la clave era el contacto con otros mundos y ahora es la huida, el recambio habitacional a nuestro planeta.
—En ese fuerte vínculo entre texto e imagen usted interpela al lector a ver, a mirar, a observar. No solo los cuadros con protagonismo en la historia. Es también una invitación a entrar en su novela.
—Si el lector es un sujeto pasivo que recibe estímulos y las explicaciones a sus estímulos, la escritura se convierte en una tautología. Yo quiero un lector inconformista, que dude, que dialogue y crezca con el texto. Que no necesite explicaciones. Defiendo que la falta de las mismas no se entienda como un demérito del escritor. En la vida nada es exacto ni conlleva tantas explicaciones. Nos asomamos a habitaciones en las que no hay muebles y existen ventanas que dan a una pared en lugar de a un paisaje.
—¿Se puede asomar el lector a ese lugar tan íntimo como el que usted dice que hay entre un escritor y su escritura?
—Si mis hijas quisieran saber cómo era su padre en un futuro les bastaría con asomarse a mi escritura. A su forma, a sus temas, a su insubordinación frente a la realidad. En la escritura hay un doble movimiento que me fascina y obsesiona. Toda escritura nace de la impostura, de una ficción y los escritores sabemos que no podemos alcanzar aquello que queremos pero en ese proceso de fracaso y hallazgo, en ese crisol de aporía y éxito, descubrimos que la escritura es el mecanismo más potente para construir un relato coherente con la realidad. Descubres que aquello que has vivido y que vives nunca tendrá tanta coherencia e inteligibilidad que como cuando se convierte en relato. La escritura es el único lugar de trascendencia en la vida del hombre.