Heroínas prerrománticas
Shakespeare sabía del género humano por encima del género. Quizás por eso sus personajes femeninos resulten tan sólidos, tan actuales pese a la barrera de los siglos
Los actores en los que Shakespeare pensaba cuando escribía sus Julieta, Ofelia o Miranda mostraban un rostro anguloso y la voz a punto del cambio: los jovencitos debían pasar por una forzada femineidad antes de llegar a la edad adulta, en la que les esperarían papeles de héroe, gracioso o anciano. O, también, los de la vieja nodriza, la madre preocupada o la reina que no se resigna a perder su juventud.Shakespeare sabía del género humano por encima del género. Quizás por eso sus personajes femeninos resulten tan sólidos, tan actuales pese a la barrera de los siglos como los masculinos. Sus mujeres olvidan las limitaciones en las que viven para denunciar las injusticias que experimentan. Los problemas en los que son infelices (la obediencia a ultranza, la traición, la insatisfacción vital, la doble moral) traen penas hoy mismo.
En realidad, como sus héroes, se ocupan poco de lo accesorio. Incluso cuando son muy jóvenes, pronto se enfrentan cara a cara con realidades universales, como si les estorbara lo banal. Incluso la más superficial y frívola de ellas, la reina Gertrudis, se ve obligada, tras una confrontación con Hamlet, a asumir la realidad: en el universo shakespeareano el orden debe ser restaurado a toda costa, y ni la autocomplacencia, ni el rango, ni la voluntad pueden oponerse a que la justicia impere.
Quizás el punto más interesante que aborde Shakespeare en su relación con la psicología femenina sea la locura: el inglés no solo estructura la realidad en el plano humano y divino, sino que añade el oscuro páramo del inconscienteQuizás el punto más interesante que aborde Shakespeare en su relación con la psicología femenina sea la locura: el inglés no solo estructura la realidad en el plano humano y divino, sino que añade el oscuro páramo del inconsciente, al que las mujeres no son ajenas. Han soportado una presión excesiva durante demasiado tiempo, o una tragedia repentina las trastorna; sus heroínas pasean por terrenos cenagosos mucho tiempo antes de que el Romanticismo los popularice.Lady Macbeth es, posiblemente, la más incomprendida de sus protagonistas: hay que observarla con cuidado bajo esa máscara de anfitriona perfecta que nos muestra cuando comienza la tragedia. Ella ha decidido ser, ante todo, la esposa ideal: allí donde se pare su marido, avanzará ella. Sabe con precisión cómo le afectará el pulverizar los límites morales que se ha impuesto, y adivinará como otra bruja más cuáles serán sus dudas. Decide, por lo tanto, insuflarle la fuerza que le falte, provocarle, si es preciso, para que sus ambiciones lleguen a buen puerto.
Lady Macbeth se convierte en aquello que su marido no es para, precisamente, conseguir que su marido sea lo que desea. Sabemos que ha tenido niños, y que los ha perdido. Solo le queda el vínculo con ese esposo al que adora, pero al que conoce de sobra. El precio por conservarlo le superará. Primero la locura, con sus insomnios y sus alucinaciones, y luego la muerte de la manera más condenable, el suicidio.
En el otro extremo se encuentra la dulce Ofelia, la náyade que perece en las aguas entre cánticos. Pero, como ocurre con Lady Macbeth, ¿qué sabemos de Ofelia? Es su padre quien la aparta de su amado, solo unos momentos antes de que este la insulte y aleje de él con improperios. Incluso su muerte, fuera de escena, nos es robada, y narrada por otra mujer. En la vida de Ofelia no hay madre: cuando el hermano marcha, el padre es asesinado y el novio huye, no le basta con lo que ella es: se quiebra, como las flores que corta.
Shakespeare observó algo más que gestos, y escuchó algo más que diálogos. Cómo lo logró continúa siendo un misterio: sus mujeres continúan vivas, sus conflictos frescos, sus obras, inmortales.