Épica de lo cotidiano
Por cuarta vez en el espacio de una década, tras los otorgados a Sergio Pitol, José Emilio Pacheco y Elena Poniatowska, el premio Cervantes ha recaído en un escritor mexicano, Fernando del Paso, de quien ha destacado su gusto por el riesgo y la mezcla de tradición y modernidad que distingue a su obra narrativa. Ubicado por los críticos en la segunda generación del boom —“uno que estuvo en la cola”, como ha precisado él mismo—, Del Paso ha cultivado todos los géneros, pero son sus novelas, cuatro títulos publicados a lo largo de tres décadas, las que lo han convertido en un autor de referencia no sólo en su país, sino en el vasto ámbito de las letras hispánicas.
A juicio de Álvaro Salvador, Fernando del Paso continúa la apuesta de Carlos Fuentes por una novela total, que aspira, como también ha señalado el dictamen del Cervantes, a retratar la realidad y la historia mexicanas con un alcance universal. Familiarizado con otras literaturas, pero también con los lenguajes no literarios, el autor muestra una riqueza verbal exuberante y se sirve del humor —uno de sus rasgos característicos— para recrear su propia juventud o determinados episodios del pasado, alternando los saltos en el tiempo, los juegos experimentales y un fondo de denuncia. Se refiere también Salvador a la poesía de Del Paso —una poesía de “diario”— que, como este le confía a Antonio Ortuño, fue el detonante de su vocación y está de algún modo presente en su prosa, signada por la “épica de lo cotidiano”. Joyce, Faulkner, Rabelais o el mismo Cervantes son algunos de los autores cuyo influjo puede detectarse en un narrador demorado y perfeccionista que ha buscado innovar en cada una de sus obras. Entrevistado por Ortuño, Del Paso habla de su iniciación a la lectura, de sus propósitos sucesivos, de su idea del compromiso o de su interés por llegar a los jóvenes.
Del brillante debut que supuso la publicación de José Trigo se ocupa Gonzalo Celorio, que ve en esta primera novela de Del Paso, aparecida en la prodigiosa década de los sesenta, una de las obras más deslumbrantes de la narrativa contemporánea. Al margen del trasfondo histórico, el autor despliega una sorprendente variedad de registros y discursos que se extienden al territorio del mito o las ensoñaciones colectivas y abarcan un sinfín de direcciones, en el marco de una estética neobarroca caracterizada —de acuerdo con la acuñación de Sarduy— por la abundancia, el componente lúdico y la intertextualidad. Junto a los ya fallecidos Rulfo, Paz, Fuentes, Ibargüengoitia o Pacheco, Del Paso representa la voz de los mayores, pero la literatura mexicana de las siguientes generaciones ha mostrado una vitalidad admirable, como afirma Ernesto Calabuig en un recorrido que pone de manifiesto su enorme diversidad y cita a un puñado de nombres ineludibles, lógicamente muy distintos aunque vinculados por rasgos comunes.
La citada ópera prima de Del Paso, junto con Palinuro en México y Noticias del Imperio, son para Jordi Soler tres novelas magistrales que se cuentan entre las más importantes de la lengua española. Las guerras cristeras de los años veinte, el movimiento ferrocarrilero a finales de los cincuenta, la matanza de Tlatelolco —un hito en la convulsa historia latinoamericana del siglo XX— en el 68 o la breve e increíble historia de la dominación francesa de México en tiempos de Maximiliano, aportan el contexto, pero el verdadero protagonista, como siempre en Del Paso, es el lenguaje.