El extraño en casa
Los allanadores
Carlos Pardo
Pre-Textos
96 páginas | 16 euros
Carlos Pardo (Madrid, 1975) era esencialmente poeta, pero pareció tomarse un respiro con un par de novelas (Vida de Pablo, 2011, y El viaje a pie de Johann Sebastian, 2014, editadas por Periferia), que tenían algo de quien desea ensanchar su mundo imaginario. Ocho años más tarde ha vuelto a la lírica, con Los allanadores, un libro que tiene algo de reorientación, de búsqueda y de confrontación. A veces desconcertante, inesperado, pero potente y experimental, donde fluye la contradicción, la incomodidad de existir y la pulsión de lo íntimo sin atisbos de sentimentalidad.
Pardo abre muchas vías y muchas vetas: a la música, al amor y al desamor, lidia con la realidad y el deseo e incluso parece estar pugnando consigo mismo en una desapacible batalla con la vocación y el lenguaje. Alterna los poemas breves, como el que da título al conjunto (una pieza nocturnal, con algún eco de alucinación onírica: “Apenas el mugido de una vaca / guiará nuestro sueño / por senderos de insectos susurrantes”), con textos largos, un tanto narrativos, que parecen explorar el lugar del poeta en el mundo y ante la vida, y en el contexto de la familia; una de las piezas más impactantes es ‘El hombre indivisible’, un retrato conmovedor del padre enfermo —“No he debido madurar, / destetarme de padre. / Creo que competíamos”—, pero también de la enfermedad y de la condición de hijo. Hay otras composiciones extensas en la última parte del texto: ‘Mis problemas con el judaísmo’ y ‘Laforgue en Benidorm’, un homenaje al poeta francouruguayo y sus juegos de lenguaje, que tiene algo de poética personal; son dos textos un tanto intuitivos, dominados por el ciego impulso del azar y el sereno distanciamiento que adopta el escritor.
Los allanadores no es un libro complaciente. Pardo va y viene, igual engarza piezas de marcado acento rítmico, contenidas y elegantes, que introduce elementos que resultan un tanto perturbadores (la basura y la lejía adquieren una inusual simetría con la existencia); habla de otros poetas, de la conciencia y del conocimiento, del paso del tiempo, de la fealdad y la belleza, y ofrece una indagación permanente en la identidad. En varios poemas, parece ajustar cuentas con la poesía: “A punto de perder de nuevo / la fe en la poesía, / dejo que la nube se acople a la montaña / indecorosa”, dice en ‘De circunstancias, por favor’. Y en ‘Calipso’ anota: “En verano volví a leer poesía / y una tormenta sacudió la casa / con rítmicas correspondencias”.
En Carlos Pardo el oficio de escribir es una tentativa para desentrañar la existencia, el mito y las incertidumbres del corazón. Aquí, con ironía, sarcasmo y un cierto grado de provocación y desafío, también es un ejercicio de desposesión y de extrañamiento. La literatura es una misteriosa forma de desconcierto.