Todos nos llamamos Agustín Fernández Mallo
Ya nadie se llamará como yo
Poesía reunida (1998-2012)
Agustín Fernández Mallo
Seix Barral
616 páginas | 21,90 euros
Agustín Fernández Mallo, narrador de éxito gracias a su serie Proyecto Nocilla, publicó hace unos años un ensayo titulado Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma (Anagrama, 2009) donde, desde la primera página, establece las bases de lo que para él debe ser hoy la escritura poética: “el postpoeta lo que debe construir son artefactos poéticos que fluyan desde y para la sociedad contemporánea”. Más adelante le reprocha a la poesía ortodoxa actual, a la que califica de anoréxica y autodestructiva, que haya dejado de ser un laboratorio (no hay en ella experimento, riesgo, mezcla de ingredientes, pasión por el conocimiento) y, entre otras cosas, que no se atenga a criterios como el de la “falsabilidad poperiana” ni a acontecimientos como el de “revolución kuhniana”. Un programa ambicioso el de este libro, en el que Fernández Mallo apuesta por restablecer las deterioradas relaciones entre ciencia y poesía, es decir, entre lo objetivo y lo subjetivo, entre las leyes de la física y las leyes del corazón, o entre la lógica de los silogismos y la lógica de las biografías. Poniendo, eso sí, más énfasis en los primeros términos de estas díadas que en los segundos para compensar siglos en lo que lo subjetivo, el corazón y las biografías han aplastado con saña y mala fe a los primeros.
Desde Creta lateral travelling o Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus, donde el peso de una historia personal concreta todavía marca el tono y el registro de las metáforas elegidas y las teorías subyacentes, hasta Joan Fontaine Odisea, Carne de píxel o Antiobiótico, donde el rizoma, el mapa, la gráfica, la fórmula o el paradigma terminan de difuminar cualquier atisbo de carácter sentimental que pudiera haberse emboscado en los versos, Fernández Mallo va afinando poco a poco su diapasón crítico para que su música no disuene de la del universo cuántico, por ejemplo, o de las nuevas tecnologías.
En Ya nadie se llamará como yo, el último y más autobiográfico de sus libros según palabras del autor, este repasa episodios de su vida mientras reflexiona sobre el bosón de Higgs, el gato de Schrödinger, el test de Turing, la segunda ley de la termodinámica o el modelo de capas de la física nuclear. Sin dejar de recurrir a autores y temas clásicos (Heidegger y su cabaña, Thoreau como precursor, afirma, de Disney, o Bataille y Silesius), Fernández Mallo se esfuerza por posicionarse contra el romanticismo (“las montañas no son románticas, sólo reales”), los malos poemas (que “saquean la intimidad sin ofrecer nada a cambio”) o la identidad (“una alucinación del ego”) y a favor de los signos que “se quedan sin referente”, de la muerte (una “fiesta de la objetividad”) o del náufrago que llevan todas las cosas dentro. Y mientras nos advierte de la cantidad de bacterias que se intercambian los amantes cuando se besan, reflexiona sobre el hecho de que su “pene es un lugar prestado” o se extasía ante “la hipotenusa del cielo”, también se entretiene en buscar su nombre en las guías telefónicas de todas las ciudades del mundo que visita. No se encuentra en ellas y de ahí deduce lo que dice el título del libro: que nadie se llamará como él. La paradoja, que alguna ley científica que yo desconozco podría explicar, es que, una vez terminada la lectura del mismo, quizás el mejor del autor junto con el primero de los suyos (¿un círculo que se cierra, una espiral que aproxima sus extremos?), todos nos llamamos Agustín Fernández Mallo. Yo, además, agradecido y feliz de llamarme por unas horas como uno de los poetas más poliédricos y estimulantes de su generación.