El hombre del humor gris
El maquinista y otros cuentos
Jean Ferry
Trad. Claude Ballaré
Malpaso
158 páginas | 18,50 euros
Si el lector de esta reseña no tiene ni idea —como yo, hasta que puse remedio— de quién es Jean Ferry, ignora todo de su escritura y desconoce sus excentricidades como regente por suscepción transeúnte de la cátedra de Doxodoxias Rousselianas del Colegio de Patafísica, está de enhorabuena. El desconocimiento e incluso el analfabetismo en ciertas facetas recónditas de la erudición, siempre que se reconozca con espíritu deportivo y avidez de superación, es un estado más favorable que la competencia absoluta. Si yo hubiera sabido de la existencia de Jean André Lévy, alias Jean Ferry, y leído los cuentos —si es que se les pueden llamar así— que componen El maquinista no habría tenido la inmensa felicidad de este descubrimiento tardío que es no sólo literario sino también de orden taxonómico como se verá.
Sepa de entrada el lector que Ferry (1906-1974) fue marino, narrador y guionista de cine, que colaboró con Luis Buñuel y con Louis Malle y que es autor del extraordinario “El tigre mundano”, un relato que André Breton incluyó en su Antología del humor negro a pesar de que los expertos coinciden en que el matiz que mejor conviene a su humor es el gris perlado, con irisaciones inclasificables que van del rojo sangre al amarillo anémico.
Todos los relatos incluidos en esta antología, que Ferry publicó en 1953 en una melancólica edición, tanto que todavía se pueden encontrar en las librerías de lance, son hallazgos asombrosos, delicados artefactos que funcionan como esos grabados de M. C. Escher en los que una figura trata inútilmente de subir una escalera que siempre baja. Es el caso de “Astrólogo chino”, un sabio que dedica su vida a hacer complicados cálculos para adivinar el día de su muerte pero que fallece, ay, cuando le faltaba la última suma. O las meditaciones de Gengis Kan antes de convertirse, con su caballo, en atracción para turistas. Aunque a mí me gusta en particular, quizá por mi tendencia al solipsismo, el relato titulado “Al borde del llanto”, la trágica historia de un tipo que no podía llorar hasta que, por una deuda de sal con un tendero, se le encogió el corazón y ya no dejó de verter lágrimas y lágrimas.
Aunque muchos argumentos son surrealistas sería impropio clasificar alegremente a Ferry en este bando tan escurridizo. Ferry, y ahora hablo de taxonomía, me ha parecido algo así como el eslabón perdido que emparenta a Kafka con lo surreal. Kafka es demasiado trágico para adscribirlo a un movimiento de excéntricos. Y sin embargo hay puntos de unión, sutiles hilvanes que los enlaza en un mismo retal. ¡Es el retal de la literatura de Ferry, llena de referencias directas a Joseph K., que aparece y desaparece como un personaje transversal de estos cuentos! Es el caso de El maquinista, una especie de sugestión a partir de El fogonero de Kafka. Pero hay también homenajes a Verne, a Defoe, a Roussell e incluso a Holmes, el detective de Baker Street, que investigó la desaparición del carbunclo azul. “Puede que los carbunclos sean animales del Ártico, una mezcla de morsa con caribú”.