La verdad de las mentiras
Yo soy El Otro
Berta Vias Mahou
Acantilado
240 páginas | 18 euros
A través de tres voces entreveradas (la del torero que relata fragmentos de su pasado, la de la escritora que le escucha y a veces participa, así como la de un narrador omnisciente) Yo soy El Otro recrea la historia del jienense José Sáez, un torero que tuvo la buena, —o más bien, la mala suerte—, de ser idéntico a Manuel Benítez El Cordobés. Estamos en los años 60 y José Sáez, a sus dieciocho años, entrena en una escuela de toreros con el ánimo de convertirse en matador. Es entonces cuando, dejándose llevar por las ganas de salir de su pueblo, se da cuenta de que su parecido físico puede ahorrarle años de esfuerzo para alcanzar el éxito, salir de la miseria y hacerse rico. Con el nombre de El Otro (nombre que le pone su apoderado), empieza a abrirse camino en el mundo del toreo, tropezando a cada paso con el “éxito o el fracaso, esos dos monstruos que devoran la existencia de tantas personas”.
Imaginándose fragmentos de la vida de José Sáez o basándose en extractos de documentos reales, como pasajes de alguna crónica taurina, anuncios y artículos de prensa, la autora nos relata hasta qué punto irá el torero enredándose en los hilos de su propia trampa. O más bien la trampa que le ha tendido su apoderado (sin duda uno de los personajes más logrados de la novela), que es el que mayormente se aprovecha de su juventud y de su falta de experiencia. El mayor logro de Yo soy El Otro es el retrato magistral de una época y un país a través del mundo del toro: la España de charanga y pandereta de los años 60, el mundo del trapicheo, la superstición religiosa y el borreguismo de la mayoría de la gente, que se mata por ver, rozar y hasta besar a toreros famosos como El Cordobés, o que simplemente aplaude o abuchea por azar o por imitación. “Aquellos hombres y mujeres eran como niños”, nos dice el narrador de Yo soy El Otro, “cuando demandan una y otra vez los mismos cuentos, contados siempre de la misma forma, sin un solo cambio”.
Casi todas las escenas que recrea Berta Vias dan buena cuenta de ello. Magistrales son, por ejemplo, la escena del encierro en la cárcel de José Sáez, en un pasaje que nos hace pensar en el personaje K. de El proceso de Kafka, pues el jienense ni siquiera sabe de qué se le acusa. En la misma cárcel aparece un periodista que, por ser familiar de uno de los guardias, le hace una entrevista surrealista, mientras otro guardia moja un trozo de pan en el aceite de una lata de sardinas y sorbe con los labios el último resto. Magistral también la escena del personaje del ruin y mentiroso apoderado en bañador (“un bañador de tejido elástico un tanto pequeño para su tamaño, con lo que parte de la pelambre negra y rizada se escapaba como un arbusto de parra con sarmientos, zarcillos y pámpanos, trepando hacia su torso”) enseñando a José Sáez cómo tiene que pedir una ración de jamón (“fíjate que digo trae y no tráeme”, le explica, “lo segundo sería como pedir. Y tiene que ser una orden”).
Otras veces, para situarnos en esa España cutre, que uno se imagina en blanco y negro, Berta Vias no tiene más que echar mano de ciertos objetos de la época, como cuando van en el coche con la Guardia Civil, y “el crucifijo que pendía de una ventosa pegada al cristal delantero se bambalea frente a las narices del apoderado”, o la furgoneta llena de fruta, verduras y latas de conserva que utilizan para trasportar al falso Cordobés.
Al final, lo que uno deduce de la lectura de esta novela, es que a nadie le interesa o le conviene la verdad, o que en la mentira está la verdad que cada uno quiere encontrar. Porque, como decía Sylvia Plath en sus Diarios, “el ser uno mismo es una responsabilidad endemoniada. Es mucho más fácil ser otro o nadie en absoluto”.